En 1922, un chacarero en la localidad de Azul mató a seis familiares y dos peones. El hecho se convirtió en el primer homicidio múltiple registrado en el país.
“Así llegados a la Estancia denominada ‘La Buena Suerte’, con un tiempo nublado y a ratos lluvioso, observamos el paraje en completo silencio y sin que nadie viniera a nuestro encuentro para recibirnos. Ello nos dio la impresión, por tal soledad, que algo grave allí había ocurrido”. Así comienza un expediente que reconstruye uno de los casos que más sacudió a la criminología argentina. Mateo Banks y Keena, un reconocido productor rural de la localidad de Azul, ahogado por la bancarrota, mató a sangre fría a ocho personas, entre ellas a tres de sus hermanos y dos de sus sobrinas. Corría el año 1922 y el hecho se convirtió en el primer homicidio múltiple registrado en el país.
Banks se presentó ante la Policía el 19 de abril por la mañana para relatar que la noche anterior se había producido un asalto en dos estancias de la familia y que sus peones Juan Gaitán y Claudio Loiza habían matado a sus hermanos Miguel, María Ana y Dionisio, a su cuñada Julia Dillon, a su sobrina Cecilia y que había desaparecido Sarita, de 12 años de edad. En defensa, él había ejecutado a Gaitán y había herido a Loiza.
Frente a los oficiales, el chacarero entregó la escopeta usada y quedó detenido hasta tanto se aclarara todo. Y horas después todo se aclaró; y Mateo, ese ferviente católico, buen padre de familia, miembro del Jockey Club de Azul, pero también arrogante, pendenciero y vehemente apostador, había sido el autor de la masacre.
Cuenta la historia que Mathew había llegado a la Argentina a mediados del 1800 proveniente de Irlanda. En 1867 se casó en la localidad de Chascomús con Mary Anne Keena, también descendiente de irlandeses. Además de Mateo, tuvieron seis hijos: María Ana, Dionisio, Miguel, Pedro, Catalina y Brígida. Hacia 1922, en Azul vivían cuatro de ellos, que administraban hacienda en las estancias “La Buena Suerte” y “El Trébol”.
Mateo, de 44 años, llevaba adelante una vida social y económica que no iba de la mano de sus ingresos. Endeudado, recurrió a todo tipo de artilugios para poder seguir adelante. Hasta que días antes de los crímenes presentó en la Municipalidad local tres certificados firmados por Dionisio, en representación de Banks Hermanos, en los que se acreditaba la transferencia de 145 novillos, 700 lanares y 600 vacas. Había falsificado la firma. Ese camino ya no tenía retorno.
Envenenamiento fallido
El 18 de abril Mateo buscó envenenar a sus familiares con estricnina en la comida. El puchero quedó amargo, pero no fue mortal. Jugado, fue por más. Ya cuando el sol caía en “La Buena Suerte”, disparó su rifle Winchester sobre la espalda de su hermano Dionisio. Ante los gritos de Sarita, la hija del hermano, la golpeó con la culata del rifle y la arrastró hasta un pozo. Como vio que se movía, la ejecutó de dos disparos.
Tras permanecer un tiempo al lado del cuerpo de Dionisio, ya de noche llegó al lugar Gaitán, uno de los peones que había ido al pueblo de Parish. No le dijo nada, simplemente lo mató de un balazo en el pecho. Era momento para Mateo de terminar su plan. Se subió al sulky y se fue hasta “El Trébol”.
Una vez allí, convenció a otro peón, de apellido Loiza, que lo acompañara de regreso a “La Buena Suerte” ya que, le dijo, Dionisio, no se sentía bien. Pero a mitad de camino un escopetazo sonó en medio del camino rural y terminó con la vida del peón. Allí Mateo, sereno como si nada hubiese pasado hasta el momento regresó a “El Trébol”, donde vivían Miguel, casado con Julia Dillon, y María Ana la hermana mayor y soltera de los Banks.
Cuando todos dormían, Mateo convenció a María Ana que lo acompañara hasta la otra estancia por la salud de Dionisio. Nuevamente la misma trampa y con un final similar. Ya en camino, le disparó sin piedad por la espalda. De regreso, fue a la habitación de Miguel y Julia, a quien le hizo creer que no se sentía bien y le preparó un té. Cuando se lo fue a llevar, el sanguinario criminal le disparó. Julia dio un grito, media vuelta, caminó unos pasos y cayó. Luego fue el turno de su hermano Miguel y de su hija Cecilia, de 14 años. A la menor del matrimonio, Anita, la encerró en un cuarto junto a la hija del peón y escapó del lugar. Habían pasado quince horas del primer escopetazo.
El final
Ya en horas de la madrugada, Banks fue hasta la casa de un médico amigo, Rafael Marquestau. Inventó que su familia había sido masacrada. Dos peones eran los artífices. El médico y un abogado que se negó a defenderlo lo convencieron para que vaya a la Policía, donde relató esa misma fábula.
Mientras el pueblo, de unos 30 mil habitantes en esa época, amanecía conmocionado y la noticia iba ganando las primeras planas de los diarios nacionales, Mateo se hundía en contradicciones. No le quedó más remedio que confesar y en marzo de 1923 fue enjuiciado, en medio de una multitud que fuera del tribunal esperaba para hacer justicia por manos propias.
En el juicio, dijo que había confesado con torturas. Pero las evidencias eran lapidarias. Fue condenado a reclusión perpetua, y si bien su defensa logró anular el proceso, uno nuevo confirmó la sentencia. Sus siguientes años los pasó en Ushuaia, en la cárcel del Fin del Mundo.
En 1942, “el místico”, como había sido apodado en la cárcel, salió en libertad. Lo hizo antes de tiempo debido a su buena conducta. Con 70 años, volvió a Azul y luego viajó a Olavarría, donde residían su mujer e hijos. No fue bien recibido y siguió sus días en una pensión del barrio porteño de Flores bajo el nombre de Eduardo Morgan. Una mañana de 1949, cuando disponía a bañarse se desnucó al golpearse contra el borde la bañera. Tenía 77 años. Su cuerpo quedó en el cementerio de la Chacarita, donde ni una cruz oxidada lo recuerda, como sí la tienen en Azul los familiares a los que mató. (DIB) F.B