(Víctor Calvigioni) En abril de 2004, una mujer que trabajaba en un prostíbulo santafesino declaro en sede judicial “me llevaron a presenciar el crimen”. Nunca se encontró al hombre que le disparó con una escopeta a la cabeza de “King Kong” Espindola.
El crimen con tintes mafiosos
En la madrugada del domingo 7 de diciembre de 2003, Enrique Espíndola iba a ingresar a su casa, ubicada en 21 y 60, cuando un escopetazo traicionero le quitó la vida. Como se recordará, las primeras sospechas recayeron sobre un joven que se trasladaba caminando cerca de la casa de Espíndola, con una mochila de donde sobresalía un caño.
El testigo que contó la historia se desdijo y quedó detenido por falso testimonio. En tanto, cinco días después del asesinato, se señaló en un extenso informe que las investigaciones debían volcarse hacía el “submundo de la prostitución”. Una testigo encubierta semanas después daba la primera pista sobre lo publicado.
El último recorrido
King Kong Espindola a las 20.30 salió del bar de 53 y 20 y se dirigió a su casa ubicada en calle 21 y 60. En pocos minutos se baño y cambió de ropa. El motivo era llegar temprano al festejo de un bautismo que se iba a realizar en la vivienda de Lázaro Roldán.
Los testigos indican que siendo las 21.15, se lo ve pasar por calle 58 y 21, poco después habría ingresado a la casa de su amigo donde se quedaría hasta las 23.15.
Antes de retirarse de los festejos bautismales, Espíndola requiere al propietario de la vivienda que le preste un casette del conjunto «Iboti» y lo deposita en el bolsillo de la camisa.
Siendo las 23.25, ingresó a la casa de José Fernández, ubicada en 58 entre 20 y 21, donde en un equipo musical escucha la música del casette.
En la vivienda habría permanecido dialogando con José y Beto Fernández hasta aproximadamente las 0.40 del domingo 7 de diciembre. A partir de esa hora, sale de la casa y comienza el misterio insondable que llega hasta nuestros días.
Las caídas
La justicia debió seguir los rumores: “Según las versiones circulantes, en el mes de noviembre de 2003, habrían llegado a nuestra ciudad, posiblemente desde Santa Fe ( en el presente confirmado) dos chicas de las denominadas “caídas” (escapadas) de un prostíbulo, limítrofe a la provincia de Buenos Aires”.
Las mujeres, en su estadía en nuestra ciudad, habrían trabajado en los suburbios del barrio 9 de Julio. Una de ellas, era muy bonita, cara redonda y regordeta. La joven enamoró a varios colonenses y se llamaba Silvia.
“King Kong” Espíndola, a pedido de un amigo le brindó cobijo a la trabajadora sexual cuatro días antes del horrendo homicidio. El pedido habría sido la de realizar algunas tareas de limpieza en la casa. El rumor creciente en el populoso barrio, indicaba que finalmente esa decisión fue la causa de su muerte.
La realidad de los burdeles santafesinos para estas chicas (no habrían sido las únicas que escaparon a nuestra ciudad) es muy dura. Los patrones no las dejarían salir de los precarios lugares que servían de habitación . El trabajo era arduo y rotarían por lugares de expansión nocturna de diferentes poblaciones del sur santafesino, con condiciones de vida infrahumanas.
La búsqueda
Una testigo habría dado la identidad de la trabajadora sexual. Según los trascendidos se hacia llamar Silvia o Pilar (usaba varios nombres según la ciudad que estuviera). La justicia pergaminense comenzó la búsqueda. La mujer habría sido encontrada en la ciudad de San Nicolás.
La joven era adicta y en sus declaraciones ante el Fiscal Villalba habría caído en groseras contradicciones. La trabajadora sexual, habría dicho ante el funcionario judicial pergaminense que dos hombres la “subieron” a una camioneta cuatro por cuatro color blanca. El que manejaba era un hombre de mediana edad. La profesional del sexo identificó al conductor como “Felipe” – no sabía el apellido ni la procedencia-.
El relato es escalofriante. Según esta mujer nicoleña, la camioneta se trasladó hasta la casa de Espíndola ubicada en la esquina de 21 y 60. El objetivo del supuesto trío fue que la mujer presenciara el homicidio. La prostituta habría indicado al Fiscal que a «King Kong» lo mataron delante de sus ojos.
El relató muestra una hipótesis valedera y da pistas para suponer que el asesinato sería un ajuste mafioso por haberse “robado” a las mujeres del prostíbulo santafesino. Cabe aclarar que en la vecina provincia los “burdeles” la edificación serían de los propietarios y en el «negocio» les correspondería solamente un porcentaje de lo trabajado por las mujeres. Las trabajadoras sexuales serían “propiedad” de organizaciones que se encargan de abastecer a estos “bares”.
La Justicia Pergaminense ordenó la búsqueda de “Felipe” y la camioneta cuatro por cuatro, color blanca. Uniformados bonaerenses y santafesinos “rastrearon” en la zona sur de Santa Fe y Norte de Buenos Aires. El vehículo no pudo ser hallado. El misterio se ahondó a límites inimaginables.
La mujer en ese momento argumentó que luego de la muerte de Espíndola se habría quedado trabajando en Colón, teniendo la “parada” cerca del Hongo de Plaza San Martín. Además, habría dicho que dos días después del homicidio se fue ido ala ciudad de San Nicolás. Una versión de la calle indica que Silvia se habría retirado de nuestra localidad la misma noche del homicidio. ¿Quién se la llevó?
El bastón
Una persona (era un testigo de identidad reservada en la causa judicial) indicó que Espíndola tenía dos bastones. Uno era de madera y otro de hierro. La noche en que lo mataron tenía el bastón de madera.
El elemento era usado debido a la deficiencia ambulatoria de la víctima dejada por una operación de cadera. El bastón quedó cerca del cuerpo sin vida, y no habría sido levantado para ser peritado. El bastón estuvo en poder de un allegado. La madera tendría varias rallas, como si se hubiera usado como defensa.
La incógnita es si King Kong observó a los dos presuntos “matones” llevados por “Felipe” e intentó desesperadamente defenderse.
A más de 19 años del trágico suceso se sabe que los testigos se contradecían y nadie quería hablar .Había temor entre los protagonistas de esta historia y nadie parecía querer comprometerse. Nunca se supo quién apretó el gatillo.(Foto BBC)