(Por Victor Calvigioni) El homicidio en Pergamino conmovió a la región, y ese 24 de enero de 1997, en la ciudad de Colón era lo único que se hablaba en los corrillos de los clubes y comercios. Hacía muy pocos días que a Torrecilla se lo había visto en un bar céntrico, (La Petit) compartir una mesa ubicada en la vereda de la calle 20 y 47, con amigos.
Todavía resuenan las palabras del comisario mayor de la ex Región VII de San Nicolás, Héctor Enrique Penini, en una conferencia de prensa brindada en Pergamino el jueves 30 de enero de l997 y que argumentó: “ El homicidio nos ha llamado la atención debido a sus características”. El uniformado realizó comentarios sobre la forma en que actuaron los asesinos y su profesionalidad, que podrían vincularse con un crimen por encargo.
Poco meses después, llegó un anónimo a manos de los investigadores que según dijeron podría esclarecer el hecho que había conmovido a Pergamino. Nunca se supo las conclusiones a los que llegó la pesquisa. Se decía que el anónimo provenía de Rojas y que podría haber sido escrito por policías. Las versiones extraoficiales hablaban sobre datos precisos, presuntos homicidas y monto pagado para realizar la ejecución.
La verdad nunca llegó, a pesar de consignarse a 15 hombres para buscar datos, indicios y precisiones. Las hipótesis fueron muchas. Los “of the record” hablaban de posibles vinculaciones con el juego clandestino y una guerra entre mafias. La verdad todavía se encuentra bien oculta. Los asesinos y planificadores fueron los protagonistas de una trama siniestra.
Francisco “Pancho” Torrecilla era ampliamente conocido en Pergamino y Colón. En nuestra ciudad muchas veces se lo podía observar en una céntrica confitería. Las amistades colonenses estaban repartidas por todos los barrios y lo ocurrido impacto en la opinión pública, desatando un número de versiones muchas de ellas contradictorias.
Lo más llamativo de este caso apareció pocos días después del hecho en cercanías de un arroyo de la región y demostraría que el crimen fue planificado con mucha antelación. El viernes 24 de enero de 1997, debajo de un puente que cruza el cauce del arroyo “Botija” camino a Bigand, personal de la Comisaría Primera de Pergamino, encontró un auto Fiat Uno, color bordo oscuro. La patente del auto había sido cambiada, ya que el modelo sería1994 y correspondía a un vehículo comercializado en 1980. El auto fue utilizado para movilizar a los asesinos del pergaminense
Los pedidos de secuestro del automóvil determinaron que Fiat Uno, utilizado por el comando homicida, había sido robado el 30 de diciembre de l996, en la localidad de Tres de Febrero, ubicada en el conurbano bonaerense. La primer observación salta a la vista. El escenario del robo del Fiat y su utilización en Pergamino para asesinar a Torrecillas, estaban separados por 200 kilómetros y veinticuatro días en el tiempo.
Los informes hablan por sí solo que el homicidio no fue un acto de arrebato, y se desprende la minucioso de la planificación. La versión de una organización que actúo por encargo desde San Nicolás fue tomando fuerza en los primeros días. También en un cauce de agua se buscó las ganzúas que habrían servido para “levantar” el vehículo.
La hipótesis indica que los asesinos con casi un mes de anticipación podrían haber planeado el hecho. El primer problema de los delincuentes era conseguir un auto para actuar y luego abandonarlo sin dejar rastros. Los miembros del comando se movilizaron casi hasta la Capital Federal para conseguirlo. Los peritos no pudieron levantar huellas digitales del habitáculo. Los delincuentes limpiaron el interior minuciosamente sus huellas digitales antes de abandonarlo camino a la localidad santafesina de Bigand.
Además el comando que actuó necesitó una apoyatura logística, realizar una inteligencia previa para conocer los pasos y costumbres de la víctima y luego encontrar un escondite seguro. Los datos llevan a pensar que debió haber una organización de entre seis y ocho personas detrás del atentado. Lo notable es que la policía no logró “filtraciones” en un submundo muy “particular” y luego de semejante hecho de violencia debió sacudirse.
Las armas
En el transcurso de l997, acontecieron algunos hechos que fueron relacionados con la muerte de Torrecilla. En ese entonces hubo varios allanamientos en Pergamino, Las Flores y Colón, debido al intento de asalto a la penitenciaría de Junín, donde se detuvo a 11 personas y se secuestraron armas de guerra. Las primeras versiones oficiosas señalaban que el arma asesina podía estar entre las secuestradas. El propio comisario Oscar Mendez, luego de las respectivas pericias declaró que los rumores no tenían fundamentos.
El comando
El viernes 24 de enero de l997, los habitantes de Pergamino y Colón se conmovieron. En la vecina ciudad, nunca se había registrado una crónica policial de estas características. El reloj de la Confitería “El Sol”, propiedad de la víctima, marcaba las 0.26. Un Fiat bordó se detuvo a tres metros de una mesa que era compartida por “Pancho” Torrecilla y Faustino Paz (su mano derecha). El vehículo quedó en marcha y se apearon dos individuos que sin mediar palabras dispararon a mansalva con un revólver calibre 38 y una pistola 9 milímetros con balas encamisadas (letales).
El pergaminense muerto recibió dos balas en su cuerpo. Uno ingreso en la zona inguinal y en su trayectoria interesó las vértebras lumbares. El asesino disparó caminando ( es costumbre de los profesionales de alta escuela). El segundo disparo fue a quemarropa y explotó debajo de la axila perforando en su trayectoria la vena aorta, y rompiendo la décima vértebra lumbar, alojándose en el hemitórax derecho. Por su parte, Faustino Paz recibió un disparo en su pierna derecha.
La profesionalidad de los ejecutores fue llamativa. La sangre fría del homicida en medio de una calle muy concurrida solo necesitó dos balas para matar a Torrecilla demuestra su pericia. Por su parte, llamó la atención que el segundo malviviente disparó al aire para distraer a los transeúntes, y de esta forma atemorizarlos y paralizarlos. Una metodología muy “fina” usada en atentados callejeros por malvivientes con alta escuela. Los asesinos tuvieron certeza y lograron confusión en el escenario del atentado.
Los recuerdos
Faustino Paz recordó el episodio diciendo: “ En un momento observé que venía un Fiat Uno, escuché un ruido y sentí que tenía la pierna dormida”. Agregó: “ Le dije a Pancho los pibes de Mamacocha (otro lugar de esparcimiento nocturno perteneciente a Torrecilla) han tirado una bomba de estruendo y me han dormido la pierna, Pancho se apoyó sobre la mesa de madera y me dijo no es eso estoy herido, yo le repetí, es el pibe que tiró una bomba Molotov y allí me di cuenta que estaba herido”.
Sobre los últimos momentos de Torrecilla dijo: “cuando comenzaron los disparos levantó los brazos hacia la cara y dijo no me tires hijo de pu.., se apoyo sobre mis rodillas y me pidió que llamara al doctor porque se moría. Le conteste no puedo porque también estoy herido”. El cuerpo de Torrecilla vestido con un jogging, quedó sin vida. En forma posterior, los policías habrían reunido datos que el muerto debía concurrir a una confitería del cruce de caminos para una importante reunión.
El lunes 5 de mayo de l997, sucedió otro ilícito que se relacionó con el homicidio de Torrecillas. En este sentido, un quiosco propiedad de
Faustino Paz y una vivienda habitada por Daniel Rimoli, fue atacada a balazos. El comercio estaba ubicado en Vicente López al 700. La crónica señala que a las 5 de la mañana, autores desconocidos dispararon varias veces contra el frente de la vivienda destruyendo las vidrieras del quiosco. A la misma hora, pero en la calle Alberdi al 600, Daniel Rimoli, había denunciado que personas con antorchas incendiaron un quincho de paja ubicado al costado de la casa familiar. Ambos denunciantes eran amigos de Pancho Torrecilla.
El esclarecimiento de la muerte del pergaminense es una deuda pendiente de la policía y la justicia Aunque axioma policial señala: “Tiempo que pasa verdad que se aleja”. Cuando en 1997 se realizó la reforma judicial de León Arslanian el expediente judicial fue girado para investigar a la entonces Brigada de Banfield. Jamás volví a tomar contacto con el profuso expediente. El crimen quedó impune.