Luis Alberto Romero era el “dueño” del santuario más famoso de Cañuelas. Allí, cada día la gente le dejaba cientos de ofrendas al Gauchito Gil, esa figura religiosa que es objeto de devoción popular en todo el país. Su vida transcurría entre velas, estampitas y otros elementos religiosos. Hasta que el 27 de septiembre de 1999, a pocos días de que Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde se midieran en las urnas para elegir nuevo presidente, apareció brutalmente asesinado en ese lugar íntimo, decorado de rojo.
Con sus manos, Romero había armado ese santuario y allí solía realizar sus oraciones. Sin embargo, su amor por el Gauchito Gil terminó en una tragedia. Cuando arrancaba la primavera del 99, su cuerpo apareció amordazado, con diversas heridas de cuchillos y con las manos atadas con cintas para embalar.
Entre velas, botellas y estampitas, Romero yacía con puntazos en todo su cuerpo. La tranquilidad de la ciudad que en ese entonces tenía 24.000 habitantes se vio alterada. La Policía que llegó al lugar encontró una escena dantesca. Las paredes estaban escritas con sangre y el número 666, que simboliza al diablo, enseguida llamó la atención.
Además, había gran cantidad de huevos arrojados contra una misma pared. Y aunque se denunció que se habían robado objetos de valor, los elementos llevaron a pensar a los investigadores que se trataba de un ritual satánico. Algo que, para la gente “del interior”, generó más confusión.
Familiares de Romero dieron una pista para empezar la investigación: a la víctima le habían robado electrodomésticos y objetos de valor. Horas después, y a unos 500 metros del crimen, apareció un auto abandonado e incendiado, con los restos de los electrodomésticos. El vehículo era de la concubina de Hernán Celestino Colman, un vecino de Romero. La mujer dijo que al auto se lo habían robado, pero la historia no cerró.
Además, diferentes imágenes del Gauchito Gil fueron encontradas en la casa del hombre tras allanamientos de la Policía. Colman aseguró que estaban allí porque su mamá, que vivía en la zona norte del conurbano, vendía ese tipo de objetos.
Ya en noviembre, Colman, quien se dedicaba a realizar trabajos de herrería, fue detenido y llevado a la Unidad 24 de Florencio Varela. Y fue allí, tras las rejas que esperó el juicio, que tardó en llegar casi siete años.
Juicio y condena
Durante el juicio, las pruebas contra Colman se fueron acumulando, pese a que su abogado defensor adujo que ni siquiera se habló de huellas o de ADN encontrado en la escena del crimen. Sin embargo, en pleno proceso se detuvo a otra persona, Guillermo Herrera, quien iba a declarar como testigo.
Los jueces entendieron que una prueba presentada en el debate también lo comprometía en el asesinato. Era una botella de cerveza encontrada en el santuario con las huellas digitales de Herrera, quien al momento del asesinato vivía con Colman.
El Tribunal Oral III de La Plata, integrado por los jueces Omar Pepe, Ernesto Domenech y Elba Demaría Massey, dio por probado en junio de 2006 que Colman fue el autor del crimen. Lo condenó a 18 años de prisión, aunque como era época del 2 x 1 y llevaba más de seis detenido, le quedarían menos de cinco tras las rejas. Además, el tribunal pidió ampliar la investigación para ver el rol de Herrera en ese crimen con ribetes de satanismo. (DIB)