(Por Fernando Delaiti, de la Agencia DIB) Una sola vela con su pabilo corto iluminaba tenuemente la habitación del chalé de Dardo Rocha al 500 del barrio Crucecita, en Avellaneda. El aire acondicionado trabajaba con fuerza para compensar el ambiente caldeado, de mucha gente deambulando por la casa. El cadáver de Julio yacía en la cama, con una frazada que lo tapaba hasta el cuello. Sólo se veía su rostro, acomodado entre almohadas de tal manera que no dejara ver mucho más.
El maquillaje, abundante, borraba todo rastro, todo posible “gesto de dolor” que, a veces, los cuerpos suelen tener ante una muerte traumática. Solo un apósito sobre una ceja resaltaba en esa cara bondadosa. “Fue Aristóteles”, explicó la viuda en referencia al caniche toy que vivía con ellos. Panagiota Alexopoulos, alias “La Griega”, contó que el perro le había arrancado un pedazo de piel al quererlo despertar cuando el hombre cayó al piso muerto como consecuencia de un infarto. La Justicia, demostró lo contrario. Y la condenó a 16 años de prisión por matar a golpes a su pareja, Julio César Caprarulo.
Ama de casa, Alexopoulos había nacido en julio de 1954 en Nestani, una aldea griega de unos mil habitantes. A sus cuatro años, junto a padres y una hermana había llegado a la Argentina. Ya bajo el nombre local de “Mariana”, creció, formó una familia y tuvo una hija. Luego se divorció y se juntó con otro hombre, quien murió de cáncer tiempo después.
Hacia fines de 2007, conoció a Julio César en un boliche de Recoleta. Él, divorciado años atrás de su segunda esposa, buscaba despejar su cabeza ya que venía de distanciarse de un grupo de parejas amigas. Fue como esos “amores a primera vista” que llevó a la pareja a no separarse más y a Caprarulo a dejar su coqueto departamento de Caballito para irse a vivir con ella a Avellaneda.
Según relataron familiares del ex bancario de 58 años, ella tenía un control total sobre él: no sólo manejaba las finanzas de la casa, sino que tenía las claves de su correo electrónico o del Facebook. No dejaba nada librado al azar, ni las conversaciones telefónicas que mantenía Julio con amigos.
Día trágico
El 26 de noviembre de 2011, cuando el médico a las 13.45 constató la muerte de Caprarulo, no hizo referencia a nada raro. Sin embargo, todo lo que rodeó a esa muerte fue extraño. Todos creyeron en un primer momento la versión que indicaba que había sufrido un infarto, se había caído y se había golpeado mortalmente la cabeza contra el piso. “Fumaba dos atados por día”, decía ella. Ese día trágico, cuentan, no se la vio ni triste ni compungida, sólo algo preocupada.
En el velorio, Alexopoulos cumplía, junto a otros amigos de su entorno, un rol “policíaco”. Se preocupaba de que nadie se acercara a ver el cuerpo o que se pueda cuestionar algo de esa ceremonia. De hecho, eso quedó reflejado en el fallo condenatorio de los jueces. “La acusada realizó el velatorio en su casa porque era el lugar en el que podía ejercer todo el control”, indicaron.
“Mariana” primero contrató el servicio de la cochería “La Paz”, de Lanús, aunque el dueño se negó a cumplirlo porque vio las heridas en la cabeza del difunto. La segunda funeraria que consultó la mujer accedió a entregarle un certificado de defunción en el que se indicaba que la causa de la muerte había sido un “ataque cardíaco” y a realizar el traslado hasta el cementerio Parque Iraola de Berazategui. Ya en domingo, familiares y amigos de Julio estaban en el cementerio para realizar los trámites finales. Cuando “La Griega” hablaba con su entorno de los trámites que tenía que hacer en el Anses para cobrar la pensión, una noticia sacudió la tarde.
Los empleados habían sido alertados por la primera funeraria del estado del cuerpo, constataron las lesiones y llamaron a la Policía. La fiscal, también alertada, suspendió la cremación y envió el cuerpo a la morgue para su análisis.
Golpes y juicio
Durante la autopsia, los médicos forenses detectaron que Caprarulo había sufrido un “traumatismo craneano con lesiones vitales” y también detectaron un hematoma en la cabeza, golpes y hasta pérdida de sustancia en la oreja izquierda.
Al día siguiente, la fiscal de instrucción Ángeles Attarian Mena ordenó el allanamiento de la casa de Avellaneda y detuvo a Alexopoulos, imputada por el homicidio. Con el uso del reactivo “Luminol”, en la habitación matrimonial se descubrieron manchas de sangre tanto en el colchón de la cama como en el piso. Era una escena del crimen mal “lavada”.
En julio de 2015, el Tribunal Oral Criminal N° 2 de Lomas de Zamora condenó de manera unánime a “La Griega” a 16 años de prisión al encontrarla culpable del delito de “homicidio simple”. Para los jueces, fue la única responsable, por lo que absolvieron a los médicos Omar Rossi y José Pinto García, acusados de haber firmado el certificado de defunción, y a Virginia Zulberti, la amiga que la ayudó en los preparativos del velorio en aquella habitación, iluminada por una sola vela.