Torreón del Monje, ese ícono marplatense que esconde una leyenda de amor

Ernesto Tornquist fue un empresario y estanciero devenido en financista, quien organizó un poderoso holding que en 1908 sumaba más de veinte compañías. Sus iniciativas lo llevaron también a involucrarse directamente en cuestiones de interés público con una activa participación en temas monetarios y bancarios, además de ocuparse del crédito público. 

Hacia fines del siglo XIX, Tornquist, un hacedor de muchas obras arquitectónicas en Mar del Plata, pensó en construir un castillo de estilo medieval sobre la playa, para que se convierta en un ícono que sobresaliera entre los chalets de veraneo de las “pudientes” familias porteñas. La edificación estuvo a cargo del arquitecto alemán Carlos Nordmann, que acompañó el castillo con una enorme torre que dominó la estructura y que hoy, casi 120 años después, sigue despertando el interés de los viajeros que llegan a “La Feliz”.

Se trata del imponente Torreón del Monje, construido a principios del siglo XX, en honor al fraile Ernesto Tornero, quien, supuestamente, en el siglo XVI dirigió el primer asentamiento religioso en esas tierras. Esa leyenda cuenta que en aquel siglo existía una fortaleza construida sobre Punta Piedras, por Tornero, perteneciente a la Orden de los Calvos.

También, según esta versión “romántica”, la parte militar del asentamiento estaba a cargo del capitán español Alvar Rodríguez, que se había enamorado perdidamente de una indígena llamada Mariña. Pero parece que la bella mujer era muy codiciada y para colmo de males era pretendida por el cacique de la tribu, llamado Rucamará.

De acuerdo al mito más arraigado y que Tornquist supo hacer correr por la ciudad en aquellos tiempos, en lo alto de la torre, Rucamará tomó de prisionera a Mariña. Frente a esto, Rodríguez ordenó al cacique soltar a la mujer a cambio de perdonarle la vida. Pero lejos de convencerlo, éste tomó a Mariña y juntos saltaron a los acantilados.

Debido a esta situación, el capitán español, deprimido, dejó las armas, se encerró en lo alto de la torre y se convirtió en monje. De allí derivó el bautismo popular del lugar: “El Torreón del Monje”, como se lo conoce en la actualidad. Quienes sostienen esta leyenda afirman que los fantasmas que pululan allí son, en realidad, los amantes desencontrados.

Un símbolo que renació

Más allá de esta leyenda, lo cierto es que este lugar se convirtió en un símbolo, inalterable a lo largo del tiempo. Este gran ícono patrimonial de influencias góticas, ubicado estratégicamente en la avenida fundacional de la ciudad, primero se llamó Torre Belvedere y luego tomó el actual nombre, inspirado en la leyenda.

Desde su inauguración el 28 de febrero de 1904 -recién en 1927 se construyó el gran aterrazado al mar que lo caracteriza-, tuvo múltiples propósitos, como ser sede del aristocrático Pigeon Club local (tiro a la paloma) y del Círculo de Oficiales de la Marina. Hacia finales de la década del 70, el empresario marplatense Domingo Parato comenzó a trabajar en la puesta en valor de un edificio que en ese momento estaba abandonado y con riesgo de demolición.

Uno de los mayores logros de Parato fue la construcción de dos escolleras, obras impensadas en 1980, que junto con el sembrado de arena permitieron formar una playa que para muchos era de imposible realización.

En 2012, la familia comenzó a pensar una nueva fisonomía para el lugar, que creció en superficie hasta llegar a los 2.000 metros cuadrados. Hoy donde antes solo había piedras y ruina, turistas y locales pueden disfrutar de una playa con vista única tanto en su parte pública como en el balneario de la unidad equipado con carpas, sombrillas y todas las comodidades.

Más allá que todo indica que la leyenda tuvo la pluma del escritor chileno Alberto del Solar, que algunos dicen que el padre Ernesto Tornero estaba inspirado en Ernesto Tornquist, que la historia de amor es similar a la de Hernán Cortés con Malinche (conocida por los “conquistadores” como Marina), el Torreón del Monje es una de las visitas ineludibles para quien pasee por Mar del Plata. Sentarse allí a contemplar cómo golpea el agua en las rocas y, en medio de esa inmensidad, dejar volar la imaginación en búsqueda de ese trágico y ficcionario amor. (DIB)