(Barbara Garcia INFOBAE) Delia Guerrero preparaba el desayuno para sus hijos Jonás y Josefina que se acababan de despertar en su casa sobre la calle 54 en la ciudad bonaerense de Colón. Sobre la mesa había una leche chocolatada en cartón con un sorbete, una mamadera llena, el mate y la pava con agua caliente. Omar Lagneaux, un íntimo amigo de la familia, estaba en la casa. Como Delia no estaba pasando un buen momento, decidió ir a desayunar con ellos. Pero Omar no pudo ni cruzar la puerta para entrar a la casa.
Sorpresivamente apareció detrás suyo Leonardo Ayala, de 46 años, la ex pareja de Delia, el padre de Josefina, que le apuntó con su Bersa 9 milímetros y le disparó tres tiros: uno en la espalda, otro en la costilla derecha. Omar cayó; Leonardo lo remató con una bala en la nuca.
Una vez adentro de la casa, Ayala le disparó primero en la pierna y después en la cara a Jonás, de 13 años de edad, que vivía con un retraso madurativo y tenía una de sus piernas fracturadas, le dio un tiro en la cabeza y otro en la cara a Josefina, de apenas dos años de edad. Por último, asesinó a Delia con un disparo en la sien.
Minutos después de cometer la masacre y al revisar que no había nadie más en la casa, tomó el teléfono de su ex pareja y llamó al 911 para avisar que habían asesinado a su familia entera y a Lagneaux. Cuando la Policía Bonaerense llegó a la escena se encontró con cinco cadáveres: Ayala se había suicidado a metros de los cuerpos de los nenes.
El hombre, sin embargo, no mató a todos aquellos que ocupaban la casa. Paulina, la hija mayor de Delia, de 16 años de edad, se había ido al colegio poco antes. Colón está en la provincia de Buenos Aires, tiene unos 25 mil habitantes, queda a poco más de 320 kilómetros de la Capital Federal y limita con Santa Fe. El cuádruple crimen evidentemente sacudió a la pequeña ciudad.
Al día siguiente de la masacre durante un allanamiento a la casa de Ayala se encontró una carta destinada a su hijo mayor, Tomás y su sobrina, Oriana, que vivía con él desde hace cinco años. «Ori y Tomi. Ayúdense en este momento difícil. Los amo», decía la carta.
En el escrito, el futuro femicida y asesino múltiple hablaba de una cuenta bancaria, de cómo tenían que hacer para tener acceso y también les decía que en el celular que dejaba había dos audios para ellos. Ayala hablaba en los mensajez de voz de una causa en su contra, de problemas judiciales. «Se va a hacer justicia», «Yo no nací para estar preso» y «en 72 horas se me armó todo para que vaya preso y yo preso no voy a ir»,aseguraban los mensajes que dejó y que hoy forman parte del expediente judicial a cargo de la fiscal Magdalena Brandt, titular de la UFI Descentralizada de Colón, la única fiscal de la ciudad, con un expediente que acumula 230 fojas hasta hoy. Desde el comienzo de la investigación que la causa está caratulada como homicidio agravado por el vínculo, por la muerte de Omar, Jonás y Josefina; y femicidio seguido de suicidio.
Para la fiscal Brandt, la carta y los audios fueron motivo suficiente para sospechar que Ayala había planeado no sólo la cacería sino también su suicidio. La causa que nombra en los audios existe: es una denuncia que había hecho Delia la semana anterior a la masacre en la que lo acusaba de haber abusado sexualmente de su hija Josefina
Delia contó a la Justicia que durante un paseo en auto su hija le dijo: «Papá me tocó la cola con el pito» y se señaló la parte de atrás de su cuerpo. Al hacer la denuncia, la víctima de Ayala recordó un hecho anterior al que no le había dado importancia pero tomaba otra dimensión. Relató que en una ocasión mientras le cambiaba el pañal, la nena le djo «chupa, chupa» y le señaló la vagina. Delia contó que en ese momento no se animó a decirle nada a Ayala y sólo trató de que la nena no lo viera por un tiempo mediante excusas.
En la declaración que hizo el 8 de noviembre, la mujer pedía que Ayala «no se acerque más a nosotras hasta que esto termine». «No sé cómo lo tomará cuando se entere», agregó. Ese mismo día la nena fue revisada por un pediatra y un perito médico. Según el informe médico, Josefina no presentaba lesiones compatibles con un abuso sexual.
Sin embargo, como lo que la nena había contado podía significar un abuso simple, sin penetración, la fiscal Brandt -que luego investigaría la muerte de Josefina y su madre- solicitó una orden de detención o, en su defecto, una prohibición de acercamiento y una Cámara Gesell para hacerle a la nena. El titular del Juzgado de Garantías N°3 del Departamento Judicial de Pergamino, Fernando Ayestarán, negó la detención y dispuso sólo la restricción perimetral. La Cámara Gesell tenía fecha para el 22 de noviembre, pero fue demasiado tarde.
El lunes 12, tres días después, la Justicia notificó a Leonardo Ayala sobre la prohibición de acercamiento y la denuncia en curso. «Ese mismo día Ayala intentó hablar con Delia pero ella no quería saber nada», cuenta Lorena, una prima de Delia..Tres días después, Ayala desató la cacería.
«Estaba dispuesto a todo. Cualquier persona que estuviera en esa casa en el momento que ingresó, lo mataba. Estaba excesivamente armado», contó la fiscal. «Jamás se pudo prever semejante desastre», agregó. A pesar de los rumores en la ciudad, Ayala no tenía antecedentes registrados ni en la fiscalía descentralizada de Colón, ni en el Departamento Judicial de Pergamino.
Ayala fue preparado. En total hubo 13 disparos en la casa pero en los bolsillos del femicida había dos cargadores completos y varios proyectiles más. Cuando los investigadores allanaron la vivienda del autor de la masacre se encontraron con un arsenal impensado: una escopeta Inverstan calibre 12, una escopeta calibre 12 Hatsan, una carabina marca Marlion con mira telescópica marca Golden Antler, una pistola de neoprene y casi 300 balas y cartuchos. Todas las armas estaban registradas. Ayala tenía doce credenciales, otorgadas por el Tiro Federal, el ANMAC y el viejo RENAR.
Mientras tanto, los familiares de Delia tienen algo para decir. No están satisfechos con lo que pasa en la investigación: «Esta tragedia se podría haber evitado. La Justicia dejó sola a mi hija», dice Viviana Vita, la madre de Delia y abuela de los chicos asesinados.
Viviana no perdona a la fiscal por no insistir en la causa por supuesto abuso sexual, ni al juez por no ordenar la detención apenas Delia hizo la denuncia. «Si las cosas se hubieran hecho como corresponde, mi hija y mis nietitos estarían conmigo. Me quedé sola», relata
Delia nunca estuvo en pareja de manera formal con Ayala. «Se vieron tres veces. Ella tomaba pastillas anticonceptivas pero en uno de los encuentros que tuvieron, ella estaba tomando un medicamento por un dolor de muelas y nunca se dio cuenta que reducía el efecto de las pastillas», contó a Infobae Carina una de sus tías, hermana de Viviana. «Ella no estaba a favor del aborto así que decidió tenerlo. Él no estuvo presente en todo el embarazo y cuando nació Josefina apareció en la clínica para darle el apellido. La veía muy poco. Delia discutía constantemente con él por el dinero que le pasaba», agregó.
Viviana llora cada vez que menciona a su familia muerta, fuma un cigarrillo atrás de otro. En su casa en Colón hay desparramados carteles con pedido de justicia para Delia, Josefina y Jonás, fotos familiares y algunos juguetes que su nieta había dejado ahí. «No voy a parar hasta que no se vaya la fiscal y el juez. Acá hay cientos de denuncias por abuso, quiero que se investiguen una por una. No quiero que esto le pase a nadie más», agrega la mujer de 55 años de edad. Con el femicida muerto, lo único que le queda a Viviana y al resto de su familia es ir contra la Justicia.