Existe un largo peregrinar en busca del calor de hogar. No es para menos. Las tarifas eléctricas y de gas natural son una pesada carga económica. El uso de este servicio público desequilibra los bolsillos de los trabajadores. En estos tiempos de penurias o se pone un plato en la mesa para “calentar” el estomago o se usa el radiador para no tiritar de frio.
Una garrafa de diez kilos cuesta 170 pesos. Una familia tipo y para calefaccionarse gasta cinco cargas al mes. (espacio reducido). Una estufa a kerosene está fuera de alcance de las flacas billeteras y monederos de un asalariado/a, en tiempos de ajuste macrista, llevado adelante por un capitalismo salvaje, jamás visto en el país.
El pasado se repite. En el 2001, la Municipalidad de Colón, construía salamandras y las entregaba a las familias que la necesitaban. Muchos construyeron sus propios calentadores. En el mismo sentido, la Municipalidad dejaba en las esquina de los barrios menos pudiente, una carga de marlos y de este modo se pudo “capear” el frio invierno que venía acompañado por una grave crisis económica.
En el 2017, todo parece volver. Esas viejas salamandras olvidadas por más de una década en un alejado rincón, son nuevamente utilizadas. El combustible actual es la leña. En los caminos rurales se puede observar a hombres o mujeres que se trasladan en moto, tirando un carrito y llevando la valiosa carga de troncos cortados.
La ecuación es simple. Las familias para calefaccionarse salen a buscar árboles secos (o no tanto) para así poder llevar un poco de calor de hogar a sus familias. Un largo camino a casa y al confort perdido…