(Por Victor Calvigioni) En setiembre de 2005, ocurrió en nuestra ciudad la muerte de un hombre de 68 años, cuyas causas se resolvieron tras varios peritajes. La tarde del sábado asomaba y la primavera explotaba en cada árbol de la cuadra de calle 51 entre 23 y 24. Los técnicos de la Policía Bonaerense acompañados de un testigo trataban de desentrañar las causas de la misteriosa muerte de Tomás Ochoa de 68 años de edad. La Fiscal, Patricia Fernández había tomado personalmente las riendas de la investigación y había viajado a Colón.
Los peritos tenían dudas. Cabe recordar que la noche que los policías y vecinos encontraron al anciano en medio de un charco de sangre fue espeluznante y de gran impacto emocional. La luz difusa de una linterna perforaba la oscuridad y mostraba a los rudos policías y al testigo, manchas de sangre diseminadas en el escaso mobiliario, piso y paredes.
El cadáver yacía en la habitación decúbito dorsal y con una mano extendida hacia arriba. Los pantalones en los tobillos y un perro pequeño y negro deambulaba alrededor del cuerpo. El sábado, cuando los policías venían a desentrañar el misterio, el can seguía solo en la humilde vivienda como esperando el regreso del dueño. Al entrar los policías tuvo un “ataque de histeria” y durante más de una hora aulló tratando de morderse su cola.
El mecanismo
Una fuente que realizó las pericias señaló que los policías habrían emprendido el regreso de Colón convencidos que las causas de la muerte de Tomás Ochoa eran de índole natural y que no había habido una segunda persona involucrada.
El domingo el anciano había estado compartiendo una larga conversación con Juan “Puma” Avigna (Hoy fallecido). Un remis de la agencia “La Merced” lo pasó a buscar. Tomás Ochoa, acompaño a su amigo hasta el vehículo y volvió a la humilde vivienda donde perdió la vida. Los policías saben que Ochoa había consumido gran cantidad de vino.
El mecanismo que lo llevó a la muerte fue el siguiente: Una vez que despidió a su amigo, e intentar ingresar a la casa, Ochoa se habría golpeado al tropezar con la pared del hall de entrada que está al lado del dormitorio. Los peritos habrían encontrado pelos que corresponderían al anciano y que fueron mandados a analizar a los laboratorios de La Plata.
El anciano obnubilado habría tratado de levantarse y desacomodo el sillón, se habría tocado la cabeza en la zona del corte del cuero cabelludo ( no afectó el hueso) y se habría apoyado suavemente en el pedal de la bicicleta dejando manchas de sangre.
También habría tratado de levantarse apoyando la mano en la mesa y dejando allí la marca de sus manos impregnadas de su propia sangre. La víctima tambaleándose habría llegado al dormitorio donde habría tratado de desvestirse.
El movimiento quedó a mitad de camino. La víctima se habría enredado en sus pantalones y habría caído al suelo. En varias ocasiones ya débil habría tratado de levantarse pero no pudo, gateó dejando manchas de sangre en el piso y paredes, hasta que finalmente se habría desvanecido y desangrado.
Los testigos indican que no habría habido golpes en su cara ni brazos. Tampoco señal de lucha. La sangre que fue diseminada sería del mismo Grupo y Factor. En sus bolsillos fue encontrada una pequeña cantidad de dinero y el subsidio municipal no había sido cobrado en el Banco Provincia de Buenos Aires. El móvil del robo habría sido descartado.
Una dura realidad
El drama social después del presunto accidente que le costó la vida a Tomás Ochoa salió con fuerza y debe hacernos replantear la ineficacia del Estado para llegar con ayuda real a muchas personas. La víctima cobraba un subsidio municipal de 180 pesos, pero además de ese dinero, necesitaba de equipos técnicos que detectaran su situación y trataran –entre otras cosas- su enfermedad alcohólica.
En la casa de calle 51 entre 23 y 24, a una distancia de cinco cuadras del municipio y a seis cuadras del centro urbano de la ciudad, en un barrio de clase media, Tomás Ochoa desarrollaba su vida en una vivienda prestada por un amigo y en condiciones infrahumanas. Por las noches se alumbraba con velas debido a que carecía de electricidad.
Además el anciano vivía en medio de la mugre con el peligro que lleva a la proliferación de enfermedades infecciosas (mal de los rastrojos, hantavirús, cólera etc) en su propia persona y o a sus vecinos de la cuadra.
Para graficar la situación de este drama real y concreto, podemos señalar que la noche que fue encontrado muerto, y cuando los policías buscaban rastros dos grandes ratas salieron de entre un viejo mobilario que estaba dispuesto en una habitación.
También los peritos encontraron una vasija con excrementos humanos ( líquidos y sólidos) debajo de la cama. El colchón era un montón de lana sucia amontonada. La dignidad de un hombre había quedado relegada a otros tiempos.