«Los resultados presentados aquí deberían ser motivo de preocupación para los sistemas (responsables) de la salud humana y de la vida silvestre», alerta un trabajo científico inédito a nivel mundial, realizado por científicos argentinos, que determinó los riesgos del glifosato, herbicida estrella del modelo de agronegocio, en contacto con el arsénico (químico presente de forma natural en amplias zonas fumigadas). Existen numerosas pruebas científicas de los efectos en la salud y el ambiente del glifosato, y ahora se confirma su efectivo perjudicial potenciado: produce alteración de las hormonas y daño genético, males asociados a enfermedades como el cáncer. «No tengo dudas de las consecuencias del glifosato. Es tóxico y causa efectos muy nocivos. Hay más de 1000 trabajos científicos que lo confirman», afirmó Rafael Lajmanovich, científico a cargo de la investigación.
Durante más de seis meses analizó (junto a un grupo de investigadores) el efecto del glifosato con el arsénico (que se encuentra presente de forma natural en agua y suelos de Argentina –muchas de las zonas agrícolas–). Y confirmó lo temido: tienen un efecto sinérgico, se potencian, y producen consecuencias muy graves.
Confirmaron disrupción hormonal (aumento en la concentración de hormonas tiroideas), la mayor proliferación celular (aumentan su tasa normal de división celular) y genotoxicidad (daño en el material genético). «Estos tres marcadores son fuertes indicadores de mayor riesgo ecotóxicológico de procesos de daño en el ADN y/o de los mecanismos de regulación del mismo (llamado daño epigenético), que resultan en una proliferación celular incontrolada», explicó Lajmanovich. Es una obviedad en el mundo científico, probado desde hace décadas: a mayor daño genético, mayor probabilidad de contraer enfermedades como el cáncer y malformaciones.
En el mismo sentido, la experimentación en anfibios en una de las mejores maneras de prever lo que pasará en humanos. Por eso se los denomina los «canarios de la mina» (por esa práctica antigua de, en las galerías de carbón, tener un canario como alerta de gases tóxicos). El investigador detalla que los anfibios son excelentes modelos experimentales para estudiar el efecto agudo y crónico de sustancias tóxicas sobre el desarrollo de los vertebrados inferiores hasta los mamíferos. El desarrollo embrionario de una larva de anfibio está regulado por una gran proporción de los mismos genes humanos. En el año 2010 se secuenció por primera vez el genoma completo de un anfibio y se comprobó que comparten hasta el 80 por ciento de los genes humanos asociados con enfermedades genéticas.
El trabajo experimental consistió en dos etapas. La primera del tipo «aguda a concentraciones letales» de ambos tóxicos, en la que se demostró que existía “sinergia”. Lajmanovich lo explica de forma didáctica: si la toxicidad del glifosato es 100 y la del arsénico es 100. Juntos tienen una toxicidad de 300 o más. La segunda etapa fue una medición de efecto crónico, de un mes, expuesto a dosis sub-letales (en cantidades que se pueden encontrar en escenarios naturales). El resultado fue el daño genético y alteración hormonal.
La investigación, única en su tipo, cobra mayor relevancia por la gran cantidad de herbicidas utilizado en Argentina y las amplias zonas con exceso de arsénico: desde Santiago del Estero, Chaco, Salta y Entre Ríos, hasta regiones de la Pampa Húmeda del agronegocio (Buenos Aires, Córdoba, La Pampa y Santa Fe).
El trabajo académico está especialmente dedicado al médico y científico Andrés Carrasco, que en 2009 publicó en este diario su investigación sobre el efecto letal del glifosato en embriones anfibios y su vinculación con la salud en humanos. Carrasco, que había sido presidente del Conicet y director del Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA, sufrió una campaña de desprestigio escabezada por las empresas del agronegocio (Monsanto, Bayer, Syngenta, Aapresid, entre otras), los diarios La Nación y Clarín (y sus periodistas «agrarios») y el ministro de Ciencia Lino Barañao.
«El profesor y doctor Andrés Carrasco fue un destacado científico y una motivación para todos los interesados en detener el impacto social y medioambiental de las empresas transnacionales y los establiments gubernamentales que legalizan el uso de pesticidas nocivos”, resalta el paper científico en su página nueve. Lajmanovich denunció las maniobras contra Carrasco: «El Conicet conformó una comisión para desacreditarlo, pero sin dudas logró el efecto contrario. Las evidencias sobre la toxicidad y los efectos del glifosato sobre el ambiente y la salud han sido abrumadoras en Argentina y el mundo».
Entre las empresas que comercializan glifosato en Argentina figuran Bayer-Monsanto, Syngenta, Red Surcos, Atanor, Asociación de Cooperativas Argentinas, Nufram, Agrofina, Nidera, DuPont, YPF y Dow.
La investigación fue publicada en la revista científica Eliyon, de la prestigiosa editorial internacional Elsevier, de Reino Unido. El título de la investigación es «Primera evaluación de nuevos efectos sinérgicos potenciales del glifosato y mezcla de arsénico». Lleva la firma de otros siete investigadores. Paola Peltzer, Andrés Attademo, Candela Martinuzzi, María Fernanda Simioniello, Carlina Colussi, Ana Paula Cuzziol Boccioni y Mirna Sigrist.
Lajmanovich remarcó que «no hay dudas» del efecto nocivo del glifosato. Por un lado, están las víctimas de las fumigaciones con agrotóxicos, prueba territorial de las consecuencias. Y, por otro, precisa que existen «1079 trabajos científicos de todo el mundo que lo dicen, muchos de ellos de científicos de universidades públicas de Argentina y del Conicet, indexados y accesible en Medline».
Problema de salud pública
El científico Rafael Lajmanovich insiste una y otra vez que, luego de 30 años de agronegocio transgénico, no hay dudas del efecto devastador de los agrotóxicos. En particular del glifosato. Y tiene una hipótesis de por qué sectores de gobiernos aún minimizan las consecuencias: «Lo niegan porque es un problema económico-político muy difícil de resolver. No se trata de un problema científico, donde ya se confirmó sus efectos tóxicos». Recuerda que hasta la Organización Mundial de la Salud (OMS –mediante su espacio oficial de estudio del cáncer–) clasificó como «probable cancerígeno» al glifosato. El académico apunta sobre todo al rol del Estado, que desde sus entidades regulatorias avalan el uso de estos tóxicos: «Los residuos de glifosato empiezan a encontrase a niveles alarmantes en el agua y sedimento de ríos y arroyos, en el aire, en la lluvia, hasta en las aguas subterráneas y en los abrevaderos donde toman agua las vacas de los tambos y en la orina de las personas adultas y niños. Entonces ya no caben dudas, estamos ante un verdadero problema ambiental de salud pública»(Pagina 12)