Un japonés famoso, que inventó la escala que mide esos fenómenos extremos y sobrevivió a las bombas atómicas, estuvo a metros del niño que salvó su vida y, ya periodista, revivió la tragedia en un libro. Ted Fujita certificó que fue el más potente fuera de los Estados Unidos indica EL CIUDADANO
San Justo recuerda este jueves la tragedia que la asoló hace 46 años, cuando el tornado de mayor intensidad desatado en el Hemisferio Sur recorrió su bulevar principal. Su paso dejó en segundos decenas de muertos y borró del mapa una parte de esa ciudad del centro de Santa Fe. Lo que pasó aquel 10 de enero de 1973 cruzó dos vidas: la del meteorólogo japonés que revolucionó el estudio de las tormentas severas y la de un niño que se hizo periodista y condensó en un libro testimonios y datos de esos momentos.
Sobrevivientes
Los dos pasaron por un momento en que las probabilidades de morir eran mayores que las de seguir respirando. En 1945, Tetsuya Fujita tenía 25 años y vivía en Kokura. Era el objetivo primario del segundo ataque nuclear de la historia, programado para el 9 de agosto. Pero ese día las nubes cubrieron la ciudad, impidiendo toda visión desde el aire. Estados Unidos dirigió entonces el avión con la bomba de plutonio Fat Man hacia el blanco alternativo, Nagasaki. Diego Sonzogni nació en San Justo. El 10 de enero de 1973, dos meses después de cumplir dos años, otras nubes desataron, en su ciudad, el tornado más intenso que se haya medido fuera de los Estados Unidos. Hubo más de 80 muertos. Su casa estaba al borde de la zona devastada y él también se salvó.
Fueron, casi, dos sobrevivientes. El japonés escapó de una muerte temprana por horas, el santafesino, por metros. Ninguno, del dolor que los rodeó. Dos accidentes meteorológicos marcaron las circunstancias y a los hombres. Alejados en tiempo y distancia, el último los puso muy cerca durante unos días. Fue en medio de la desolación, en el centro de Santa Fe, a principios de 1973. Uno había viajado hasta allí para estudiar un fenómeno meteorológico único. El otro se marchó a los años y recreó la tragedia de su gente en un libro que está por reeditar. Nunca se conocieron.
La peor siesta
El 10 de enero de 1973 faltaban dos meses y un día para las elecciones presidenciales que le darían el triunfo, con casi el 50 por ciento de los votos, a la dupla Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima. Era una fórmula para sortear la proscripción del ya anciano líder Juan Domingo Perón, en el estertor de la dictadura cuyo final comandaba Alejandro Agustín Lanusse.
La ciudad de San Justo amaneció ese miércoles con intenso calor y alta humedad. Al mediodía aparecieron las nubes. Una hora después, se sucedieron chaparrones cortos y a las 14.15 comenzó a formarse el tornado en el campo, cerca de las vías del ferrocarril Belgrano. Quedó una única imagen de ese momento, tomada por un fotógrafo aficionado.
El tornado enfiló para la ciudad. Un viento arremolinado que superó los 400 kilómetros por hora dejó en sólo dos minutos más de 80 muertos, casi 700 heridos y 500 casas destruidas por completo. Había recorrido 1.500 metros sobre una franja de 300 de ancho, a un lado y otro del bulevar Roque Sáenz Peña que cruza la ciudad de norte a sur, sobre el oeste.
Los habitantes de San Justo, que en ese entonces eran más de 12 mil, lo vieron cuando ya estaba sobre ellos. Vieron cómo cambiaba de color a medida que arrastraba todo a su paso. Vieron un caballo colgado arriba de un árbol, un auto arrancado del suelo y estrellado a 300 metros. Y vieron los cuerpos deformados por los golpes, arrojados por el viento o debajo de los escombros.
La electricidad y las comunicaciones se interrumpieron. La noticia circuló primero a la velocidad de los vehículos que transportaron a los heridos, en su mayoría, a la ciudad de Santa Fe, a cien kilómetros. Después, por todo el mundo.
Míster Tornado en Santa Fe
Fujita se enteró en la Universidad de Chicago, donde investigaba y enseñaba. Ya era famoso. A los 51 años había inventado la escala homónima que desde entonces se usa para clasificar los tornados. Tenía 53 cuando le dijeron que uno, de espectacular potencia, acababa de suceder en la Argentina. Seis días después estaba en la destruida San Justo para estudiarlo.
Dos bombas, dos casualidades
Tetsuyo obtuvo su primer título de Física e Ingeniería en plena Segunda Guerra Mundial, en 1943, en el Instituto de Tecnología de Kyushu. Dos años después, las nubes lo salvaron de la segunda bomba atómica lanzada por los Estados Unidos contra un blanco civil. También, si se quiere, escapó a la primera: quería estudiar en la universidad de Hiroshima, pero su padre insistió en que fuera a la de Meiji. Lo aceptaron en las dos, pero eligió la segunda para honrar ese deseo. Dijo una vez que sentía aquellas palabras paternas como salvadoras.
En septiembre de 1945, el gobierno japonés lo envió a Hiroshima y Nagasaki para determinar el número y las alturas de detonación de las bombas. Para lo segundo, echó mano a patrones de daño de explosión únicos que luego reformuló para la investigación de tormentas severas. La meteorología fue su vida desde entonces.
Se destacó por sus estudios en fenómenos severos y extremos. La Universidad de Chicago lo invitó en 1953 para una investigación de dos años. Regresó a Japón, completó unos trabajos y en 1956 volvió a los Estados Unidos con visa tramitada, doble ciudadanía y el nombre Theodore incrustado entre el japonés y su apellido. Ted Fujita, lo llamaron desde entonces. Pero fue más conocido como Mister Tornado.
La cuenca del Plata, segundo corredor de tornados del mundo
La potencia del tornado en San Justo fue extraordinaria, pero que haya sucedido no es raro. Ignacio López Amorín, profesional del Servicio Meteorológico Nacional, recuerda que la Cuenca del Plata es el segundo sector con mayor frecuencia de tornados en el mundo, después del conocido Callejón de los Estados Unidos. La cuenca incluye a las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y Buenos Aires. En la última, por ejemplo, hubo 300 en una misma noche, la del 13 de abril de 1993.
El tornado, dice Amorín, es una nube embudo giratoria que puede o no tocar la tierra o el mar. En el segundo caso, se llama tromba marina. Para que se forme, tienen que interactuar masas de aire a diferentes temperaturas, que además se muevan en distintas direcciones y velocidades a varias alturas. A eso, agrega, se lo llama cortante vertical del viento.
Es un fenómeno repentino, “de una escala de tiempo y espacio muy acotada, mucho más que la de otros fenómenos como tormentas o huracanes”, explica. Es difícil predecir su aparición. Más todavía, estar en el lugar para medirlo en forma directa. Ahí es donde entra Fujita para poner rigor científico donde primaba la subjetividad.
La escala de Fujita y el F5 de San Justo
El japonés inventó en 1971 la escala de medición de intensidad de tornados que lleva su apellido y que los clasifica en seis categorías, de mayor a menor: F0 a F5. El de San Justo fue un F5 y lo comprobó el mismo “Ted” a dos años de su creación. El método es indirecto: mide los efectos del viento sobre vegetación y construcciones para determinar su velocidad. Después del fenómeno, no durante. Es el que se usa hasta hoy, con los ajustes consensuados en 2001 y puestos en práctica en 2007.
El propietario de unos silos donde trabajó Mister Tornado le contó lo que hizo allí. O lo que hicieron, porque no sabía cuál de los tres japoneses que llegaron hasta su propiedad era el famoso meteorólogo. Sólo uno hablaba un mal castellano, recordó. El hombre le dijo que analizaron la base de los troncos de unos eucaliptus arrancados aquella siesta de 1973. Tenían una especie de pistola de aire comprimido con la que disparaban arenisca sobre las cortezas. Aumentaban la fuerza en cada prueba y comparaban la profundidad a la que penetraban las diminutas municiones con la de la tierra que había incrustado el tornado en la madera. La ansiedad iba en aumento. Cuando las distancias coincidieron, constataron que el viento había soplado, pocos días antes, a más de 400 kilómetros por hora. La velocidad encuadraba en la máxima categoría de la escala que había creado uno de los tres extranjeros que hurgaban en los árboles. El de San Justo fue un F5. El único fuera de Estados Unidos.
Fujita estuvo un tiempo en San Justo. Sonzogni dice que dormía en un hotel de la ciudad de Santa Fe. Un remís lo trasladaba todas las mañanas los 100 kilómetros que lo separaban de su campo de investigación, y lo regresaba por la noche a la capital provincial.
Sonzogni tenía tres años en 1973. Recuerda que sus padres le contaban sobre cosas que volaban como papeles, a unos 400 metros de su casa. Esos papeles eran animales, vecinos, árboles, partes de casas, autos y tractores. No se quedó con el relato. Durante años recogió información y entrevistó a testigos. Con ese material escribió “Viento Asesino”, que publicó tres décadas después de los hechos. Y va por la mitad del trabajo para una edición ampliada. Vive en Rosario y es periodista deportivo. Editó otros cinco libros, de fútbol. Es posible que haya estado a metros de Fujita en San Justo. Que el japonés estuvo allí, lo supo mucho después.
El autor de Viento Asesino aclara en el libro que lo que está impreso en sus hojas no es ficción. Que historias y cifras fueron confirmadas al menos por varios sobrevivientes y documentos. Un solo ejemplo basta para justificar el aviso: el de Antonia Cañete.
La mujer quedó sola el mismo día que tuvo a su séptimo hijo varón. Su esposo la abandonó con el resto de los niños. Tuvo que salir a trabajar para mantenerse y a principios de 1973 dejó a Alejandro Agustín (por tradición, le puso el nombre del presidente, el militar de la dictadura) en casa de una amiga para ir a la cosecha de algodón. Tenía un año. Cuando volvió a San Justo, le dijeron que su bebé era el que había muerto al derrumbarse la casa en la que estaba al cuidado.
No era él. Su hijo fue arrancado por el viento de la cuna y lo encontraron en pañales, sin un rasguño, en la terraza de un vecino. No sabían quién era, y lo derivaron a la vieja Casa Cuna de Santa Fe. Hasta allí llegó Hipólito Sánchez, un hachero que estaba de visita en la casa hecha escombros por el tornado. Era el padre del pequeño muerto al que por error identificaron como el hijo de Antonia. El hombre se presentó con los documentos de su pequeño fallecido y retiró a Alejandro Agustín.
El chico regresó a la Casa Cuna poco después con un cuadro de desnutrición. Es confuso lo que pasó entonces: una versión afirma que una enfermera lo adoptó, o compró, y lo crió con su esposo en Buenos Aires. Cuando creció, el padrastro le confesó que era hijo de otra familia y le contó lo que sabía. El muchacho creyó entonces que era hijo del hachero Sánchez. Se propuso encontrarlo, y contactó a la producción de un famoso programa televisivo de la época que conducía Franco Bagnatto por América: Gente que busca gente.
La amiga a la que Antonia le había confiado su bebé vio el programa en el que presentaron la historia. Por intuición, o por el deseo de que estuviera vivo, juró que era Alejandro Agustín el que mostraban en cámara. La hipótesis cobró fuerza luego de que Sánchez, ya viejo, dejara en claro que no le interesaba retomar el vínculo con el muchacho. A partir de allí, se sucedió el viaje de Antonia a Buenos Aires, una extracción de sangre para cotejo de ADN y un resultado positivo. Le siguió la puesta en escena durante el programa, con la revelación “en vivo y en directo” de la coincidencia genética. La anunciaron los supuestos profesionales que acababan de terminar los análisis en el estudio del canal. Fue el 10 de junio de 1993, a 20 años exactos del tornado.