(Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB) Los que conocían a Ricardo Klein en la zona de Manuel Alberti, en el partido de Pilar, decían que era un tipo “difícil”, “duro” y “carcamán”. El hombre era albañil y se dedicaba también a comprar y vender chatarra. Un día a principios de septiembre de 2015 pasó por su casa un vecino a comprar unos cartones y no lo encontró. Se lo contó a un familiar del “carcamán”, que intentó verlo a su vez. Klein nunca estaba, solo atendían la puerta sus hijos.
El sábado 12 denunciaron la desaparición del albañil y la Policía allanó la casa de Sarratea 2726 la madrugada del día siguiente. Allí encontraron restos humanos quemados; más tarde, en un baldío se hallaron 16 bolsas con cenizas, huesos y más restos calcinados. Había sido un doble parricidio: los hijos de Klein (Karen) y de su mujer, Miriam Kowalzuck (Leandro Acosta), que además eran pareja entre sí, los habían baleado, descuartizado y quemado en el patio de su casa. Y se rumoreó que Acosta había llegado al canibalismo en su rapto de locura homicida.
La escena del domingo era dantesca. La Policía encontró primero una pelvis y parte de una columna vertebral calcinadas en un tacho de pintura en la terraza de la vivienda. Luego hallaron rastros de sangre en la cabecera de la cama del dormitorio principal, donde Klein padre fue asesinado de un tiro en la cabeza mientras dormía. También había en una pared de esa habitación un goteo de proyección de sangre. En el acceso a ese dormitorio y en todo el pasillo que comunica esa habitación con la puerta de salida, el luminol detectó la presencia de sangre ya que allí había sido asesinada a balazos Kowalczuk.
El matrimonio había sido asesinado el 2 de septiembre. “Estuvieron como diez días conviviendo con los cuerpos descuartizados de mi hermano y mi cuñada, pero ellos hacían una vida normal. Mi sobrina siguió yendo a trabajar y a llevar a los chicos a la escuela como si nada”, relató Raúl, el hermano de Klein, a la prensa.
“Se me puso todo blanco”
¿Qué pasó el día del doble crimen? Casi cuatro años después de los hechos y previo al juicio que lo condenaría a prisión perpetua, Leandro Yamil Acosta concedió un reportaje a Telefe desde el penal de Melchor Romero donde estaba preso. Allí contó que “desde que empecé a vivir con mi vieja y con mi padrastro empecé a notar maltrato físico y verbal hacia los chicos”, es decir, sus hermanos mellizos nacidos de la pareja Klein- Kowalczuk en 2004. Comenzó a sospechar una situación de abuso sexual que afectaba a los chicos, un varón y una nena.
Momentos antes del doble parricidio, afirmó que oyó a Klein padre decir que pensaba tener relaciones con su hermanita de once años. “Cuando escucho eso le pego una piña en la cara, nos empezamos a agarrar y a darnos golpes. Mi mamá me agarra y me sostiene los brazos. Entonces viene ‘el otro’ y me emboca. Y me dice ‘Leandro, no te metas que no son tus hijos’. Se me puso todo blanco. Karen dice que me vio matarlos. Yo no me acuerdo de nada. Tengo algunas imágenes en la cabeza: dos cuerpos echados, Karen llorando, todo el piso con sangre, el olor a sangre. Más tarde, una muralla de fuego como de ocho metros, los cuerpos quemándose en el patio de mi casa”.
“Ahora estoy en paz”
Al principio, la defensa de Acosta aseguró que era “inimputable”. Su abogada Mónica Chirivin se basó en una charla que mantuvo con Leandro en la comisaría en la que, según la letrada, el acusado le dijo que “probó un pedacito” de carne humana, que luego de cometer el parricidio sintió “un alivio orgásmico” y que no tenía arrepentimiento. De todos modos, se aseguró que no había nada en las pericias que corroborara ese presunto acto de canibalismo.
En tanto, Leandro escribió una carta a Karen desde el neuropsiquiátrico donde fue internado, que se hizo pública: “El monstruo ya no vive más, está acá conmigo. Ahora estoy en paz, un poco enfermo, aquí me dan remedios que son pastillas y nadie me dice discapacitado de mierda como me trataban en mi casa”.
El juicio
En octubre de 2019, el TOC 7 de San Isidro condenó a prisión perpetua por el crimen de sus padres a Klein y a Acosta. En ese juicio, la fiscal Laura Zyseskind dio por probado que, cumpliendo distintos roles y con una planificación previa, ambos cometieron el doble parricidio el 2 de septiembre de 2015 cuando sus hermanos mellizos no estaban en la casa porque Kowalczuck los había llevado al colegio.
En el juicio, Acosta confesó que había asesinado a su padrastro de un disparo, pero -algo que jamás sugirió en la entrevista televisiva citada más arriba- dijo que su hermanastra mató a su madre luego de que él dejara el arma sobre una mesa. En tanto, si bien no declaró en el debate, Karen siempre sostuvo que ella sólo fue testigo de los crímenes de sus padres y que si no había denunciado nada era porque estaba amenazada por Acosta.
Karen había llegado libre al debate con una falta de mérito, pero fue detenida luego de los alegatos en el juicio de 2019 por pedido de la fiscalía para cumplir condena en la Unidad 47 de San Martín.
Tras la condena, la joven envió una carta a los medios en la que afirma, en referencia a Leandro, que “jamás imaginé que estaba incorporando un monstruo a mi vida. Un ser violento que día a día apagaba mi felicidad”.
Reducción para Karen
En marzo de este año, el Tribunal de Casación Penal bonaerense confirmó la condena a prisión perpetua de Acosta pero ordenó reducir la pena para Karen Klein al considerarla “partícipe secundaria” y no “coautora” del doble parricidio.
En tanto, Leandro continúa en el neuropsiquiátrico que funciona en la Unidad 34 del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), en la cárcel de Melchor Romero. Allí compartió celda durante un tiempo con otro asesino que sí se probó que había devorado a su padre en un guiso: Raúl Ernesto Piñel, el “caníbal de Daireaux”. Pero esa es otra historia. (DIB)