(Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB )Llegando a Mar del Plata desde el norte, por la costa, el viajero se chocará con un pintoresco palacio, una mezcla de un hospital del siglo XIX con un castillo. El frente anchísimo contrasta con su delicada cúpula neobizantina coronada por una cruz. Al entrar, asombra un extraordinario oratorio cargado de mármoles y materiales nobles.
Pero si de día el lugar llama la atención, cuando el sol se oculta dicen que entre el rumor de las olas nocturnas se oyen risas de jóvenes, pasos, cajas de música y el llanto de un bebé invisible. También se habla de túneles y húmedos espacios subterráneos a los que nadie llega. Los misterios rodean al Asilo Unzué como las polillas a la llama de una vela.
La historia del edificio se comenzó a escribir por la iniciativa de dos hermanas, Concepción Unzué de Casares y María de los Remedios Unzué de Alvear. Las Unzué formaban parte de una tradicional familia porteña. Concepción era dueña de la casa que hoy es el Jockey Club de Buenos Aires y de la estancia Huetel, en 25 de Mayo, y además fue presidenta de la Sociedad de Beneficencia.
Las hermanas comenzaron a planear la construcción de un asilo, que se llamaría Saturnino Unzué en memoria de su padre, en 1908. Los trabajos empezaron al año siguiente y en marzo de 1912 se inauguraría el lugar que serviría de refugio para niñas y jóvenes huérfanas, pobres y desamparadas.
El edificio le fue encargado a un arquitecto muy particular: Louis Faure-Dujarric. El investigador patrimonial Alejandro Machado asegura que el profesional “era todo un personaje, un dandy que andaba en un auto descapotable que se había traído de Francia. Fue el arquitecto preferido de los Unzué, así que tiene varias obras en Mar del Plata para esta familia”. Faure-Dujarric planificó, además, el Hipódromo porteño y pensó, además, un plan rector para Bahía Blanca que nunca se concretó. Junto al escocés Robert Prentice construyó la estación de la línea Belgrano Norte en Retiro.
De asilo a Espacio
Durante muchos años el lugar fue manejado por franciscanas Misioneras de María, llegadas de Roma a fines de 1909. Las hermanas Unzué les confían el cuidado y la educación de las niñas internas, que serían más de 200 un año después. Al poco tiempo se agregarían 150 niñas más provenientes de la Capital Federal.
El Asilo cambió de manos y de nombres. Así, en 1948, “la Fundación Eva Perón, que asumió el manejo de la institución, lo llamó Hogar Saturnino Unzué y, luego del golpe de 1955, pasó a denominarse Instituto Saturnino Unzué”, cuenta el historiador Diego Zigiotto. Las hermanas franciscanas se retiraron en 1969 y el asilo estuvo abandonado durante mucho tiempo. En 1997 fue declarado Monumento Histórico Nacional; allá por 2005 se decidió su restauración y comenzó a concretarse su refuncionalizació como centro cultural. Desde 2013 el rebautizado Espacio Unzué alberga exposiciones permanentes y actividades.
Misterios dolorosos
El oratorio, cuyas piezas fueron realizadas por Curzio Capobnetti-Esegui en Roma, fue consagrado a la Inmaculada Concepción de María e inaugurado el 8 de diciembre de 1910. Rebosa de simbología centrada en el número 8, la cifra de pétalos de la Rosa Mística. Domina el conjunto la imagen del Pantocrátor o Dios Todopoderoso. Allí dentro el viajero tiene la sensación de que si se abstrae un momento, se verá rodeado por sacerdotes de sotana negra como ala de cuervo y monjas de hábitos níveos, como era un siglo atrás.
Pero en esa convivencia de hombres y mujeres religiosos anida una oscura leyenda. Según se cuenta, en 1927 una de las monjas acudió a rezar al oratorio. Allí se encontraba un capellán que iba de vez en cuando al asilo. El hombre de Dios violó a la religiosa luego la escondió en un túnel del instituto. La monja quedó embarazada y terminó dando a luz a un bebé. Ese niño que jamás vio la luz del día es el que llora en el silencio de las noches actuales. A veces se calla y lo que se escucha son gritos y lamentos de su desdichada madre. En otras versiones de la historia la monja no es violada sino seducida; o no es una monja, sino una adolescente pupila; o es el chofer del micro que transportaba a las internas, el seductor o violador.
Madrugadas
La peor hora, según los guardias, es cuando el reloj da las tres. Baja sensiblemente la temperatura, suenan risas de muchachas, fantasmales cajitas de música, puertas que se abren y se cierran. Quizás algunas de esas muchachas no fueron huérfanas, sino hijas de “buenas familias” que habían pecado con sus novios y quedaron en “estado interesante”. Se las escondía en el Unzué mientras crecía el embarazo y para la sociedad marplatense estaban de viaje por Europa; después, si nacía una niña quedaba en el instituto, y si era un niño se le buscaba destino en otra parte.
Mientras tanto, circula otra historia vinculada a la monja o joven sepultada: un laberinto de espacios subterráneos que nacen en el asilo y se multiplican a su alrededor. Se presume que uno de ellos llegaría, incluso, a la cripta de la capilla de Santa Cecilia, a más de un kilómetro del Unzué. Otro de los túneles con la vivienda del capellán mencionado más arriba.
Qué sería de una ciudad sin historias de túneles. Que los especialistas aseguren que las dependencias subterráneas del Asilo Unzué sean solo antiguos talleres o salas de máquinas de sus tiempos fundacionales, no frena las leyendas. Y si bien el Espacio Unzué funciona de maravilla, parece que hay un sector del antiguo asilo que está cerrado al turista y, se dice, está totalmente vacío. ¿Qué palabras se oirán allí cuando reina el silencio? ¿Cuántas voces susurra el tiempo? Nadie lo sabe, salvo la noche. (DIB)