(Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB) Fue el 24 de julio de 1942 cuando quedaron en libertad. Pero la libertad no los hacía libres o, al menos, les dejaba secuelas que los acompañarían por el resto de su vida. Habían sido once años duros para Pascual Vuotto, Reclús De Diago y Santiago Mainini. Su lucha inclaudicable y valiente, junto a la presión nacional, hizo que pese a que sobre sus huesos dañados caía una condena, el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Rodolfo Moreno, intercedió para que salgan de prisión.
Todo había comenzado un mediodía del 5 de agosto de 1931 en la ciudad bonaerense de Bragado, cuando un cajón de manzanas estalló y mató a la cuñada y a la única hija de José María Blanch e hirió a la esposa. Era el primer año de la dictadura del general José Félix Uriburu tras el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, y la ciudad que por ese entonces tenía unos 30 mil habitantes se vio sacudida por el ataque al candidato a senador conservador.
Hacia fines del XIX habían llegado con la inmigración masiva los primeros activistas anarquistas al país, pero en los años 30 ya no tenían casi peso en la sociedad. Más allá de esto, y con la sombra de los asesinatos de dos militantes anarquistas como Severino De Giovanni y Paulino Scarfó, en febrero de 1931, la escena política estaba convulsionada. Por eso no extrañaban en esos tiempos las persecuciones a sectores izquierdistas de la clase obrera.
Y Bragado no escapaba a esa violencia. De hecho, los libros de actas del Registro Civil local revelan que en la década del 30, cuando las rencillas políticas eran moneda corriente, hubo un promedio de diez muertos por año debido a heridas de balas y arma blanca. Toda una pintura de la época.
Justamente un mitin anarquista en el paraje rural de Blas Durañona, partido de 25 de Mayo, fue la excusa justa para que una comisión policial arrestara a Vuotto, un peón del ferrocarril bonaerense, y a sus compañeros Mainini y De Diago, dos obreros ladrilleros que vivían en el conurbano. Fueron los sindicados como autores del ataque a la casa de Blanch, ubicada en la calle Brown 567. También quedaron tras las rejas Julián Ramos, un ferroviario de Mechita, y el ladrillero Juan Rossini.
La lucha como horizonte
A pesar de la falta de pruebas y del resultado negativo de los allanamientos a cargo del comisario inspector Enrique Williman y sus cuatro colaboradores, el juez, de apellido Díaz Cisneros, junto al fiscal redactaron un informe en el que afirmaban que anarquistas y dirigentes radicales estaban detrás del atentado.
Al mejor estilo de la época, los tres fueron salvajemente torturados. De Diago y Mainini no lo soportaron y terminaron confesando un crimen que no habían cometido. Vuotto, en cambio, se mantuvo firme pese a la ferocidad de sus torturadores.
Mientras comenzaba a hacerse popular la historia de los “presos de Bragado”, el médico de la Policía, Francisco Macaya, constató las torturas. Su denuncia ante la Justicia no le valió más que una persecución a su familia, con la que se mudó a Trenque Lauquen, y la expulsión de la fuerza. Pero era el inicio de una movida que incluyó una campaña por la liberación de los tres detenidos, publicaciones y hasta manifestaciones que tuvieron rebote fuera del país.
La vía judicial se había agotado. Tanto la Cámara de Apelaciones de Mercedes como la Suprema Corte de Justicia confirmaron el fallo a prisión perpetua dictado en 1934. Sin embargo, el incansable Vuotto inició su propia lucha desde la cárcel y escribió “Vida de un proletario” con detalles del proceso. Y en medio de grandes movilizaciones, en 1942, el entonces ministro Vicente Solano Lima promovió y logró el indulto firmado por el gobernador Rodolfo Moreno para los tres, a los que se los consideraba los Sacco y Vanzetti de las pampas. Quedaron en libertad, pero no por inocentes. Sobre ellos pesaron por décadas las secuelas de la culpabilidad.
Recién en 1985 se supo que el autor del atentado contra Blanch había sido Rafael Chullivert, rival del caudillo en la interna del Partido Conservador y jefe de encomiendas en el Ferrocarril de la estación de Bragado. Al tiempo del atentado, Chullivert mató a su compañera, a dos hijos de ésta y se suicidó. Confesó ese hecho y el ataque a Blanch en cartas que tomó la Policía pero que nunca hizo trascender.
En 1993 una ley nacional desagravió el nombre y la memoria de los tres “presos de Bragado” por la injusta sentencia que sufrieron. A esa altura, ninguno de los tres vivía. Vuotto, el último sobreviviente, había fallecido meses antes, a los 89 años. (DIB)