Quizás tengamos realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, pero recordemos: adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor, esta es la mayor e incesante reforma», planteó el pontífice al presidir la misa de cierre del Sínodo de obispos que durante octubre reunió a 460 religiosos y laicos de todo el mundo para reflexionar sobre el futuro de la institución.
Así, para el Papa, la reforma es «ser Iglesia adoradora e Iglesia del servicio, que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres».
El llamado de Francisco se da luego de que el documento final del Sínodo dado a conocer el sábado planteara interrogantes sobre algunos cambios estructurales de la Iglesia, en particular el acceso de la mujer a algunos ministerios y o el celibato, que quedaron como preguntas abiertas para la segunda fase del encuentro, que se hará en Roma en 2024.
«Esta es la Iglesia que estamos llamados a soñar: una Iglesia servidora de todos, servidora de los últimos. Una Iglesia que no exige nunca un expediente de «buena conducta», sino que acoge, sirve, ama», ejemplificó luego.
Haciendo referencia a pasajes de la Biblia, el Papa planteó en su homilía de hoy que «el amor con el que Dios liberó a los israelitas de la esclavitud, cuando eran extranjeros, es el mismo amor que nos pide que prodiguemos a los extranjeros de todo tiempo y lugar, a cuantos son oprimidos y explotados».
«Hermanos y hermanas, pienso en los que son víctimas de las atrocidades de la guerra; en los sufrimientos de los migrantes; en el dolor escondido de quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza; en quienes están aplastados por el peso de la vida; en quienes no tienen más lágrimas, en quienes no tienen voz», agregó a los participantes varones y mujeres del Sínodo, en el que debutó el voto femenino para la elaboración del documento final.
«Y pienso en cuántas veces, detrás de hermosas palabras y persuasivas promesas, se fomentan formas de explotación o no se hace nada para impedirlas. Es un pecado grave explotar a los más débiles, un pecado grave que corroe la fraternidad y devasta la sociedad», profundizó.
En ese marco, Francisco convocó a los religiosos y laicos a «luchar siempre contra las idolatrías; las mundanas, que a menudo proceden de la vanagloria personal, como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero, la seducción del carrerismo, pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad: mis ideas religiosas, mis habilidades pastorales».
«Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios», convocó. (InfoGEI)