La organización habría funcionado al menos desde 2017 hasta julio del 2021 bajo la fachada de Templo Abba Karishna, en el partido bonaerense de La Matanza. Las víctimas serían al menos ocho personas, una de ellas menor de edad, en situación de vulnerabilidad.
La Fiscalía Federal N°1 de Morón, a cargo de Sebastián Basso, solicitó la elevación a juicio del caso que tiene a cinco personas acusadas de trata de personas en el marco de una organización criminal que funcionó en La Matanza, provincia de Buenos Aires, bajo la fachada de Templo Abba Krishna, al menos desde julio de 2017 y hasta julio de 2021.
A los cinco acusados se los considera coautores del delito de trata de personas con fines de explotación mediante la reducción a la servidumbre, con las agravantes de haber mediado engaño, de abuso de una situación de vulnerabilidad, de haber sido cometido por la participación de tres o más personas, por ser un ministro de culto no reconocido y por haberse consumado la explotación. Las víctimas serían al menos ocho, una de ellas menor de edad, en situación de vulnerabilidad.
Al señalado como líder de la organización, que funciona con características de secta, se le reprocha también el delito de abuso sexual de forma reiterada contra una joven menor de 18 años. De acuerdo con la acusación, desde el templo se captó y acogió a un número desconocido de personas, aprovechándose de su situación de vulnerabilidad, para finalmente obtener réditos económicos de ellos mediante la reducción a la servidumbre y el sometimiento a distintas prácticas de índole sexual. El modo de operar se vio caracterizado por procesos paulatinos en los cuales la organización se ganaba la confianza de sus fieles e imponía distintas pautas en concepto de “avance espiritual”.
Para el fiscal Basso, “de las declaraciones testimoniales se trasluce de forma congruente la maniobra delictiva con todos sus procesos paulatinos para lograr la explotación de personas mediante la reducción a la servidumbre. Sumado a ello, existe prueba independiente que termina por corroborar sus dichos”.
La investigación que irá a juicio oral y público fue llevada adelante por el Juzgado Federal N°2 de Morón, a cargo de Jorge Rodríguez, con intervención de la Secretaría N°8, a cargo de Ignacio Calvi.
Los cinco acusados fueron detenidos en diciembre pasado, cuando se llevaron a cabo los allanamientos que desbarataron la organización. En esa oportunidad, además se logró el secuestro de importantes sumas de dólares y pesos argentinos, de municiones, de una gran cantidad de armamentos, de medicamentos, de un cartucho de bala, de un cartucho de escopeta y documentación de interés para la causa.
Cada vez que una persona ingresaba al templo debía completar una planilla con los datos personales, detalles de su situación emocional y aspectos que quería cambiar en su vida. En cada encuentro, esa información se iba actualizando.
Los roles
De acuerdo con el requerimiento de elevación a juicio, el líder del templo contó con la colaboración de otras cinco personas, de las cuales una no fue hallada. Todos ellas habrían estado encargadas de impartir las órdenes, controlar a los fieles, inculcarles ideas de sumisión y entrega, y de cooperar en la idea que el líder era un ser superior. Asimismo, habrían sido las encargados de recibir el dinero y organizar el templo, lograr que los fieles sigan asistiendo allí, explicar las enseñanzas del líder, evacuar dudas e informarle a éste acerca de los pensamientos, sentimientos y reflexiones de los fieles.
Según la investigación, la única mujer integrante de esta organización cumplía un rol primordial, ya que se encontraba involucrada en todo el proceso de captación y control psicológico de las víctimas. Para el juzgado y la fiscalía, era una de las personas encargadas de recibir a los nuevos asistentes, tomarles sus datos personales, registrar las cuestiones que querían cambiar de su vida, efectuar un seguimiento de las víctimas y/o entablar relaciones de confianza para que concurran a las reuniones. Una vez que eso ocurría, comenzaba a pedirles servicios. Todo ello hizo que tomara una postura de poder e incluso maltratara a las víctimas en miras de lograr su sumisión. La mujer era también una de las personas encargadas de cooperar en los rituales de índole sexua, instruyendo a las víctimas para que se depilaran, tal como le gustaba al líder.
Otro miembro de la organización se encuentra señalado como un “hermano instructor” y, al igual que la mujer, tenía entre sus funciones evacuar dudas o dar enseñanzas y era con quien los fieles podían charlar sobre sus estados de ánimo. En tanto, otro de los individuos acusados organizaba el templo, recaudaba dinero y cooperaba en la administración de los bienes. También habría sido una de las personas asignadas para que las víctimas expresen sus emociones.
Finalmente, otro hombre se encargaba de mantener el lugar, remodelar y construir nuevas edificaciones y participaba de las sesiones de «alineación entre el cuerpo y mente».
Cómo funcionaba la organización
Según la investigación, las víctimas acudían el templo Abba Krishna por recomendación de otros fieles, por la difusión a través folletos o incluso por medio de las personas acusadas, según el caso, a fin de buscar contención espiritual que los ayude a sobreponerse de situaciones emocionales que las afligían. Una vez allí, se realizaban meditaciones, cánticos, aperturas de chakras y lectura de textos.
Cada vez que una persona ingresaba al templo debía completar una planilla con los datos personales, detalles de su situación emocional y aspectos que quería cambiar en su vida. En cada encuentro, esa información se iba actualizando. De esta manera, el indicado como líder de la banda tenía pleno conocimiento de la situación sentimental de los fieles y cómo las distintas actividades del templo iban impactando en sus personalidades. En caso de que un asistente dejara de concurrir, se lo llamaba por teléfono y se le insistía para que volviera al templo bajo la promesa de que ello le haría bien y le ayudaría a “sanar emocionalmente”.
Siempre según la acusación fiscal, una vez que los fieles tomaban confianza con las personas y actividades del templo, el primer paso para “avanzar espiritualmente” y “purificar sus almas” era hacer “Bhakti Yoga” o “servicio”. Al respecto, el líder les explicaba a sus víctimas que “si se recibe, hay que dar”, por lo que debían hacer servicio devocional, que consistía en limpiar el lugar, mantener el jardín o ayudar en la preparación de las sesiones y comidas –vegetarianas- que se ofrecían. Además, debían realizar aportes económicos para el templo. Para esto, los fieles debían asistir más días. Como consecuencia, las víctimas acotaban sus espacios personales de ocio y contacto social con sus familiares y amigos.
El líder les explicaba a sus víctimas que “si se recibe, hay que dar”, por lo que debían hacer servicio devocional, que consistía en limpiar el lugar, mantener el jardín o ayudar en la preparación de las sesiones y comidas –vegetarianas- que se ofrecían, y realizar aportes económicos.
Este acercamiento, asimismo, le permitía al líder inculcar distintos pensamientos en los devotos hasta lograr persuadirlos, controlarlos y aislarlos ya que, entre otras cuestiones, les hacía creer que, aquellos que no pertenecían al grupo Abba Krishna, “no podían sentir la misma energía”. Por lo tanto, para lograr su “crecimiento espiritual”, debían alejarse de aquellos. Con esta premisa, no se les permitía a los integrantes del templo tener parejas que no pertenecieran a la comunidad y, en caso de iniciar una relación con alguien del templo, el líder debía dar su consentimiento.
Las enseñanzas del sujeto tenían fuertes premisas sexuales: a las mujeres no se les permitía mantener relaciones sexuales, bajo el pretexto que el cuerpo era un templo al cual «no se le debía permitir entrar a cualquiera». Sin embargo, existía un “camino espiritual” en el cual se avanzaba desde la entrega sexual del cuerpo y que estaba controlado por el líder espiritual mediante acercamientos, tacto en zonas íntimas en concepto de apertura de chakra sacro, besos en la boca, sexo tántrico y, finalmente, con penetración. Una vez transcurrido este camino, las mujeres eran ofrecidas a los distintos integrantes del templo para que los ayudaran, mediante el sexo, a “aumentar su energía”.
Paralelamente, mediante la lectura de distintos textos religiosos, el líder impartía enseñanzas que eran tildadas de “orales, sagradas y secretas”, por lo que no se podía hablar de ellas. Sin embargo, le asignaba a los fieles a sus personas de confianza para que puedan evacuar sus dudas.
El templo Abba Krishna estaba preparado para que los fieles pudieran también pernoctar. En su planta alta, existían varios cuartos en donde se podía dormir cada vez que las sesiones o sus servicios terminaban tarde. Algunas víctimas eran invitadas a vivir en una de las casas que el líder tenía a disposición en el partido de La Matanza. Si bien se les decía que para vivir en ellas no debían pagar alquiler, debían aportar económicamente para mantener el lugar, además de continuar con la contribución económica del templo.
Según señaló la fiscalía, el control que tenía el acusado sobre las víctimas le permitía exigir altos porcentajes de sus ingresos (ya sea que trabajaran en relación de dependencia o para el templo), por lo que su capacidad económica se veía fuertemente reducida. También decidía si los fieles debían dejar, aceptar o mantener sus trabajos en relación de dependencia, y les solicitaba que trabajaran en lugares específicos o para el templo.
La investigación determinó que, en este último caso, las jornadas laborales eran extensas y los sueldos irrisorios. Una de las víctimas declaró que debía pasear a las vacas para pastorear, de lunes a lunes de 8.00 a 17.30, por una suma de 3 mil pesos, y que debía aportar una parte de ese monto para los gastos de las casas y para la contribución del templo. Ni los trabajos en relación de dependencia ni para el templo eran considerados “servicios” por lo que, luego de las jornadas laborales, se debían dedicar a la mantención del templo.
Según consta en el requerimiento de elevación a juicio, el líder logró disponer de las víctimas en todos los aspectos de su vida, desde la utilización de su tiempo, el control laboral, económico, social, alimenticio, sentimental y sexual. En relación con el control económico, la entrega de dinero al templo podía realizarse en cada sesión, en aportes mensuales, en aportes del 50 por ciento del sueldo, incluyendo aguinaldos e indemnizaciones, o de dinero proveniente de ventas de inmuebles. Incluso, el líder se designaba como administrador de los ingresos de sus fieles y/o les exigía más dinero para futuras compras en su favor.