(Alejandro Maidana para CONCLUSION) La familia está desesperada, no encuentran respuestas de ningún tipo, mientras que la salud de la pequeña se ve degradada de manera constante. “Mi nieta se muere y a nadie le importa”, dijo Mariela Marioni.
Resulta espeluznante oír el relato desgarrador de esta familia, una verdadera quimera que se profundiza ante la mirada vacía e inquisidora de las autoridades comunales. Un camino transitado en absoluta soledad, una pelea contra una verdadera hidra de siete cabezas que no cesa en su despiadado ataque a la calidad de vida de los más vulnerables.
Bernardo de Irigoyen reúne a casi 2.000 habitantes, la ligación directa con el modelo productivo extractivista y contaminador, es explícita, la médula de este pequeño poblado santafesino distante a poco más de 100 km de la ciudad de Rosario, tiene su anclaje en la actividad agropecuaria.
El calvario de Ludmila
El humilde hogar de la familia Terreno, es lindante de un depósito de agrotóxicos de la firma José Pagliaricci. En el mismo se almacena tanto Glifosato como Round Up, algo prohibido en las zonas urbanas, ya que debería respetar las ordenanzas que nadie se esfuerza por hacer cumplir. La carga y posterior limpieza de los mosquitos fumigadores a escasos metros de la humanidad de una pequeña de 3 años con glifosato en su sangre, demuestra la perversidad de los deshumanizados.
En noviembre del 2017, la niña estuvo internada 30 días debido a su pérdida de peso y deshidratación, ya que un cuadro de vómitos severos la invadió. Esto alertó a sus familiares que rápidamente la trasladaron hasta el S.A.M.CO de Barrancas, para terminar en el Hospital de Niños de Santa Fe, allí los pediatras de la Institución le diagnosticarían Glifosato en sangre.
Hoy Ludmila vuelve a repetir ese cuadro, un envenenamiento cotidiano que la obliga a permanecer enclaustrada por la desidia de los adláteres de la desesperanza y la muerte. Ludmila no puede concurrir al jardín por su vulnerabilidad, le han cercenado la posibilidad de ser niña, de abrazar lo lúdico, de disfrutar una etapa amiga de los sueños y hermanada con los duendes de la alegría.
Mi nieta está repitiendo el cuadro severo de vómitos que supo tener tiempo atrás producto de los agroquímicos. Se descompensó el jueves 18 de abril, lo cual derivó que tuviésemos que llevarla de urgencia al Hospital de Barrancas, allí el diagnóstico fue el mismo que la última vez, contaminación por químicos”, de esta manera iniciaría la charla Mariela Marioni, abuela de Ludmila.
Un verdadero infierno, así transcurren los días de la familia Terreno en Bernardo de Irigoyen, “mi nieta no puede salir al patio, debe tener muchísimo cuidado de tener contacto con los venenos, pero al tener un depósito de agroquímicos al lado esto se ha convertido en un verdadero calvario. Apenas siente el fuerte olor a veneno, se descompone, lo primero que hace es tomarse su cabecita porque le agarra un fuerte dolor y a posterior, comienza con los vómitos”, enfatizó Mariela.
El silencio y complicidad de las autoridades comunales, ponen de manifiesto la irresponsabilidad concreta de aquellos que deben velar por la salud de la población más vulnerable, la de los niños. “El presidente comunal es Rubén Alejandro <Jani> Ramírez, una persona que lejos de ayudarnos para que Ludmila pueda dejar de padecer este envenenamiento cotidiano, mira para otro lado, es claramente cómplice de que la salud de mi nieta haya empeorado”.
Los facultativos médicos no descartan que la niña pueda contraer leucemia, ya que su sangre lejos de regenerarse, sigue expuesta a los venenos que se manipulan de manera impúdica en el depósito de agrotóxicos de la firma José Pagliaricci.
“Es muy doloroso lo que estamos viviendo, observar a mi nieta en el estado que se encuentra, me genera una impotencia muy grande. Los medios de comunicación de la zona se silencian, he golpeado las puertas de todos ellos sin recibir ninguna respuesta, la pauta acciona como mordaza. Nos encontramos muy solos, desesperados, esta gente está esperando que Ludmila se muera para que dejemos de reclamar lo que nos corresponde, que no es otra cosa que recuperar la calidad de vida cercenada”, concluyó.
Una familia que no piensa bajar los brazos más allá de la incuria que la acorrala, un espinoso sendero en donde la perversidad del Estado y el privado, conforman una sociedad negligente que solo busca acunar sus mezquinos intereses.