El caso Penjerek: desaparición, un cuerpo extraño, teoría nazi y lágrimas sobre una tumba incierta

(Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB) “Yo sé quién mató a la chica Penjerek”. La afirmación sacudió un caso que venía adormecido desde hacía varios meses. La frase de María Sisti, una mujer de 23 años que tenía varias entradas en la comisaría por ejercer la prostitución, sirvió para desempolvar el expediente por la desaparición (y muerte) de Norma Mirta Penjerek, de 16 años.

La adolescente, que vivía en el barrio porteño de Floresta, había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa en la tarde del 29 de mayo de 1962, pero nunca llegó de ese recorrido de 17 cuadras. Recién casi 50 días después, a mediados de julio, el cadáver de una mujer apareció, semienterrado, en un campo de la localidad de Llavallol, en Lomas de Zamora. Un primer peritaje descartó la posibilidad de que fuera Norma, pero un segundo la confirmó. A partir de allí, varios detenidos, pistas heterogéneas, ningún condenado y un caso más impune en la historia criminal argentina.

Desde hacía dos meses que el país era gobernado por ex titular del Senado, José María Guido, luego del derrocamiento del radical Arturo Frondizi por parte de las Fuerzas Armadas. En ese contexto difícil y en medio de un paro que afectaba a gran parte del país, la joven apodada “Pipi”, hija del empleado municipal Enrique Penjerek y de la enfermera Clara Breitman, fue a su clase particular de inglés. Tras 40 minutos, salió rumbo a su casa pero nunca llegó, y el misterio pasó a ser una constante en estos más de 60 años.

En una jornada que marcó una décima de grado bajo cero, los padres de Norma comenzaron con llamados a amigas para ver si había pasado por la casa de alguna de ellas. Pero nada. La profesora Perla Stazauer de Priellitansky la había saludado minutos antes de las 20, y desde allí el rastro de la joven se perdió. Recién cerca de la medianoche, Penjerek hizo la denuncia en la comisaría y relató cómo iba vestida: pollera gris tableada, un blazer azul.

Un cuerpo y dudas

Pasaban los días, la repercusión mediática del inicio empezaba a decaer y la investigación estaba estancada. Recién el domingo 15 de julio, la aparición de un cuerpo en el campo La Laguna, del Instituto Fitotécnico Santa Catalina que dependía de la Universidad Nacional de La Plata, sacudió a la sociedad. Fue cuando el perro de uno de los guardianes de ese predio en Llavallol, en el Gran Buenos Aires, olfateó unos dedos que afloraban desde abajo de la tierra.

A eso le siguió el trabajo, poco profesional, de los policías que llegaron al lugar para desenterrar el cuerpo pero sin conservar la escena. El cadáver estaba en un estado de descomposición avanzado. Un pullover marrón, jirones de una enagua celeste, un corpiño y pañuelos aparecieron rodeando la zona.

La primera autopsia determinó que se trataba de una mujer de unos 25 años y de 1,65 de estatura. Según el médico, había sido estrangulada con un alambre y le habían cortado la vena cava superior con un instrumento cortante. Estimó su muerte hacia el 6 de julio, aunque el estado avanzado de descomposición parecía desmentirlo. En la morgue, Enrique y Clara no la reconocieron como su hija, además que el cuerpo en cuestión era diez centímetros más largo.

Sin embargo, hubo una segunda autopsia, que rescató una huella dactilar que le permitió confirmar que sí era Norma. Además, el odontólogo que atendía a la joven identificó la dentadura. Seguía haciendo ruido que la muerte era en torno al 6 de julio, menos de diez días atrás de la aparición, y que la estatura no “cerraba”. Pero el juez platense a cargo de la instrucción, Alberto Garganta, dictaminó que se trataba de la joven. A pesar de la incertidumbre, sus padres no dudaron en llevarle durante años flores a una tumba del cementerio de La Tablada.

Giro y olvido

Durante un tiempo, no se produjo ningún avance en la investigación. Pero justo un año después de la aparición del cuerpo, el 15 de julio de 1963, una mujer detenida declaró ante el juez y culpó del homicidio a un comerciante y concejal de Florencio Varela, Pedro Vecchio.

¿Cuál fue la historia de María Sisti? Que Vecchio, quien tenía una zapatería a pocos metros de la estación de Florencio Varela, junto a un grupo de cómplices reclutaban menores a quienes corrompían con drogas. Y fue por más: contó que había visto a Norma en una fiesta negra en el chalet Los Eucaliptos, situado en la localidad bonaerense de Bosques. Y en ese lugar, el zapatero había estrangulado y acuchillado a la menor cuando ella quiso resistirse a que siguieran drogándola.

Varias jóvenes prostitutas avalaron la declaración de Siti y el caso volvió a ganar las planas de los principales diarios del país. Sin embargo, la acusación y muchas de las pruebas en su contra resultaron parte de una venganza impulsada por un vecino de Vecchio. Sisti terminó confesando que su denuncia se dio luego de ser torturada y presionada, y el zapatero murió en libertad en 2012, a los 92 años,

En el medio, otra teoría ganó las líneas de la prensa escrita: Enrique Penjerek, destacado miembro de la colectividad judía argentina, había sido uno de los informantes del comando que encontró y secuestró en el Gran Buenos Aires al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. Como venganza, sectores de ultraderecha secuestraron a la joven. Nada de esto se probó.

Pese a que familiares de la víctima aún tienen dudas sobre si el cuerpo enterrado en La Tablada es el de Norma, lo cierto es que su padre murió en 1985 y su madre tres años después sin conocer quién o quiénes fueron los asesinos. A más de 60 años, el misterio y las preguntas sin responder, siguen sobrevolando la larga galería de la injusticia argentina. (DIB)