(Semanario El Tiempo) Mafalda Secreto es una sobreviviente del maltrato físico y sobre todo psicológico de su pareja que ha sido capaz de matar para salvar a integrantes de su familia del maltrato que sufría.
Es el rostro palpable de una mujer que toda la vida se ha dedicado al trabajo, a la familia y a tener bien a las personas que la rodean que no levantaría la mano ni amagando a pegar; pero en condiciones extremas puede hacerlo todo.
Nadie nunca se iba a imaginar que una madre de familia, abuela, gran compañera de trabajo de sus empleadas del taller de costura en el que trabajaba desde los 15 años en Colón y era un referente de la producción textil de la región.
Todos los testigos hablaron bien de ella hasta el momento y la mayoría hizo apreciaciones negativas hacia José Luis Arena por su adicción a la cocacína, por intimidar con el arma de fuego y por alardear antecedentes criminales.
Pero todo tiene un límite y la psiquis de esa mujer sometida al maltrato, al hostigamiento, a la denigración, al encierro, al consumo de drogas, a pasar días enteros sin dormir y dejar de trabajar en un momento determinado estalló.
Ella explotó casi silenciosamente y en un momento en el que no estaba en peligro directamente porque su hostigador no la estaba manipulando o agrediendo al momento de provocar el disparo.
Mafalda Secreto abrió fuego contra Arena cuando tuvo un lapso de lucidez y advirtió que sus seres más queridos, aquellos de los que hacía un tiempo la habían alejado, correrían peligro si no hacía algo.
José Luis Arena había amenazado con apoderarse de la nieta adolescente con intenciones de comercializarla en una red de tratas de personas paraguaya que le redundaría en beneficios económicos.
La mujer creyó cada una de sus intimidaciones porque ese sujeto fue capaz de todo con ella. La hizo adicta a la cocaína, la hizo perder amistades, la hizo quedar mal con clientes de de la industria textil, la hizo perder empleadas, la hizo abandonar el taller de costura de toda la vida y la alejó de las hijas y nietos.
Él no cambió en nada en sus comportamientos pendencieros y cercanos a las violaciones de leyes penales que merecerían procesos judiciales por abusos de armas, tenencia de estupefacientes con fines de comercialización; entre los que han nombrado en el debate.
Esa noche Arena la llevó a la cama a acostarse a ver una película y la tomó de la mano para tenerla junto a él. Ambos estaban en abstinencia de consumo de cocaína. Al dormitarse Arena aflojó la tensión con la que sostenía a Mafalda. Ella se levantó de la cama para ir al baño. Al regresar vio que en la computadora que usaba Arena había una foto de una adolescente de su familia. Junto a la pantalla estaba el arma de fuego de Arena, esa que le regaló el primo; quien en el juicio negó habérsela entregado.
Mafalda Secreto tuvo un lapsus que la hizo salir de ese laberinto de encierro psicológico al que la había ingresado su pareja tras tanto sometimiento y manipulación violenta.
Empuñó el revólver 48, caminó hacia la cama donde dormía su concubino, destrabó el seguro y lo llamó por su nombre para que la mirara. «José». Él abrió los ojos y vio el caño y otra Mafalda. Una Mafalda que volvía a tomar las riendas de su vida. Una Mafalda que tenía que eliminar lo que la había sumido en lo más profundo de la decadencia social, sin amigos ni familiares ni trabajo. Una Mafalda decidida que disparó. Un disparo que fue certero y luego le habló a ese sujeto para preguntarle retóricamente: «¿Por qué no cambiaste?». Luego sobrevino el segundo y último disparo. Lo que pasó después para ella es parte de un sueño y de la amnesia mental. Así fue como Mafalda Secreto tuvo que llegar al acto extremo para librarse de un sometimiento del que no podía salir por más que ya le había dicho a su victimario que cesara con sus agresiones físicas y psicológicas y nunca la había escuchado ni modificado sus conductas.
El maltrato; encierro; hostigamiento; amenazas y temor a que atentara contra sus familiares han sido los motivos principales por los cuales Mafalda Secreto asesinó de dos disparos a José Luis Arena durante la noche del 30 de mayo de 2019 en la casa de 11 y 50 de la ciudad de Colón.
En la cuarta jornada de debate oral y público comparecieron cuatro profesionales de la salud que intervinieron durante la instrucción judicial en distintos momentos del proceso penal.
La psicóloga forense María Laura Melo en sus treinta años de trayectoria en la Justicia nunca le tocó elaborar un informe pericial a una acusada con todos los síntomas y padecimientos de una víctima.
A lo largo de una hora y veinte minutos declaró ante los jueces Guillermo Burrone, Gladys Hamué y Alejandro Salguero brindando un detallado informe sobre Mafalda Secreto y su diagnóstico.
Su testimonio fue tan valioso que la psicóloga Melo relevó su secreto profesional para brindar a los jueces, al fiscal Ignacio Uthurry y a la abogada Raquel Hermida Leyenda un pormenorizado relato del episodio contado por Mafalda Secreto.
En un hecho casi inédito y sin antecedentes conocidos en los Tribunales de Pergamino: la acusada se tuvo que retirar al patio de Tribunales mientras hizo la brillante declaración María Laura Melo.
La psicóloga no dejó cabos sueltos y la reconstrucción de la psiquis de Mafalda Secreto fue desde su infancia, la adolescencia con el hito que marcó su vida con su padre. A los quince años el padre le preguntó si seguiría estudiando en el colegio secundario o trabajaría. Ella le dijo que no quería estudiar más y prefería ganarse su propio sustento. El padre montó un taller de costura para que fuera independiente y trabajó incansablemente de lunes a lunes desde las seis de la mañana a las once de la noche todos los días a la par de las mujeres que contrataba como empleadas. Más que jefa o patrona era una compañera de trabajo; así lo manifestaron sus empleadas. Era un taller de costura que era referente en la región y le llevaban trabajos desde Santa Fe y Buenos Aires. Se casó tuvo las hijas, acompañó el crecimiento de nietos y nietas. Se separó y volvió a enamorarse del hombre equivocado. El sujeto que fue simpático y entrador; para luego convertirse en su peor tormento. Hasta que una noche decidió que sería la última porque a la mañana siguiente tenía que volver a compartir encuentros con sus hijas.