(Por Victor Calvigioni) Las mafias en la Argentina se fueron acomodando de acuerdo con las épocas, las leyes, la situación económica de la sociedad y la capacidad represiva de las fuerzas de seguridad.
Una investigación llevada adelante por este periodista sobre la actuación de las organizaciones delictivas en el “comercio” de la prostitución o la trata de blancas, determina características que a principios del siglo veinte se repetían en cada localidad.
En nuestra ciudad desde la misma fundación hubo prostíbulos y normativas comunales que reglamentaban la actividad.
El primer pedido al Concejo Deliberante colonense para la instalación de una casa de tolerancia se produce a principios de 1895.
Los “bastoneros” de esas organizaciones se infiltraban en cada sociedad y la nuestra no estaba excluida.
En las primeras décadas de nuestro siglo, la mayor organización que proveyó prostitutas en el sur de Santa Fe y norte de Buenos Aires fue la temible mafia de rufianes denominada «Zwi Migdal».
La sede central de estos proxenetas era una lujosa mansión ubicada en la calle Córdoba al 3100 de Rosario. En esa «oficina» encubierta se dirimía el destino de más de 30 mil mujeres que trabajaban en un circuito de 2000 prostíbulos diseminados la mayoría por Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires.
Se calcula que los socios de «Zwi Migdal» eran más de 500 distribuidos en una amplia geografía y que sus ganancias eran varias veces millonarias. Las mujeres casi todas de origen europeo con mayoría de polacas, eran explotadas al máximo y tratadas como verdaderas esclavas.
El tráfico de mujeres destinadas a la prostitución entre una Europa empobrecida y una América prospera era cuantioso y contaba con la complicidad de las autoridades nacionales.
Pero también se trabajaba con estas “esclavas sexuales” muy entrado el siglo XXI en la calle Mitre de Rosario desde el centro hasta cruzar las vías. Los cafishos se reunían en un viejo bar cercano a las calles Mitre y Mendoza.
También en calle San Jerónimo en la ciudad de Córdoba desde cerca del Hotel Viña de Italia hasta la plaza Central.
En la capital mendocina se distribuían por la Sexta Sección. También en las adyacencias de la ex terminal de San Miguel de Tucumán era un «rosario» de luces rojas. El movimiento de mujeres en esa zonas da cuenta que existieron y existen organizaciones «hijas» que siguieron operando con total impunidad y que además serían responsables de otros delitos como tráfico de niños y drogas.
El ejemplo más cercano fue la provincia de Santa Fe. Los periodistas capitalinos señalaban tras el crimen que involucro al ex juez Fraticelli que en Rufino había solamente un cabaret de «mala muerte», que contaba con dos o tres prostitutas.
Los trabajadores de la prensa le restaban importancia a la situación. Estaban muy equivocados. El tema central -para determinar su verdadera dimensión- era quién abastecía de mujeres esos sitios de “diversión” y quienes se encargaban de rotarlas (debían trabajar treinta días en cada casa de tolerancia) todos los meses por decenas de prostíbulos extendidos en las localidades santafesinas.
Una consulta realizada por este periodista a una fuente confiable, nos señaló que sumando los prostíbulos de todas las localidades santafecinas, se hubiera llegado a cifras que superan largamente las doscientas donde explotaban a las mujeres
El negocio se centralizaba en quien proveía las alternadoras que dejaban grandes ganancias a organizaciones que tenían la protección desde las más altas esferas del Poder.
Uno de los mayores prostíbulos que hubo en Colón estaba instalado en calle 54, en el corazón de lo que es en el presente el barrio 9 de Julio.
Algunas personas consultadas recuerdan que entre las alternadoras se encontraban las «famosas polacas” En este sentido, es una certeza señalar que las mismas eran provistas por la temible banda de rufianes polacos «Zwi Migdal».
La ordenanza vergonzosa
Por otro lado, se puede determinar en la inscripción de las mujeres en la Secretaria Municipal de aquella época y su nacionalidad de origen.
Sin embargo lo notable es que por ordenanza de los ediles colonenses, las mujeres debían tener cuando llegaban a nuestra ciudad un reconocimiento sanitario a cargo de un médico municipal que además debía realizar dos visitas semanales con fines sanitarios.
Las revisaciones debían constar en una especie de libreta sanitaria donde constaba el «alta» para poder trabajar y la fotografía de la mujer para que no exista ningún tipo de equivocaciones en cuanto a la titular.
El cuidado sanitario central de aquella época era las enfermedades venéreas que además al no estar descubierta la «penicilina» tenía tratamientos curativos para el hombre en extremo dolorosos. Por otro lado, el temor a estas enfermedades en los hombres era muy grande.
Este último párrafo de la ordenanza local queda demostrado que las mujeres enfermas no podrían quedarse en el prostíbulo y que además se debían retirar del propio municipio. Simple. Las trabajadoras debían emigrar a otras localidades y eran llevadas por sus propios “patrones” en muchos casos utilizando la violencia. Muy rara “moralidad” de aquella época
La ordenanza con 25 artículos es aprobada por el Concejo Deliberante en el año l897. En la misma se especifica -entre otras cosas- que la regente o la regenta deberá notificar los partos o abortos que realicen sus pupilas. Por otro lado, se zoonifica su instalación diciendo que debe «estar a más de tres cuadras del templo parroquial o Escuela».
También en la legislación se establece un canón que debe pagar cada prostituta al municipio y se organizaba bailes -sobre todo los fines de semana- se debía pagar por el permiso.
Las autoridades de aquella época también legislaron para penar severamente la prostitución callejera o ilegal. Las quejas de la casa autorizada «era yo pago todos los impuestos y existe prostitutas clandestinas que no pagan y lugares que no están fiscalizados». Según las constancias esta problemática era algo común a principios de siglo. El prostíbulo funcionó hasta la década del treinta.
Por último, llama la atención que la «caída» económica de la organización polaca, como otras que se combatieron y se combaten, fueron contemporáneas a la «caída» de estos lugares de recreación masculina clausurados por leyes u ordenanzas en la década del treinta.