(Por Marcelo Metayer, de la redacción de DIB) Ricardo Güiraldes publicó su gran novela gauchesca “Don Segundo Sombra” en 1926, poco antes de morir. Allí muestra un mundo que ya se estaba desvaneciendo: “De algún modo sentimos que cada uno de los hechos narrados ocurre por última vez”, comentaría Jorge Luis Borges. El personaje de don Segundo ha quedado como una imagen imborrable de nuestra literatura, pero lo que no muchos saben es que estuvo inspirado en una figura real: don Segundo Ramírez, un resero de San Antonio de Areco, nacido el 1º de julio de 1851 o 1859.
Ramírez trabajó en el campo del padre del poeta a principios del siglo pasado. Güiraldes reconoció en el diario “Crítica”, al poco tiempo de publicada la novela, que el hombre fue su fuente de inspiración para “Don Segundo Sombra”.
Así describe a don Segundo en las primeras páginas de la obra: “El pecho era vasto, las coyunturas huesudas como las de un potro, los pies cortos con un empeine a lo galleta, las manos gruesas y cuerudas como cascarón de peludo. Su tez aindiada, sus ojos ligeramente levantados hacia las sienes y pequeños. Para conversar mejor habíase echado atrás el chambergo de ala escasa, descubriendo un flequillo cortado como crin a la altura de las cejas”.
El gaucho Ramírez fue un hombre pacífico y de fino sentido del humor. No hay seguridad sobre su año de nacimiento ni del lugar. Es tradición que vino al mundo en San Nicolás de los Arroyos, pero también lo reivindica Coronda, en Santa Fe, donde incluso le hicieron un monumento. Y se dice que podría haber nacido en San Antonio de Areco o en San Pedro.
En esta última ciudad se casó en primeras nupcias en 1884. Allí figura la boda de don Segundo Ramírez con una viuda llamada Venancia Ulloa. Ramírez declaró ser “analfabeto y jornalero, hijo de Juan de Dios Ramírez y de Venancia Martínez”.
Encuentro en “La Lechuza”
El hombre enviudó tiempo después. Luego de una estadía en alguna estancia sampedrina, se arrimó a San Antonio. En 1903 llegó a la estancia de los Castex, talvez “El Flamenco” o “El Doblado grandes”. Después pasó a “La Porteña” de don Manuel José Güiraldes, intendente de la ciudad de Buenos Aires y padre de Ricardo Güiraldes. Allí domó unas yeguas y se fue. Dicen que anduvo por Zárate hasta que don Güiraldes lo llevó al puesto “La Lechuza” de su estancia “La Fe”. Allí fue donde lo conoció el escritor, en aquellos tiempos un adolescente como Fabio Cáceres, el protagonista de la novela que publicaría recién en mayo de 1926.
Para el artista arequense Miguelángel Gasparini, estudioso de la obra de Güiraldes, “el nombre ‘Sombra’ creo que es un apodo, debido al color oscuro de su piel. Pero pienso que Güiraldes colocó ese nombre literario porque para él Don Segundo representaba ‘más que un ser, una idea’ … ‘una sombra del gaucho que pasará’”.
Tras la publicación del libro, don Segundo logró una fama inesperada. En su tranquila casa de San Antonio de Areco recibía visitas de toda laya que no querían dejar de tomar unos mates y escuchar las pícaras palabras del viejo resero. Así, pasaron Alfonso Reyes, Hermann Keyserling y Waldo Frank. Pero también, según cuenta Borges, “lo buscaban para pelearlo los cuchilleros más mentados de Areco: el Toro, su hijo el Torito y Andrés Soto, molestos por su gloria literaria”.
Días postreros
Ricardo Guiraldes murió en París el 8 de octubre de 1927. Sus restos fueron recibidos en Buenos Aires por el presidente Marcelo Torcuato de Alvear. El cuerpo, escoltado por gauchos será sepultado en San Antonio de Areco. Entre esos jinetes cabalga don Segundo Ramírez. Al despedir los restos, el resero pronuncia estas palabras: “Descanse en paz, patroncito”.
Ramírez sobrevivió al escritor casi diez años. Se volvió a casar en Areco en 1934 con su compañera concubina de toda la vida, doña Petrona Cárdenas, cuando la anciana de 78 años agonizaba en su lecho de muerte.
Su última entrevista apareció en la revista Caras y Caretas nº 1917, de julio de 1936. Allí es descripto como un hombre “acorralado, embretado, como objeto inútil, entre esas cuatro paredes (…) sus ojos pequeñitos y redondos, hechos a la visión de los vastos horizontes, vanse obscureciendo en una cerrazón lenta y segura”.
No obstante el deterioro físico, su mente continuaba siendo la misma y se permitió deslizar unos versos frente al cronista:
Yo tengo mucha experencia
y le vi a dar un consejo.
Mucho ha galopao ¡canejo!
en los campos mi existencia.
He soportao con paciencia
lo que el destino ha querido;
también la dicha he sentido
de la desgracia y la suerte;
y así como el ombú juerte,
a la vida me he prendido.
Todo el que haiga conquistao
con un verso un corazón,
debe cuidar que el jogón
nunca lo encuentre apagao.
Si la mujer a su lao
se hace a veces la enojada,
acariciela, que nada
va a perder usted con eso;
más se gana con un beso
que con una cachetada.
El periodista cuenta también una anécdota. Unos amigos le preguntaron a don Segundo por su salud y éste respondió “¡Cállense, ando más enojao!”. “¿Y qué le pasa, don Segundo?”. “Cómo no voy a renegar, siendo tan duro para morir”.
El gaucho “tan duro para morir” finalmente falleció el 20 de agosto de 1936. Su sepultura está a solo tres metros de Ricardo Güiraldes, “el patroncito” que lo hizo famoso en todo el mundo. (DIB)