Como ya ocurrió hace unos años con un grupo de madres cordobesas que se unieron por el espanto de verse enfermas y de ver morir a sus hijos y en consecuencia decidieron emprender la lucha cuerpo a cuerpo contra el modelo de agricultura tóxica; hoy son miles las madres que resuelven ponerse en el frente del conflicto, en la primera línea de lucha para defender a los suyos y a los que vendrán, tratando de no morir en el intento.
Ese es el caso de Sabrina Ortíz, mujer y madre de Pergamino que enfrentó a los responsables de las enfermedades que sufre su familia. Tras la pérdida de un embarazo y los problemas de salud de sus hijos Fiama y Ciro, su esposo Sergio y su padre, que vivía en la casa contigua en el barrio Villa Alicia, comenzó a golpear puertas para entender lo que le ocurría.
La férrea decisión de no bajar los brazos a pesar de los escollos la llevaron a tomar decisiones impensadas para transitar el camino hacia la búsqueda de soluciones que alivien sus padecimientos y los de su familia. Incluso, y como ejemplo destacado de su obstinación, ante la falta de representación legal confiable decidió emprender la carrera de abogacía para así llevar adelante las causas de contaminación que resultaban de su lucha.
«En un momento me encontré con que todos teníamos problemas de piel o alergias y que a pesar de que vivíamos en zona urbana, nos fumigaban calle de por medio en un predio muy cerca de las casas. Nuestros reclamos no eran atendidos y los inspectores hacían la vista gorda. Había y hay una corrupción muy grande». contó a LaCapital. «Costó mucho recuperarme de la pérdida de un embarazo tan deseado y al ver que no encontraba respuestas de quienes debían dármelas, decidí estudiar derecho porque tampoco conseguía abogados que quisieran llevar nuestro problema a la Justicia. No estaba en mis planes ser abogada pero la necesidad hizo que me viera atrapada en una situación donde no podía hacer nada mientras veía que se enfermaban todos mis seres queridos», relató.
Fue así que con todo el esfuerzo que implicaban las tareas de una mujer con trabajo, con una familia y con graves problemas de salud —como por ejemplo haber sufrido dos ACV isquémicos—, Sabrina emprendió sus estudios y en menos de cinco años consiguió su título, a principios de 2017. «Me matriculé primero en la provincia y luego a nivel federal. Después de denunciar una vez más en la Justicia provincial la situación de mi barrio y ver que todo quedaba en foja cero, decidí hacer la denuncia en fuero federal», detalló.
«Denuncié en forma anónima. Tenía miedo ya que habíamos pasado por situaciones muy complicadas desde que empezamos a luchar contra el uso de agrotóxicos. Me balearon el perro, me tiraron bidones de agroquímicos en mi casa, hicieron muchas cosas para amedrentarnos. Pero una vez que el juez empezó a mover el expediente, decidí presentarme, ampliar la denuncia, aportar más pruebas y constituirme como querellante en la causa», explicó.
Glifosato en el cuerpo
«En esa instancia contaba con los análisis que demostraban que tanto mi esposo, mis hijos y yo, teníamos agroquímicos en la sangre. Entonces solicité que además de tomar muestras de agua en mi casa, también se hiciera en mi barrio y en los otros que están cerca de los campos sembrados. Incluso se incorporó uno que está en el otro extremo de la ciudad, pero que se comprobó que en sólo cuatro manzanas tienen 53 casos de cáncer», se asombró.
A medida que estudiaba, Sabrina también atravesaba situaciones muy dolorosas. «Nunca nos imaginamos que los problemas de mi hija eran consecuencia de la cantidad de agroquímicos que tiene en el cuerpo. En Pergamino, Junín y Rosario creían que sus causas eran traumatológicas, hasta que consultamos en Capital y lograron diagnosticarla. Encontraron que tenía quistes en los huesos aparentemente causados por una bacteria que, al realizar las biopsias, no hallaban», contó Sabrina.
Tras consultar varios especialistas sin encontrar respuestas, los médicos indagaron sobre el entorno donde vivían. Al referenciar que habitaban cerca de campos fumigados, se decidió realizar análisis toxicológicos a los dos hijos, ya que el niño también tenía problemas de salud. La sangre de Sabrina también fue analizada.
«En ese momento se determinó que el niño tiene 120 veces más glifosato en sangre que lo aceptable, mi hija 100 y yo 53 veces más», describió. La conclusión médica fue que el glifosato presente en la sangre altera el sistema inmune de Sabrina y sus hijos, haciendo que se autodestruya y que afecte algún otro sistema del cuerpo. Fiama sufre de la proliferación de quistes óseos y Ciro desde los dos años desarrolla ganglios dentro de los intestinos, en las zonas blandas del abdomen o alrededor de la aorta, por ejemplo.
Los graves problemas de salud de los hijos de Sabrina complicaron su vida diaria impidiéndoles tener una niñez y adolescencia normal. «Vivíamos cerca del club y mi hija hacía muchos deportes, pero a los 14 años ya no pudo continuar. Pasó un año en silla de ruedas. Fue muy difícil, no podía dormir del dolor e incluso terminó el secundario con una maestra domiciliaria y atravesó varias intervenciones quirúrgicas. Hoy tiene 18 y a pesar de que ella siempre tiene una actitud positiva se perdió toda la adolescencia aislada y visitando a los médicos», relató con dolor.
Por otro lado, Ciro que hoy tiene 7 años es inmunodepresivo y los ganglios que surgían alrededor de la aorta podían comprimirla y tenían que someterlo a revisiones semanales. «Llegó un momento en que eran incontables los ganglios que tenía en los intestinos. Fue muy duro. Como padres era terrible saber que lo que le estaba pasando era producto de haber sido envenenados constantemente», disparó. «Nos mudamos a la otra punta de Pergamino, sin embargo hay mañanas que acá se respira veneno en la ciudad, no importa dónde estés. Estamos rodeados de campo y ya sea por la deriva o cualquier otro factor el veneno siempre llega», sentenció.
El fallo
Comprobado científicamente el daño genético en la población más expuesta y teniendo en cuenta que el agua que consumen en Pergamino contiene 18 agrotóxicos diferentes, la Justicia federal dictaminó un área de exclusión total de 1.095 metros para las fumigaciones terrestres en todo el radio de la ciudad y de tres mil metros para las aéreas. A partir de allí, el municipio hizo todo lo posible para que la medida precautoria no se cumpla.
Sobre el fallo de Pergamino dispuesto por el juez federal, Carlos Villafuerte Ruzo, la abogada expresó que «desde la organización de Madres de Barrios Fumigados lo vivimos con alegría porque de una vez por todas la Justicia empezó a trabajar para intentar devolvernos los derechos que se vulneraron en mi familia y en todos los que en esta ciudad sufrieron tanto abandono».
«No solamente festejamos la medida sino que entendemos el porqué. Los especialistas de la Universidad de Río Cuarto comprobaron que existe daño genético lo que nos pone a todos en una situación compleja y casi desesperanzada desde el lado de lo que tienen que resolverla».
La abogada dijo que «si bien la medida judicial ayudará a paliar la situación porque entre otras cosas habla de la provisión de bidones de agua potable, aún así sabemos que los 18 agrotóxicos siguen allí, que hay mucha gente que hoy no es atendida o no hay especialidades para sus necesidades».
“Hay madres que perdieron a sus hijos por leucemia o malformaciones y otras que tienen a sus hijos con problemas de desarrollo mental”, resaltó Sabrina y enfatizó que en el caso de los barrios más afectados “la situación se empeora por la pobreza. Hay sectores muy humildes, con necesidades básicas insatisfechas y que, a pesar de los pedidos desesperados para que se les brinde ayuda, aún no lo conseguimos”.
“No se trata solo de nombrar a los agroquímicos sino de hablar sobre lo que viene detrás del veneno. Eso es lo que se vive a diario acá, peleando muy solas contra sectores poderosos que dividen aguas y nos tratan como a las 15 o 20 locas que salimos a gritar con un cartel”, remarcó y reforzó: “Pero la realidad es mucho más compleja y está bueno que se conozca el lado B. Que se sepa que cuando se pierde la salud y la vida no nos queda nada y eso es lo más duro”.
Sabrina Ortiz enfatizó que “afortunadamente la Justicia nos está dando lo que desde la política se niega, una medida de protección”.
“Necesitamos que paren de fumigarnos descontroladamente sobre nuestras cabezas. Además esta medida sirve para poner en debate el tema del modelo productivo en Pergamino, que es la ciudad de Monsanto”, dijo y agregó que “sabemos que el agronegocio estará obligado a pensar en otros modelos productivos para aprovechar esas tierras. También que la política si bien está de su lado, tampoco les brinda a los productores las herramientas para que zafen de un sistema que es completamente nocivo y pasen a uno menos perjudicial. No hacen ni una cosa, ni la otra”.
“Estamos en una encrucijada donde la salida es pasar de un modelo productivo destructivo y para nada sustentable a otro que sea socialmente justo como la agroecología. Lamentablemente los ciudadanos quedamos en el medio, padeciendo la inacción del poder político”, dijo.
“El agronegocio es muy poderoso y tiene mucho peso dentro del ámbito político donde se toman las decisiones, pero tengo la esperanza de que en algún momento se entienda lo perjudicial que es este modelo. El problema es que, a pesar de que está científicamente comprobado el daño que ocasionan los agrotóxicos, hay algo que se llama ’don dinero’ que tapa toda la información y llena los bolsillos de un grupo a costa de la vida de las personas”, remarcó.
“Tengo muchas cosas por hacer, por mi familia y por la gente que no tiene forma de reclamar, que además de todos los problemas que la situación les provoca, tienen una soledad terrible, como la que sufrí yo en su momento”, concluyó Sabrina, valiente y firme en sus convicciones.(LA CAPITAL)