Nacido a comienzos de 1937 en la localidad de Coronel Bogado, provincia de Santa Fe, Juan José Ernesto Laginestra, alias “El Pichón”, fue de unos personajes míticos del hampa criollo. Protagonista de varias fugas memorables de cárceles y cincuenta asaltos a bancos sin una sola víctima fatal, supo vivir en San Martín, provincia de Buenos Aires, aunque creció en el barrio porteño de Villa Soldati.
Si bien sus primeros pasos los dio con pequeños robos que no quedaron en la memoria de nadie, lo cierto es que hacia fines de la década del ‘50 ya pasó a ser reconocido y unirse a los grandes atracadores del momento. Tras un jugoso botín de 800.000 pesos llevado de las oficinas rosarinas de Segba, terminó tras las rejas por un breve período que, en definitiva, le sirvió para perfeccionarse en el arte del delito. Uno de los que aprendió fue del porteño Jorge Villarino, que ya a los 17 años contrabandeaba whisky y cigarrillos.
Durante la década siguiente, ya con su propia banda, alternó una serie de robos con fugas que hicieron historia. Hacia 1968 hubo una seguidilla de asaltos a bancos, su especialidad. Más de una docena en Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, con tan sólo un caso esclarecido.
En marzo de ese año, estando por segunda vez dentro de una cárcel de Rosario, completó una de las más increíbles fugas de un penal. Un sábado, en horas de la madrugada, el guardia revisó una vez más el candado de la puerta y constató a través de la mirilla que Laginestra estaba durmiendo. Pero todo era una trampa, tantas veces vista después en el cine: en un rancio lecho un bulto con ropa simulaba el cuerpo del famoso hampón, quien aprovechó una soga para dejar atrás el muro de siete metros que lo separaba de la libertad. La ráfaga de una metralleta de un guardia no alcanzó para frenar al Ford Taunus que a toda velocidad se perdió en la niebla de la clandestinidad.
Horas después llegó un golpe, de esos que quedaron en las crónicas de la época. Fue el robo al Banco Popular Argentino, al que habían entrado por el patio de la entidad tras sorprender a un vecino. Con un disparo al aire, los empleados terminaron tendidos en el piso y la banda con 23 millones de pesos en sus manos.
También en el barrio rosarino de Arroyito le tocó el turno en septiembre del ‘68 a la filial del Banco Nación. Enmascarados con pañuelos, entraron a la entidad por la cochera de la casa del gerente cuando aún dormía. A medida que llegaban los empleados, los invitaban con café y gaseosa. Esta vez, los cinco maleantes se llevaron 38 millones de pesos.
Se cae, y se levanta
Efectivos de la Policía de la provincia de Buenos Aires, Capital Federal y Santa Fe lo buscaron con helicópteros y patrulleros, pero se habían hecho humo. ¿El secreto? Tras los atracos se escondían en un camión cisterna, debajo del cual la banda se metía al tanque modificado que estaba dotado de cuchetas y un sector con víveres. Sin embargo, un testigo ocasional los vio en su último golpe cuando se escondían en el camión que simulaba transportar vinos. Dijo que tenía en la puerta un dibujo del “Pájaro Loco”. Eso sirvió para que la Policía encontrara el vehículo y descubriera el gran truco de los “magos del hampa”.
Días después Laginestra, quien no hacía ostentación del dinero, fue detenido en una humilde pieza de la calle Azopardo, en San Telmo. Estuvo dos años adentro hasta que otra vez logró huir. A partir de entonces, alternó algunos asaltos con secuestros extorsivos.
Justamente uno de estos raptos, el del metalúrgico Emilio Scholer, lo llevó otra vez a la cárcel y en 1972 fue condenado a 21 años. Pero nuevamente volvió a evadirse por un túnel de quince metros. A los pocos meses fue recapturado y trasladado a Córdoba, pero en noviembre de 1984 la Justicia dejó sin efecto la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado y dio por cumplida la pena.
Dos años después, “El Pichón”, con 49 años, asaltó la fábrica de las por ese momento famosas medias Silvana, en el partido bonaerense de San Martín. Mientras escapaba con dos cómplices en un Ford Taunus robado, los policías les dispararon y dos de ellos murieron. Uno era otro Néstor Eduardo Pascual. El otro era Laginestra. En señal de duelo, los presos de Devoto y Caseros dejaron por un día sus radios apagadas.
Pero aunque se apagó la radio, y las crónicas dejaron de llenar páginas con sus fechorías, cuenta la historia que otro Laginestra también dejó una huella en suelo bonaerense. Según escribió Gustavo Charino en El Civismo de Luján, en abril de 1992 y a unos 30 kilómetros del centro de Escobar, apareció el cuerpo de un hombre con signos de golpes y tortura.
Para unos vecinos era “el fletero” López, para otros el “ex policía de la Federal”, un hombre parco, de pocas palabras y que se movía en diferentes autos y motos de alta cilindrada. Un par de veces fue “visitado” por la Brigada de la Policía, que lo devolvía demolido a golpes. En una de esas “chupadas” de la fuerza, López perdió la vida: lo mataron. Tenía 33 años y no era López, ni fletero, ni policía. Era, en rigor, pirata del asfalto e hijo del mítico Juan José Ernesto Laginestra. (DIB)