(Por Marien Chaluf, de la Agencia DIB )“Arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios prejuicios y dejando de implorar sus derechos. Éstos no se mendigan, se conquistan”, dijo alguna vez Julieta Lanteri, la primera mujer en votar en la Argentina y en toda América Latina en 1911, cuatro décadas antes de que se aprobara en el país la ley de sufragio femenino. ¿Cómo lo hizo? Con la audacia y la lucidez que solo tienen quienes se adelantan a sus tiempos para luchar por una sociedad igualitaria.
“La Lanteri”, como llegaron a apodarla con desprecio, logró poner en jaque las injusticias sobre las que se cimenta la sociedad patriarcal y su historia cuenta varias conquistas: fue la primera en ingresar al Colegio Nacional de La Plata, por entonces exclusivo para varones; fundó el Partido Feminista Nacional y se convirtió en la primera en ser candidata a diputada. También fue la sexta egresada de Medicina en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y probablemente la única con dos títulos universitarios en su tiempo, ya que también era farmacéutica.
Nacida en Italia el 22 de marzo de 1873, llegó al país a los 6 años, junto a sus padres y su hermana menor. La familia se radicó en La Plata, ella luego vivió también en Quilmes, hasta que se radicó en Buenos Aires.
Pese a que tuvo alto perfil en la prensa de la época, quedó en las sombras de la historia durante varias décadas, eclipsada por otras figuras de peso del movimiento de mujeres, como Alicia Moreau de Justo, de quien fue contemporánea, y luego de Eva Perón. Una de sus biógrafas, la historiadora Ana María Mena (autora de Paloma Blanca) atribuye el “olvido”, en parte, a su sospechosa muerte.
“Alicia Moreau de Justo fue contemporánea a Julieta, pero Alicia vivió muchos años más, su voz se ha escuchado y entonces quedó como referente. Con la muerte sospechosa de Julieta, la familia se asustó mucho, ella no tenía hijos, tuvieron miedo y se llamaron a silencio”, contó Mena en recientes declaraciones a radio LU5.
Para cumplir cada propósito de su vida, tuvo que librar una batalla: cuando quiso estudiar medicina, se encontró con la negativa por ser mujer y extranjera hasta que fue aceptada, gracias a la pelea que ya habían dado otras pioneras, como Cecilia Grierson, la primera médica argentina.
Julieta egresó de Medicina el 11 de abril de 1907. Algunos años antes, en 1898 se había graduado en Farmacia. Quería ser profesora adjunta de la Facultad, pero la rechazaron por su condición de inmigrante. Entonces, asesorada por Angélica Barreda, quien se había convertido en la primera abogada argentina, comenzó los trámites para obtener su nacionalización.
Si bien un juez de primera instancia falló a su favor, otra de sus biógrafas, Araceli Bellotta, (escribió Julieta Lanteri: pasión de una mujer), cuenta que el procurador fiscal de primera instancia se opuso con la ley 346 de 1869, pero ella apeló.
Para el procurador, Julieta no podía litigar “sin el consentimiento de su legítimo esposo”. Ella se había casado con Alberto Renshaw, un hombre 14 años menor, pero el matrimonio duró tan solo un año. En aquel momento había aceptado sumar a su nombre el apellido del marido pero sin la preposición “de” porque no admitía “amos” ni tampoco quería ser “patrona”.
El marido le dio la autorización y finalmente la Justicia accedió a completar su nacionalización. Lanteri se convirtió así en la primera mujer italiana en obtener la ciudadanía argentina.
Con su nuevo documento en mano, reclamó su puesto en la Universidad y no pudieron negárselo. Pero también fue más allá: ahora, como ciudadana argentina, ¿por qué no podía votar?
Fue entonces cuando con gran audacia reclamó que le reconocieran sus plenos derechos de ciudadana que incluían también los políticos. Aprovechó que la municipalidad porteña había convocado a actualizar los datos del padrón y, en 1911, se anotó al ver que entre los requisitos no figuraba el sexo.
Para votar había que ser ciudadano mayor de edad, residente en la ciudad, que tuviese comercio o industria o una profesión y pagar los impuestos. Ella cumplía con todos esos puntos, pero no quisieron sumarla al padrón, y entonces recurrió una vez más a la justicia.
Curiosamente, el fallo de primera instancia, luego refrendado por la Cámara Federal, resultó a su favor. El juez Ernesto Claros argumentó: “Tengo el deber de declarar que su derecho a la ciudadanía está consagrado por la Constitución y, en consecuencia, que la mujer goza en principio de los mismos derechos políticos que las leyes, que reglamentan su ejercicio, acuerdan a los ciudadanos varones”.
El domingo 26 de noviembre de 1911 emitió el primer voto femenino de toda Argentina y Sudamérica. Lo hizo en la parroquia San Juan Evangelista, en el barrio de La Boca, vestida íntegramente de blanco y fue noticia para todos los diarios.
Julieta, la candidata
Pero aquella hazaña tuvo su contraofensiva: poco tiempo después, se creó una ordenanza que prohibió explícitamente votar a todo ciudadano que no hubiera realizado el servicio militar obligatorio, al que eran convocado solo varones. Entonces, Julieta quiso enrolarse, pero no la aceptaron.
De igual modo, darse por vencida no estaba entre sus planes y fue por más: si no podía votar por ese requisito pero tenía plenos derechos como ciudadana, entonces ahora quería ser candidata.
“Siendo ciudadana argentina, por nacionalización y, en virtud de sentencia de la Corte Suprema, no figura mi nombre en el padrón electoral, no obstante las gestiones que he realizado con tal propósito. Creo, sin embargo, que ello no constituye impedimento alguno para la obtención del cargo de diputado, y ya que la Constitución Nacional emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo, no exigiendo nada más que condiciones de residencia, edad y honorabilidad, dentro de las cuales me encuentro, concordando con ello la ley electoral, que no cita a la mujer en ninguna de sus excepciones”, escribió.
Lanzó su candidatura en las elecciones a diputados de 1919 por el Partido Feminista Nacional, fundado por ella un año antes. Entre sus propuestas se encontraban el sufragio universal para los dos sexos, igualdad civil para los hijos legítimos y los conceptuados no legítimos; salario igual para trabajos equivalentes para los dos sexos; jubilación y pensión para todo empleado u obrero; abolición de la pena de muerte y divorcio absoluto. Así como también, la licencia por maternidad, el subsidio estatal por hijo y la protección a los huérfanos.
Julieta obtuvo 1.730 votos sobre un total de 154.302 sufragios, todos emitidos por hombres, quienes eran los únicos habilitados para votar. Mientras su popularidad en el mundo político crecía, el dirigente socialista Juan B. Justo (esposo de Alicia Moreau) la incluyó en la lista de candidatos en las elecciones legislativas de 1920 y cuatro años después fue segunda en cantidad de votos, detrás de Alfredo Palacios.
Compromiso, militancia y valentía, Lanteri dedicó su vida a luchar por los derechos de las mujeres y también de los niños, mientras ejercía su profesión y se destacaba por ser una precursora en sus ideas políticas. Por ejemplo, en 1910, organizó el Primer Congreso Femenino Internacional y allí presentó una ponencia sobre prostitución que generó gran impacto.
“No comía nada que se matara y era ecologista cuando todavía no se había acuñado el término a comienzos del siglo XX”, cuenta Mena. También siempre vestía de blanco como las sufragistas inglesas y norteamericanas para visibilizar la demanda feminista del derecho al voto.
Una muerte sospechosa
No había duda alguna de que su presencia incomodaba. Cada movimiento de “La Lanteri” sacudía los privilegios patriarcales y tocaba diversos intereses. Julieta vivía sola, con sus perros y gatos, no le temía a nada, pero había comenzado a recibir amenazas anónimas. Llegó a hacer comentarios al respecto en su entorno.
La tarde del 23 de febrero de 1932, mientras caminaba por Diagonal Norte y Suipacha, en la Ciudad de Buenos Aires, fue atropellada por un auto que dio marcha atrás y se subió a la vereda. Julieta se cayó y se golpeó la cabeza. Dos días después murió internada, a los 59 años.
Mena cuenta que en el expediente del “accidente” está borrado el nombre de quien conducía el auto, pero esa identidad junto a la matrícula del vehículo habían sido publicadas en el diario El Mundo: quien iba al volante era un ultraderechista llamado David Klapenbach, miembro de la Liga Patriótica Argentina, desde donde solían amedrentar a referentes políticos con los que no compartían ideología.
Un tiempo después y pese a que Julieta tenía una hermana, entraron a la casa, mataron a sus animales y sacaron los muebles a la calle. La vivienda fue vendida en una operación inmobiliaria irregular, de la que aún hoy poco se conoce. (DIB)