(Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB )San Carlos de Bolívar es una ciudad en el corazón de la provincia de Buenos Aires. Capilla del Monte queda en el valle de Punilla, al norte de Córdoba Capital. Hay 850 kilómetros de ruta entre las dos localidades, ubicadas en lugares muy distintos. Y sin embargo hay un factor que las une, un relato que roza lo legendario y que habla de un humilde maestro de escuela que pasó muchos años fuera de su ciudad natal para llegar hasta el cerro Uritorco y encontrar un tesoro milenario. El protagonista de este episodio se llamó Orfelio Ulises Herrera y lo que halló en la falda de la montaña más misteriosa de la Argentina fue un cilindro de piedra, el Bastón de Mando de los indios comechingones, un símbolo de poder que trasciende las culturas y las generaciones. ¿Existió Orfelio? ¿Sus hazañas fueron reales?
La historia tiene un principio, eso sí, documentado. Como relataron desde el Archivo Histórico y Museo Florentino Ameghino de Bolívar, Orfelio Ulises nació el 27 de marzo de 1890 en el por entonces pequeño pueblo. Fue hijo natural de Silvana Genoveva Serra. Hacia fin del siglo su madre se casó con Marcos Herrera, un hacendado, que le dio el apellido al niño. En ese momento vivían en Intendente Alvear, en la provincia de La Pampa. Luego regresaron a Bolívar, donde vivían sus abuelos maternos y paternos.
Viaje a Samballah
Aquí se termina el rastro histórico y comienza la leyenda. Lo que se sabe de Orfelio Ulises fue contado por un discípulo, el profesor cordobés Guillermo Alfredo Terrera, que escribió un gran número de obras sobre la historia esotérica del continente que él llamaba “armoricano” y en varios libros habla de su mentor de Bolívar. Según Terrera, Orfelio Ulises, que trabajaba como maestro rural, “a los veintiséis años viaja a Samballah”, una ciudad mítica del Tíbet, y “su permanencia dura ocho años, durante los cuales se prepara en el más profundo conocimiento hermético metafísico”. Cómo hizo un humilde docente para viajar hasta el “Techo del Mundo”, es un enigma que Herrera jamás dilucidó.
Esos ocho años en el Tíbet -uno más que el célebre montañista austríaco Heinrich Harrer- no fueron coser y cantar. Los que lograban ser admitidos en esa comunidad eran encerrados en habitaciones aisladas, a un kilómetro de distancia una de otra, sin puertas ni ventanas ni techo: solo cuatro elevadas paredes, un banco de madera, unos cueros de ovejas para taparse, y el cielo estrellado como toda cubierta. Allí meditaban y vivían estados alterados de conciencia bajo el sol, la lluvia y la nieve; eran alimentados con una olla que les llevaban una vez al día, atada a un largo palo.
En ese lugar Orfelio Ulises recibió un mensaje: existía en América un objeto de poder, un Bastón de Mando, también conocido como “piedra de la sabiduría”, con 8 mil años de antigüedad. Y se le otorgó la misión de encontrarlo.
La búsqueda
Tras dejar las estepas tibetanas Orfelio no regresó enseguida a la Argentina. Sus maestros le encomendaron que lo hiciera desde el norte de América, por el borde del Pacífico, buscando las escuelas esotéricas de la Cordillera de los Andes. Siete años duró ese periplo, hasta que Orfelio entró a nuestro país por la zona cuyana.
Luego de unos tres años de búsqueda, en 1934 Orfelio Ulises desenterró con sus propias manos el Bastón de Mando o Toqui Lítico, un cilindro basáltico de 1,10 metros de largo y 4 kilos de peso. Junto a él halló un “poyo” o sillón de piedra, y una “conana”, es decir, un mortero. El encuentro ocurrió en el lugar que hoy en día se llama La Toma, al pie del Uritorco, pero el sitio exacto es desconocido.
Pasaron los años y Orfelio Ulises sabía que el Bastón no era para él, sino que debía entregarlo a otro portador. En 1948 Guillermo Alfredo Terrera estaba por doctorarse en Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba. La Escuela Primordial de Ciencia Hermética, grupo esotérico interno de la casa de altos estudios al que pertenecía Orfelio, decidió que el joven académico sería el nuevo “Iqui Simihuinqui”, es decir, portador de la Piedra de la Sabiduría.
Orfelio Ulises falleció poco tiempo después, el 8 de agosto de 1951. Fue sepultado en el cementerio cordobés de San Jerónimo. En el momento de la inhumación, como cuenta el escritor y cineasta Diego Arandojo en “Bastón de Mando”, “se levantó un viento helado, monumental, acompañado de polvo. Parecía que la temperatura de la ciudad entera había descendido abruptamente. El cielo se cubrió de nubes oscuras y se encendió el alumbrado eléctrico”. Eran las tres y media de la tarde.
Tres décadas de silencio
Como le habían ordenado sus maestros herméticos, Terrera guardó en silencio el Bastón de Mando durante 30 años. Recién a fines de los años ‘70 comenzó a hablar de él. Así, en 1981 lo mencionó en un poema y en 1983 escribió una extensa nota acerca de la “Piedra de la Sabiduría” en la revista “Cuarta Dimensión”. Según él, el cilindro basáltico era una antena que lo conectaba con antigua sabiduría y por eso lo guardaba entre sus libros.
A mediados de los años ‘80, Terrera conoció a otra personalidad extraña, de quien también se dijo que había visitado el Tibet: Ángel Cristo Acoglanis, un osteópata y esoterista rosarino que tenía poderes de sanación. Terrera le mostró el bastón, le habló de sus poderes, y visitó Capilla del Monte con Acoglanis. Hablaron de Erks, la presunta ciudad subterránea, o interdimensional, situada en cercanías del Uritorco, es decir, muy cerca de donde se había hallado el Simihuinqui.
Ahí se completó la línea que une a Bolívar con Capilla del Monte, una conexión que continúa corregida y aumentada luego de las muertes de Acoglanis (1989) y de Terrera (1998). El Bastón, en tanto, no se sabe bien dónde está. Lo reclama gente de Capilla del Monte, con el lógico argumento de que pertenecía a la etnia comechingona -o, con más propiedad, henia kamiare- que poblaba esas tierras. Mientras tanto, la leyenda de Orfelio Ulises aún recorre las calles de la localidad serrana: el turista puede, incluso, comprar remeras con su imagen. Allí aparece, por supuesto, retratado con el Bastón de Mando. (DIB)