(Por Victor Calvigioni) La gran pandemia ya se inició y saturará nuestro sistema de salud en la próxima década. Los hospitales y clínicas no tendrán sitió para albergar los efectos del consumo desmedido de alcohol y otras sustancias.
El alcohol, los estupefacientes y su consumo excesivo pueden causar enfermedades como presión arterial alta, enfermedades cardiacas, problemas digestivos, accidentes cerebrovasculares, enfermedades del hígado, cáncer de boca, garganta, laringe, esófago, hígado, mama, colon y recto. La salud pública no alcanzará en su asistencia ante tanto daño en lo que hoy son cuerpo juveniles.
Además de estos trastornos, en la actualidad y en nuestra ciudad, los fines de semana, existen peleas feroces a la salida de lugares de expansión nocturna (casi sin control) con víctimas que llevaran de por vida marcas físicas y síquicas.
Se debe tener en cuenta que no solo es que jóvenes no molesten a una señora en su caminata matinal alrededor de plaza San Martín (en los predios municipales está prohibida la venta y consumo de alcohol y esto no es “charlatanería” barata de algún dirigente perdido en sus nebulosas), si educarlos sobre los peligros del consumo excesivo de alcohol, donde además tengan contención familiar y mirada atenta de los organismos estatales.
Las estadísticas en argentina son dramáticas y demuestran que el consumo de alcohol y otras sustancias comienzan en promedio a los 13 años.
También está demostrado que el 60 por ciento de los jóvenes entre 13 y 17 años, bebe habitualmente algún tipo de bebida alcohólica.
Señala Juan Alberto Yaria en una editorial “La fuerza de los vínculos que genera la vida familiar, la educación escolar con valores a prestigiar y promover y el trabajo como motor de una sociedad son la base del capital social y humano de los pueblos y es la verdadera “vacuna” frente a la invasión de la cultura publicitada y “pervertidora” de las drogas. Nuestro país sufre estos embates junto a la des-familiarizaciòn creciente, la escuela anémica y el trabajo como valor casi ausente en la promoción del ser humano.
El vínculo es constructor de civilizaciones y su destrucción caracteriza a la sociedad de la anomia (“sin norma”) que es cuando la sociedad es incapaz de aportar marcos de referencia necesarios para lograr los hitos que una sociedad requiere; así los individuos no pueden guiar sus comportamientos”.