La denominada primavera camporista, que duraría 49 días, estaba llegando a su fin cuando Carlos Eduardo Robledo Puch volvía a escena. Fue en la madrugada del 8 de julio de 1973 cuando el joven de 21 años, bautizado como el “Ángel de la Muerte”, usó sábanas y sogas para escapar de la Unidad 9 de La Plata, donde había llegado diecisiete meses atrás con un prontuario que estremecía: 11 homicidios, dos raptos y dos violaciones, además de muchos hurtos.
Su sentencia todavía no estaba firme, pero tenía claro que la prisión perpetua iba a ser parte de su futuro. Con poca esperanza de ser liberado, el mayor asesino en serie de la Argentina planeó un escape desde la cárcel de Olmos, una aventura que terminó 70 horas más tarde en la confitería porteña Munich, cuando tras un llamado desesperado a su madre, la Policía lo detuvo.
La liberación de algunos presos denominados políticos, en el marco de la ley de excarcelación y amnistía nacional, llevó a que hubiera en la noche del 7 de julio cierto clima festivo en el penal.
Robledo Puch y su compañero de celda, Rodolfo Sica, procesado por homicidio calificado, adujeron un malestar y fueron llevados a la enfermería, sin la custodia correspondiente. Aprovecharon la “guardia baja” para escapar, alrededor de las 2 de la madrugada, desde la ventana de esa sala. Con sábanas, se colgaron para respirar el aire fresco del patio.
Su cómplice quedó en el camino como consecuencia de los disparos de un guardia que los vio y fue atrapado, pero el “Ángel de la Muerte” logró escapar entre lo espeso de la noche. Seguramente todo bien planificado, había elegido el lugar preciso entre dos garitas y bajo un reflector quemado. La visibilidad era casi nula.
La planificada huida
A pocos metros de la cárcel, se subió un colectivo de la línea 581 y le suplicó a su chofer, de apellido Lanfranchi, que lo llevara gratis. Adujo que lo habían robado y golpeado. Su cara de nene desesperado, conmovió al colectivero, que finalmente lo dejó en la estación de trenes platense en 1 y 44.
Por el horario, tomó un colectivo hasta llegar a plaza Once y luego otro a Puente Saavedra, en el límite entre Buenos Aires y el conurbano. Fueron horas de deambular y dormir en una obra en construcción, donde pasó dos noches.
Mientras las energías se iban agotando, los diarios daban cuenta del escape que conmocionaba, y asustaba, a la sociedad. De hecho, vecinos de diversos barrios dijeron haberlo visto, vagando, pidiendo y hasta robando. Nada de eso era verdad, pero la psicosis era general.
Desde la obra en construcción partió temprano el 10 de julio, antes que llegaran los obreros. Caminó y caminó hasta un bar de avenida Libertador al 2700. En su periplo pidió unos panes, que fue lo único que comió en esas largas horas.
Los efectivos que estaban en el lugar, porque lo tenían en el radar de sitios donde podía acudir, se acercaron al verlo salir. Hasta allí había entrado para llamar por teléfono a su madre y decirle que no daba más, que estaba agotado. “Soy Robledo Puch”, dijo ante los policías que lo rodearon, casi sin energías para escapar.
De allí lo llevaron hasta la Brigada, donde se hizo presente su madre, Josefa Aída Habedank, y su abogado. De la mano del entonces jefe de Institutos Correccionales, Roberto Pettinato, padre del músico, el “Ángel de la Muerte” regresó a La Plata.
Juicio y castigo eterno
El juicio en el que fue condenado se realizó recién en noviembre de 1980. Allí la Sala I de la Cámara de San Isidro lo encontró culpable de 11 homicidios, entre otros delitos, y lo condenó a “reclusión perpetua con la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado”.
Su prontuario era espeluznante. El primer homicidio que le adjudicaron fue en mayo de 1971, cuando con su cómplice Jorge Ibáñez mataron a José Bianchi, sereno de una casa de repuestos de Vicente López, y violaron a su esposa. En ese mismo mes, asesinaron a tiros al sereno de un boliche de Olivos, Manuel Godoy, y al encargado del local, Pedro Mastronardi, a los que sorprendieron dormidos. Y también fue su víctima Juan Scattone, sereno de un supermercado de la misma localidad del norte del Gran Buenos Aires.
Con la plata que se llevaban de los asaltos, Robledo Puch e Ibáñez compraban autos y ropa para salir de noche. En esas mismas salidas cometieron dos nuevos crímenes: subieron a dos chicas a su auto y las ejecutaron en la Panamericana. A una, Ibáñez la había violado en el asiento trasero. Días después, este delincuente murió en un accidente automovilístico.
El 15 de noviembre de 1971, Robledo Puch y su nuevo cómplice, Héctor Somoza, asesinaron a Raúl Del Bene, guardia de un supermercado de Boulogne. Y dos días después acribillaron a Juan Rozas, vigilador de una concesionaria de autos.
Ya hacia fin de ese mes, mataron a otro sereno de agencia de autos, Bienvenido Ferrini. Y en febrero de 1972 fusilaron a Manuel Acevedo en una ferretería. Pero el robo derivó en una pelea entre ellos, y Robledo Puch mató a su cómplice. Esta vez le quemó la cara y las manos con un soplete, para no dejar huellas. Pero un pedazo de DNI los llevó hasta la casa de Somoza y su madre dijo que se frecuentaba mucho con un chico, un tal Robledo Puch.
Ese mismo día la Policía detuvo al múltiple asesino, quien desde entonces permanece preso, excepto por las casi 70 horas que estuvo prófugo luego de huir de Olmos.
Pese a que pasó por diversos penales y en su derrotero existieron varios pedidos para quedar en libertad, hoy en la Unidad 26 de Olmos el “Ángel de la Muerte” transita la recta final de su vida. A sus 71 años, pasó más de 50 tras las rejas y si bien agotó su pena, la Justicia rechazó siempre cada planteo de la defensa. Alguna vez, en una de las pocas entrevistas que dio, dijo que le había prometido a su madre que nunca más se fugaría. Y cumplió. Aunque nunca imaginó que a esta edad su vida seguiría rodeada de muros. (DIB)