Desnudo, con los pies y manos atados a una plancha de mármol. Estrangulado y flotando en el arroyo Pavón, en la localidad de Boulogne, en el partido de San Isidro. Así apareció en mayo de 1991 el cuerpo José Antonio de La Vedue, un niño de 8 años. Así lo encontraron los bomberos, junto a unas bolsas de arpillera en las que se presume había sido colocado. José, de espíritu aventurero, tenía otros dos hermanos y vivía en un barrio de emergencia del partido de San Martín. Su historia conmovió a la sociedad pero, como pasa en muchos de estos casos, la falta de pruebas hizo que quedara en el olvido.
En junio de 1993, el cuerpo de Damián Carrizo de 10 años fue encontrado en un descampado cerca de las vías del ferrocarril Belgrano y pocos metros de la estación Boulogne. Estaba estrangulado y con signos de violación. Había desaparecido un día antes, cuando iba a jugar al fútbol al Club Atlético Boulogne. Era el menor de cuatro hermanos. Y su caso, que hizo recordar al de José, también quedó sin respuestas concretas.
Fue recién un año después cuando, por casualidad, un testimonio abrió la puerta a resolver estos aberrantes asesinatos. La Policía detuvo a Carlos César Fontanari Barrios. Ebrio, en la comisaría de Boulogne, este albañil contó a los efectivos que lo custodiaban que tres años atrás había intentado tener sexo con José, el pequeño de 8 años, pero que no había podido porque estaba muy borracho. Rápidamente, los policías recordaron ese caso y el de Damián.
El juicio
En junio de 1997, Fontanari se sentó en el banquillo de los acusados ante los jueces de la Sala I de la Cámara del Crimen de San Isidro. Su estrategia fue acusar José Luis González, otro albañil con el que había realizado algunos trabajos. Dijo que lo vio corriendo por el lugar con ropas ensangrentadas la noche en que murió Damián. Sin embargo, las pruebas en contra del único acusado eran contundentes: ADN, el testimonio de una perita psiquiatra y el informe del Servicio Especial de Investigaciones Técnicas (SEIT).
Según los exámenes de ADN, los pelos encontrados en una de las víctimas correspondían a Fontanari. Para comprobarlo, se analizaron pelos y saliva del acusado. Además la perito dijo que durante una entrevista le había repetido la confesión hecha ante los policías. Y a esto se sumó que vecinos del barrio Santa Rita, donde los niños aparecieron muertos, aseguraron que el albañil solía frecuentar la zona.
El 23 de junio fue condenado a prisión perpetua; llevaba tres años detenido. Imperturbable ante el grito de los familiares de los pequeños que estaban en la sala, Fontanari puso sus manos detrás del cuerpo para ser esposado. De allí fue a la cárcel, aunque por una presentación posterior de su defensa, la sentencia no quedó firme.
La “casi” libertad
En el año 2000, cuando llevaba ya casi seis años detenido, la Cámara de San Isidro resolvió excarcelarlo, pero con un artilugio para evitar que vuelva a transitar las calles de Boulogne. Gracias al por entonces “2 por 1”, el tiempo que ya había pasado en prisión correspondía a 10 años y 8 meses.
El sistema computaba doble los días que un preso pasaba en la cárcel después de los dos años sin condena firme. Sobre la base de esta ley, que tenía en el entonces gobernador Carlos Ruckauf un ferviente crítico, los jueces se vieron obligados a excarcelarlo, aunque a cambio impusieron una caución durísima: un millón de pesos. Todavía en años de la Ley de Convertibilidad de Domingo Cavallo, eran nada menos que un millón de dólares.
Hoy, a sus 65 años, “el chacal” Fontanari pasó 24 tras las rejas. Transita sus horas en el pabellón 23 de la Unidad de Magdalena, en un régimen cerrado pero de modalidad atenuada. Después de Robledo Puch, es uno de los criminales con más años encarcelado en el país. Y seguirá un tiempo más ya que su condena recién le permitiría salir en 2029. (DIB)