Este sábado abrirá por primera vez al público el cementerio de la Zwi Migdal, la organización mafiosa de origen judío que a principios del siglo pasado se dedicaba a la explotación sexual de mujeres en Rosario y ciudades aledañas. La actividad cuenta con la invitación del área de Género y el auspicio de la Municipalidad de Granadero Baigorria, señala “El Ciudadano”
De un lado del cementerio, las tumbas más ostentosas, con lápidas confeccionadas por finos y oscuros materiales: allí están los hombres, proxenetas de la Zwi Migdal. De otro lado de la callecita descansan los restos de las mujeres, madamas y pupilas. Un poco más alejadas y casi escondidas contra el muro del fondo hay fosas sin identificar que, se presume, podrían ser de las mujeres prostituidas más pobres.
En el cementerio de Granadero Baigorria, los rufianes proxenetas construyeron su propio sitio para dar descanso eterno a sus muertos, luego de que la colectividad judía marginara, precisamente por dedicarse a esta actividad, a “los impuros” de los espacios propios de la comunidad.
Desde finales del siglo anterior la Zwi Migdal, con el nombre de La Varsovia, traía desde los países de Europa del este a jóvenes para prostituirse, en muchos casos engañadas con el discurso de un futuro mejor.
En sólo seis meses, de junio a finales de 1932, los proxenetas construyeron en el barrio San Fernando dos prostíbulos en medio de la nada. Dos casonas imponentes, con detalles europeos, revestimientos de primera línea y decoraciones de importación, se alzaron en tiempo récord.
San Fernando, el barrio al extremo noroeste de Baigorria en la actualidad, casi fue un pueblo Dos hermanos judíos, de apellido Duckler, polacos y dueños de dos prostíbulos en la zona de Pichincha en Rosario, compraron casi la totalidad de la barriada. Allí fue donde la Zwi Migdal levantó sus últimos burdeles, a 100 metros de la Ruta 11.
Colón con el gran prostíbulo
Uno de los mayores prostíbulos que hubo en Colón estaba instalado en calle 54 y 24 (en sus cercanías) en el corazón de lo que es en el presente el barrio 9 de Julio. Cada cliente pagaba mostrando su libreta de enrolamiento un peso. La “madame” le daba una chapita (como una moneda). Al final de la jornada cada mujer entregaba las chapitas recaudadas y les daban un porcentaje en dinero en efectivo descontando comida y alojamiento.
Algunas personas consultadas recuerdan que entre las alternadoras se encontraban las “famosas” polacas. En este sentido, es una certeza señalar que las mismas eran provistas por la temible banda de rufianes polacos “Zwi Migdal” y su origen era Rosario.
Por otro lado, se puede determinar en la inscripción de las mujeres en la Secretaria Municipal de aquella época y su nacionalidad de origen. Las mujeres que trabajaban se ingresaban en un libro tapa azul con sus datos personales y además su foto. También constaba cuando eran revisadas por un médico. El libro de tapa azul desapareció misteriosamente del viejo corralón en 1997.
Lo notable es que por ordenanza de los ediles colonenses, las mujeres debían tener cuando llegaban a nuestra ciudad un reconocimiento sanitario a cargo de un médico municipal que además debía realizar dos visitas semanales con fines sanitarios.
Las revisaciones debían constar en una especie de libreta sanitaria donde constaba el “alta” para poder trabajar y la fotografía de la alternadora para que no exista ningún tipo de equivocaciones en cuanto a la mujer titular.
El cuidado sanitario central de aquella época era las enfermedades venéreas que además al no estar descubierta la famosa “penicilina” tenía tratamientos curativos para el hombre en extremo dolorosos. Por otro lado, el temor a estas enfermedades era muy grande.
Este último párrafo queda demostrado debido a que se dictó una ordenanza que especificaba que las mujeres enfermas no podrán estar en el prostíbulo y que además se debían retirar del propio municipio.
La ordenanza colonense
La ordenanza colonense de 25 artículos sale en l897. En la misma se especifica -entre otras cosas- que la regente o la regenta deberá notificar los partos o abortos que realicen sus pupilas. Por otro lado, se zonificaba su instalación diciendo que debe “estar a más de tres cuadras del templo parroquial o Escuela”.
También en la legislación se establecía un canón que debía pagar el propietario del local por cada prostituta al municipio. Si en el prostíbulo con la llegada de los peones de campo y se organizaba bailes -sobre todo los fines de semana- se debía pagar por el permiso.
Las autoridades de aquella época también legislaron para penar severamente la prostitución callejera o ilegal. Las quejas de los propietarios de las casas autorizadas era: “ yo pago todos los impuestos y existe prostitutas clandestinas que no pagan y lugares que no están fiscalizados”. Según las constancias esta problemática era algo común a principios de siglo. Los prostíbulos funcionaron hasta 1937.