(Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB ) Corría 1942. El mundo transitaba las peores etapas de la guerra más horrible que se hubiera visto jamás. En Argentina gobernaba, por poco tiempo, Ramón Castillo. Mientras tanto, en una pequeña ciudad de menos de 25.000 habitantes, una niña de apenas cinco años interpretaba en un concurso una canción de moda y arrancaba aplausos de todos los presentes. “Clavelito chino, chino, ven para decirte adiós, no me dejes ir solito, vámonos juntos los dos”, cantaba Ana María Francisca Adinolfi. La ciudad era Chivilcoy; la nena, dos décadas más tarde, fue conocida como Violeta Rivas y conquistó a la juventud de los luminosos ’60.
Ana María había nacido en la localidad del centro bonaerense el 4 de octubre de 1937. Su vocación por la música se despertó muy temprano. El concurso donde cantó “Clavelito chino”, un corrido de Enrique Rodríguez, y “Los gitanos”, entre otras, fue cuando recién había cumplido cinco años. En 1943 fue escogida entre toda la escuela para cantar en el coro de la Caja de Ahorro Postal. Y al terminar la primaria empezó sus estudios de música, con canto lírico.
En 1960, con apenas 23 años, la joven todavía llamada Ana María Francisca fue contratada por cuatro meses para musicales en Buenos Aires. Cuando quedó bajo la tutela del director Ricardo Mejía, funcionario de la discográfica RCA, la bautizaron con el nombre artístico de Violeta Rivas. Ese mismo año grabó con Bobby Capó “Llorando me dormí” y poco tiempo después registraría su primer gran éxito como solista, “Burbuja azul”. Cuentan que Capó se la quiso llevar a Centroamérica para lanzarla como cantante de boleros, pero no hubo suerte.
Dos años después, Violeta debutó en televisión en el Canal 7. Luego participó en el programa “El hit de sus favoritos”, y al poco tiempo llegaría su explosión de fama cuando se incorporó a “El Club del Clan”.
La Nueva Ola
Los jóvenes nacidos durante la Segunda Guerra o después de ella querían cosas diferentes, música distinta a la que escuchaban sus padres: el mundo era otro. El rock and roll era una fuerza arrasadora e intérpretes como Elvis Presley vendían miles de discos. En ese contexto, al mencionado directivo de RCA Ricardo Mejía se le ocurrió salir a competir con algo inédito: cantantes jóvenes que interpretaban éxitos en castellano, muchas veces traducidos de los vinilos que venían del Norte.
Esa corriente artística fue bautizada como “La Nueva Ola”, y tuvo su correlato en la, por entonces, joven televisión, con programas como “Swing, juventud y fantasía” en Canal 7 y “La cantina de la guardia nueva” en Canal 11. Y en 1962 el sello RCA Víctor y Canal 13 firmaron un contrato para poner en el aire un programa televisivo semanal, de corte musical-juvenil, “El Club del Clan”. Allí aparecía un grupo de amigos, donde cada uno estaba identificado con un ritmo de moda: canción melódica, tango, twist, bolero, cumbia colombiana o ritmos caribeños. El programa fue un éxito instantáneo y ayudó a lanzar a la fama a muchos cantantes como Jolly Land, Raúl Lavié, Chico Novarro, Palito Ortega (Ramón Bautista Ortega), Johnny Tedesco, Nicky Jones y Lalo Fransen. Entre ellos, claro, estaba Violeta Rivas, que al principio interpretaba en nuestro idioma los éxitos en italiano de Mina y Rita Pavone.
En 1963 se lanzaron tres discos con recopilaciones de canciones del “Clan”, pero al año siguiente los otros canales quisieron copar el éxito de los chicos y les ofrecieron mejores contratos. De modo que Violeta, junto a Palito Ortega y Chico Novarro, pasó al ciclo “Sábados Continuados” en Canal 9.
Mientras Violeta Rivas lanzaba su primer superéxito, “¡Qué suerte!”, su vida también iba por caminos color de rosa. Había conocido en los pasillos de Canal 13 a un cantante de tango que se llamaba José Cotelo, aunque se hizo famoso con su seudónimo de Néstor Fabián. En 1964 Alejandro Romay, el legendario dueño del 9, produjo “Todo es amor”, una comedia veraniega protagonizada por Violeta. Y el galán fue el tanguero, que se robó el corazón de la chivilcoyana en la “vida real”.
Película tras película, disco tras disco
La pareja se casó el 16 de marzo de 1967 en una de las bodas más promocionadas de la época, seguidas con suma atención por la horda de fanáticos de los cantantes. De hecho, fue un hito en la televisión argentina. El casamiento en la Basílica de Guadalupe, en la capital santafesina, fue transmitido en directo por el recordado ciclo de Pipo Mancera, “Sábados Circulares”, lo que representó la primera cobertura en exteriores de Canal 13 fuera de la Capital Federal. Apenas dos semanas antes se habían casado Palito Ortega y Evangelina Salazar, pero en la Abadía de San Benito en el barrio porteño de Palermo, en un hecho que también fue transmitido por el programa de Mancera.
Mientras disfrutaba del amor, Violeta Rivas seguía creciendo como cantante y, también, como actriz. Aquel 1964 en el que había conocido a su futuro marido fue una de las protagonistas del paso a la pantalla grande de “El Club del Clan”, película de Enrique Carreras y donde se vio acompañada por todas las estrellas del programa de TV. Violeta también actuó en “Buenas noches, Buenos Aires” en 1964 y dirigida por Hugo del Carril; “Nacidos para cantar” (1965), de Emilio Gómez Muriel; “Fiebre de primavera” (1965), y donde la volvió a dirigir Enrique Carreras; “Mi secretaria está loca, loca, loca” (1967), de Alberto Du Bois; y otra más de Carreras, “¡Viva la vida!” (1969). También apareció en “Ritmo nuevo, vieja ola” (1965), de Enrique Carreras y donde los protagonistas fueron Tita Merello y Ángel Magaña, entre otros.
Y al paso que criaba junto a Néstor Fabian a su hija Analía, seguía sacando disco tras disco, como “Violeta Rivas” (1967), “El picaflor y la rosa” (1968), “Hay música” (1970), “El ángel del amor” (1973), “Soy tu eterna enamorada” (1976), “Una Violeta en Broadway” (1978) y “Es mi hombre” (1979).
El tanguero y la chivilcoyana vivieron su felicidad durante más de medio siglo. Al final de sus días Violeta Rivas se enfermó del mal de Alzheimer y falleció el 23 de junio de 2018. Tenía 80 años. Sus cenizas, por decisión de la cantante de “Besos de papel”, descansan en su ciudad natal. (DIB)