(Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB )Humo, disfraces coloridos, caretas, mucha música. Era un martes de Carnaval de 1937 y Mataderos sabía ponerle condimento festivo a la jornada. Entre música y cánticos, las sonrisas pintaban un escenario distinto a lo habitual. Por la vereda caminaba un joven gambeteando la alegría del corso. Hasta el barrio porteño había llegado en busca de una mujer. En un momento, notó que un Ford lo seguía. De él bajaron cuatro policías y supo, en ese instante, que escapar no era una solución.
Los más de cincuenta fogonazos se confundieron con los ruidos de la festiva noche, y muchos ni notaron la gresca. Herido, el muchacho que seguía pensando en el perfume de esa mujer, disparó su arma hasta quedarse sin fuerzas. Fueron segundos. Y allí quedó, tirado en la calle, como una marioneta abandonada. Fue el final de Rogelio Gordillo, “el Pibe Cabeza”, y el inicio del mito de uno de los pistoleros más famoso de la historia argentina, y a quien hasta Leopoldo Torre Nilsson le dedicó una película.
Gordillo, uno de los siete hijos de un matrimonio de chacareros, había nacido en la localidad bonaerense de Colón, el 9 de junio de 1910. Nada hacía pensar que ese muchacho, que supo enamorarse de una chica menor en el pueblo, se convertiría en el delincuente más buscado de la década del ‘30. Según su madre, Gregoria, la persecución que sufrió el papá por ser dirigente socialista y varias detenciones violentas en los calabozos locales marcaron el carácter de este aprendiz de peluquería que solía vestirse de negro y se peinaba a la gomina. Vaya a saber si fue así, pero lo cierto es que desde pequeño se rodeó de “malas juntas”.
El padre falleció y la vida familiar siguió en General Pico, La Pampa. Tenía 18 años cuando terminó tras las rejas. Fue por amor que perdió la cabeza. Cuenta la historia que baleó a la madre de su novia adolescente, con la que se fugó a una chacra, donde lo atraparon y lo mandaron a la cárcel de Santa Rosa, donde descubrió los secretos del mundo del hampa.
Ya en Rosario, rodeado de personajes como Antonio “El Vivo” Caprioli, Felipe “el Francesito” Cherouvrier y Florián “El Nene” Martínez, comenzó su carrera delictiva. Primero robos menores, después atracos legendarios que aún se recuerdan en algunos pueblos. Con dos autos comprados, ametralladoras Thompson y pistolas, dieron sus golpes en Rosario, Casilda, Venado Tuerto, entre otras ciudades de Santa Fe. Pero también hubo asaltos, muchos con botines millonarios y extremadamente violentos en Córdoba, La Pampa y en localidades de la provincia de Buenos Aires.
En diciembre de 1932, la Policía rosarina lo detuvo por una especie de “salidera” al administrador de un depósito de aceite. Sus siguientes tres años fueron en la prisión de Santa Fe. Desde agosto de 1935, ya en libertad condicional, recuperó el camino del hampa y los robos se sucedieron uno tras otro, escapando de la Policía que lo buscaba en las diferentes provincias en las que se movía. Mientras, su leyenda crecía.
Violencia y caída
“El Pibe Cabeza” siempre volvía a Colón, donde se oxigenaba en medio de las operaciones con su banda. También usaba Lincoln como un pareae obligado, ya que allí tenía encubridores encargados de recibir y vender las mercaderías robadas. Desde esa ciudad, también se movía para cometer muchos de sus sangrientos golpes. Siempre, eso sí, robaban autos para ir cambiando y evitar ser descubiertos.
En noviembre de 1936, Gordillo y sus cómplices asaltaron al hacendado Antonio Pereyra Iraola, al que abordaron en un camino cerca de Trenque Lauquen, y poco después, en diciembre reaparecieron en un almacén de ramos generales en zona rural de Pehuajó y perpetraron otro golpe para volver a la primera plana de los diarios. Allí estuvieron en el ya desaparecido boliche de Pianca, propiedad de Felipe Couto, un lugar donde saciaban la sed los gauchos de la época. Cuenta la historia que consumieron cervezas, cargaron nafta y antes de irse dispararon balazos contra el surtidor de combustible, provocando un incendio que destrozó gran parte del boliche.
Tras esos atracos y las semanas que la banda pasaba escondida, en enero de 1937 volvieron a atacar en Rosario, en un hecho que quedó marcado en la sociedad, no solo por el botín de lingotes de oro que se llevaron de una famosa joyería. Mientras escapaban en un auto, atropellaron a un canillita de 12 años, quien sólo sufrió lesiones leves.
De acuerdo a las versiones policiales y periodísticas, “el Pibe Cabeza” se detuvo y le dio unos pesos al niño, momento en el que se acercó el cabo Santo Contreras para llevarlo detenido. Pero una vez en el auto, los cómplices lo redujeron. La banda secuestró al canillita, al policía y más adelante, tras cambiar de vehículo, a un matrimonio. El dueño de ese vehículo y el canillita fueron abandonados en la huida, el cabo Contreras fue asesinado y la mujer liberada un par de días después.
Algunos dicen que se escondieron en Lincoln, otros que volvió a Colón, donde reparó los vehículos que utilizaba la banda. Lo cierto es que luego fueron hasta Junín, donde no se pusieron de acuerdo en la hoja de ruta criminal. La banda se dividió y Gordillo con su lugarteniente “El Vivo” Caprioli viajaron a Buenos Aires, pese a que sabían los riesgos de tentar a la Policía Federal, que los buscaba intensamente.
El amor de María Esther, una joven morocha de 19 años y embarazada de siete meses, fue la causa por la que Gordillo llegó al barrio de Mataderos. Un informante avisó a los efectivos, quienes tras hacer guardia en la casa de la mujer, siguieron al pistolero mientras caminaba por la calle, esquivando los corazones felices del corso de ese verano de 1937. Pero lo que no pudo esquivar fue la balacera. Uno de los disparos le perforó el corazón, ese que había sufrido ya muchas veces por el amor de las mujeres. (DIB)