(Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB ) El 11 de diciembre de 1960 fue domingo, día pintado de rojo en el almanaque, pero en el recuerdo de los bonaerenses su color fue rojo sangre. Porque mientras en San Justo morían 13 espectadores del Gran Premio del TC, en San Andrés de Giles se estrellaba un avión de la Fuerza Aérea Argentina con un saldo de 31 víctimas fatales, uno de los peores accidentes en la historia del ejército del aire nacional. La tapa del diario Clarín del día siguiente destacó que el avión “cayó y estalló, como una granada siniestra, cerca de San Andrés de Giles. Treinta y una personas viajaban en la máquina que se deshizo como polvo”. En la ciudad todavía hay mucha gente que recuerda el terrible accidente. Afirman que quedaron impresionados por la visión de los cuerpos destrozados y, además, aseguran que mucha gente se apropió de dinero y objetos que venían en el aeroplano y que quedaron esparcidos en el campo donde se desplomó, en el kilómetro 99 de la Ruta 7. Pero esto último parece estar más cerca de la leyenda oscura que de la desgarradora realidad del incidente.
A diferencia de otros graves accidentes ocurridos en cielos bonaerenses, como el de 1957 en Bolívar y el de 1961 en Azul, donde se trataba de vuelos civiles, en el de San Andrés de Giles el avión involucrado era una nave de la Fuerza Aérea Argentina. Se trataba del transporte Avro Lancastrian matrícula T-102, que estaba cumpliendo un servicio del Correo Aéreo Militar al Exterior (CAME). Había salido de Lima, Perú. Hizo una escala en Antofagasta, Chile, y su destino era la base aérea de El Palomar, en el partido de Morón. Llevaba ocho tripulantes y veintitrés pasajeros.
Según testigos, cerca de las ocho de la noche de esa jornada lluviosa la nave dio varios giros sobre la ciudad de San Andrés de Giles a muy baja altura antes de caer a pique y estrellarse a unos 150 metros del kilómetro 99 de la Ruta 7 y a unos 8 kilómetros del casco urbano. Los pobladores contaron que se escuchó una fuerte explosión y más tarde se pudo contemplar una enorme columna de humo.
De acuerdo al sumario del accidente confeccionado por la Junta de Accidentes de la Fuerza Aérea Argentina, hubo un fallo en los instrumentos del avión y el comandante de la aeronave, el capitán Eugenio Pablo Méndez, decidió de todos modos proseguir el vuelo.
Comunicaciones
El historiador de la aviación Fernando Benedetto realizó un resumen de las comunicaciones más significativas entre el comandante de la aeronave y los controles de tráfico aéreo momentos antes del accidente. Así, la primera comunicación del T-102 en la que dijo que tenía fallas de instrumental ocurrió a las 17.38, cuando “solicitó a ACC EZE (es decir, el controlador aéreo del aeropuerto de Ezeiza) descenso de 1.500 metros en vertical MJZ (el aeródromo de Marcos Juárez, Córdoba)”. Los controladores de los aeropuertos de Córdoba y de Ezeiza autorizaron la maniobra y pidieron a Méndez que confirme cuando alcance ese nivel.
A las 17.54, el T-102 “confirmó 1.500 metros, pero advirtió al ACC EZE que esté atento porque parece que aterrizará en CBA (Córdoba) por falla de instrumental”. Quince minutos después desde Ezeiza se le ordenó que vuelva a ascender hasta 2.100 metros.
Casi a las siete de la tarde el avión comunicó a Baires Control (Ezeiza) nuevas fallas de instrumental. A las 19.05, el avión informó a Baires Control que regresaba a CBA” y le ordenaron “ascenso a 3.000 metros sobre SNT (San Antonio de Areco)”. Finalmente, después de idas y vueltas el T-102 señaló que estaba volando sin instrumentos y pidió “ascenso al tope de las nubes”. A partir de las 19.25 comenzaron a llamar repetidamente al avión sin ninguna respuesta. Menos de media hora después, el Avro Lancastrian se precipitó a tierra.
Una cañería rota
¿Dónde estuvo la falla que causó el accidente? Si bien al parecer en un primer momento se habló del incendio de un motor, Benedetto afirma que el problema estuvo en el instrumental giroscópico. No se podía controlar por instrumentos la inclinación de la aeronave y así fue perdiendo altura progresivamente.
“Tres veces se lo vio salir (al T-102) de la base de las nubes sin que se lo pudiera nivelar”, afirma el escritor. En el último momento, ya con poca visibilidad, lluvias continuas y fuertes, y un techo de nubes de 100 a 200 metros, sumado al comienzo del crepúsculo, el avión se estrelló en el campo. Su trayectoria marcaba un ángulo de inclinación de unos 25 grados y venía a plena potencia. Al chocar contra el suelo produjo un cráter de impacto y los restos se esparcieron hasta los 600 metros de distancia.
En febrero de ese año se había revisado el sistema de instrumentos giroscópicos del avión. Según las conclusiones de la Junta de Accidentes de la FAA, la única posibilidad de falla fue una rotura de la cañería entre la llave selectora del circuito de vacío y del instrumental. Esto se especuló, ya que el T-102 quedó completamente destrozado y no hubo forma de comprobar la hipótesis por los restos de la aeronave.
Los “aviones de los dólares”
Tras el horror, en tanto, comenzó la leyenda. En la ciudad hay quienes afirman que tras el accidente muchos se acercaron al lugar y unos cuantos robaron valijas que presuntamente tendrían dólares y hasta alhajas de oro. “Gracias a ese avión muchos de Giles están hoy bien parados”, cuentan.
Curiosamente, esa historia coincide con otro accidente ocurrido en Mendoza en mayo de ese año, en el cerro El Sosneado. Se trataba de un vuelo de la empresa Transamerican que se dirigía a Centroamérica y que llevaba a bordo una importante suma de dinero y joyas que no habían sido registradas en la aduana. Unos puesteros se hicieron con ese botín y en la zona todavía se habla de “el avión de los dólares”.
El 11 de diciembre de 1960 ocurrió sobre San Andrés de Giles “un desastre que cayó sobre todos como una losa”, en palabras de Clarín. Sin embargo, la memoria tiene sus propios caminos, y es posible que ambos accidentes, el mendocino y el bonaerense, se hayan fundido en un solo hecho: la mención de un tesoro siempre causa fascinación. (DIB)