Cae la madrugada en San Nicolás, bien al norte de la provincia de Buenos Aires. Septiembre se despide con el comienzo de un paro nacional. En el acceso sur una fogata marca el inicio de las protestas. A pocos kilómetros de ahí el fuego arde diferente. Miles de peregrinos alzan sus brazos al cielo aguardando el milagro que los salve de la malaria, que los cure, que los acompañe.
Hay algunas carpas en los lindes del campito, muchos feligreses se duermen debajo de las mantas, en reposeras, la mayoría agita banderas con los colores de la Virgen del Rosario de San Nicolás. Como cada año, el ritual se repite, aunque en este 2018, y por muchas razones, la convocatoria es marcadamente menor.
reinta y cinco años de María
Gladys Motta es una vecina de los arrabales de San Nicolás. En 1983 su vida cambiaría para siempre a partir de un rosario de pared que se iluminó para ella. La aparición de una imagen virginal, de manto celeste y con un niño en brazos, marcaría el inicio de toda una revolución de la ciudad metalúrgica. Un lugar señalado a la vera del río Paraná sería el indicado para que se construyera un templo enorme en devoción de la Virgen. Desde entonces, millones de peregrinos de todo el país se acercaron en busca del milagro que los salve. A media cuadra del lugar, la sencilla casa de Gladys tiene un buzón enrejado donde los visitantes dejan sus pedidos en papeles garabateados.
El impulso de la fe religiosa significó en los años noventa un respiro ante la debacle de SOMISA, que mediante retiros voluntarios expulsó a miles de obreros a un destino de canchas de paddle, agencias de remís y, ahora, santerías. Los más avezados lograron construir un modesto imperio en las cercanías del templo. Hoy en día, los puestos ofrecen no solo bidones para cargar agua bendita, sino los más variados productos que van desde alimentos, ropa de dudosa procedencia, artículos electrónicos y hasta calcomanías de las bandas musicales de moda. No sólo la fe salva en las inmediaciones del campito.
El movimiento mariano fue creciendo año tras año, y llegó a marcar su récord de visitantes en 2013, cuando alcanzó el medio millón de peregrinos que inundaron una ciudad de tan solo 150 mil habitantes. Este año, crisis de por medio, el alud fue visiblemente menor.
“Hay menos gente, pero hay que tener en cuenta que es un año difícil, que todo se complica y además que es día de semana”, se resignan Gladys y Stella, bajo una sombrilla roja y blanca. Gladys Álvarez y su esposo vienen desde Maldonado, Uruguay, cada año. Ellos también notan menos afluencia de público y menos fervor. “No hay tanta devoción”, admite, emponchada en la bandera oriental. Más adelante dirán que vienen a pedir por la unión de los dos países: “Nuestros pueblos están muy divididos y pedimos por eso».
Las previsiones de ocupación hotelera dejaban entrever esta situación desde hace semanas y preocupó a los empresarios del rubro. Las ventas en los alrededores también se ven afectadas. “Los que vinieron gastan poco y se traen la vianda para ahorrar”, masculla un vendedor sentado sobre su conservadora de hielo. La salvación de cada 25 de septiembre, parece, esta vez no llega. El paisaje, otrora inundado de micros de larga distancia, también se ve lejos de su esplendor, en buena parte por el paro nacional, que afecta al transporte. El precio de los pasajes también influye: ir y volver desde la Capital Federal cuesta en promedio unos mil pesos. El mango no alcanza ni para las muestras de fe.
El celeste como bandera
El plato fuerte de la jornada previa a un nuevo 25 en la ciudad es la Misa Central a la medianoche. Se ven grupos de personas en zapatillas caminando hacia el campito. Se aguarda la procesión desde La Emilia –a 17 km de la ciudad-, desde Buenos Aires, y desde lugares tan distantes como Mendoza. Peregrinos de rodillas, con las piernas hinchadas, y hasta en sillas de ruedas, llegan con lágrimas en los ojos. Las selfies frente al templo y los drones que sobrevuelan, son la novedad.
En el palco principal un sacerdote actúa de telonero de lo que viene. Eufórico, agita a las masas al grito de “Viva la Virgen”. Cuenta los minutos que faltan para el aniversario y entre el público se vive un clima de fiesta al ritmo de las melodías del cancionero religioso.
A la hora señalada se disparan fuegos artificiales y entra en escena el Monseñor Hugo Santiago, Obispo de la Diócesis de San Nicolás. Enfundado en sus mejores galas, el religioso preside la misa bajo el lema “Con María anunciamos que toda vida vale”, lo que hace prever el contenido del sermón.
La lectura del evangelio no es casual, y se trata del libro de San Lucas, que habla del misterio de la concepción de la Virgen María, uno de los dogmas de fe más enarbolados por la Iglesia en medio de un año signado por el debate por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Cabeza de la organización del sector que se proclamó a favor de “las dos vidas” en la región, Santiago aprovechó para bajar un fuerte mensaje sobre el tema.
Para ello, rememoró al paganismo en la época de los romanos, afirmando que habían perdido la fe en Dios, y, junto a ella, el sentido ético, dejando de ver la diferencia entre el bien y el mal. Todos saben cómo terminó el sacro imperio. De esta manera criticó a quienes abogaron por la sanción de la ley, y advirtió que la victoria en el Senado no tiene carácter permanente.
La próxima batalla ya está bien apuntada en la agenda de la Iglesia: el proyecto de ley de Educación Sexual Integral, que, aseguran, intenta “adoctrinar por medio de la ideología de género”. “Pedimos por nuestra Argentina, por esta cultura de la muerte que intenta instaurarse”, admite la Hermana Valentina, salteña ella, perteneciente a la Congregación Hijas de la Inmaculada Concepción, quien celebra que “gracias a la consagración de los obispos, la Mamá María haya aplastado la cabeza de la serpiente”, que era la fallida ley de interrupción voluntaria del embarazo.
Ahora Santiago repasa la situación del país y retoma uno de los primeros mensajes que, según narra la tradición, la propia Virgen le dio a Gladys Motta: hay que rezar al menos una hora por día. El mensaje esconde una contradicción que no todos advierten: fue el propio Obispo quien en 2017 logró desterrar el nombre de Motta de los mensajes eclesiásticos. Con el aval del mismísimo Vaticano, según dijo por entonces.
En un discurso crítico, Santiago evalúa que en la base de los conflictos de estos tiempos están los vínculos rotos: en la familia, con Dios, con la sociedad. Volver a rezar, dice, ayuda a retomar el sentido ético y de los valores. Las familias quebradas, con vínculos matrimoniales rotos, producirán niños embotados, presas fáciles del alcohol y de las drogas, de la violencia y de la delincuencia, generando un círculo vicioso, advirtió. Por el contrario, si se mantiene el amor de pareja los niños crecen con ganas de tener proyectos y generando un círculo virtuoso que sanaría a la sociedad. Los sacerdotes, por ejemplo, son hijos de familias sanas y estables, aclara el prelado.
Cerca del final, y tras asegurar que “no hace política”, que no la está haciendo en ese momento, el religioso advierte por la situación política y económica del país: dice que hay inequidad, y afirma que “nos están vigilando para que hagamos los deberes porque parece que robamos mucho”. Por eso cierra con un pedido: que “no nos duela más que la bolsa de comercio baja o sube, que si se muere alguien”.
Es el fin de la misa, pero el inicio de una larga noche de vigilia y rezos en el campito. Antes del cierre, los voluntarios del santuario recogen la limosna de los fieles, distribuyéndose en grupos con urnas en las manos. Algunos se apretujan entre ellos mientras se suben las bufandas sobre las orejas y siguen las selfies.
La procesión y los pedidos
El martes 25 llega el final de la novena con la tradicional procesión y la misa central. Es la hora de los pedidos y de los agradecimientos. La situación del país se llevará la mayoría de los primeros: “Al país lo veo mal, porque en vez de multiplicar se divide mucho. Yo soy culpable, porque los viejos arruinamos a los jóvenes. Se tiene que terminar el fanatismo”, asegura Aníbal, que viene de Quilmes, en tono autocrítico. Etelvina Aguirre, desde Mendoza, se acuerda de “toda la gente que lo necesita”, entre ella sus propios hijos, como María Anuncia Fabiano, que llegó desde Santiago del Estero.
De a poco, las calles de San Nicolás retoman su ritmo habitual. Es el final de una tarde larga, a la vera del Paraná, bien al norte de la provincia de Buenos Aires, ahí, en la Ciudad de María.(Infocielo)