Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB *Esta nota fue publicada originalmente el 22 de febrero de 2021.
Ismael Darío Abdala. Así se llamaba el hombre que pudo quedar en la triste historia argentina. Un ex gendarme que gatilló su revólver calibre 32. Estaba a tres metros de distancia y su disparo podría haber sido mortal. Vicente Massimi, un hombre de 77 años, el otro actor principal de la escena, se abalanzó sobre el tirador. Hubo una explosión, pero la bala no terminó de salir. El destinatario era el ex presidente Raúl Alfonsín, de campaña por las legislativas de 1991, en ese momento, por la ciudad bonaerense de San Nicolás. Pasaron 30 años del tercer atentado que sufrió en su carrera el líder radical, aunque este fue el que más cerca de concretarse estuvo.
El febrero de 1991 venía agitado. El país atravesaba una huelga ferroviaria por cientos de despidos del Gobierno de Carlos Menem: el famoso “ramal que para, ramal que cierra”. El salario docente pasaba a 2 millones de australes, Guillermo Luque se entregaba en Catamarca por el crimen de María Soledad Morales y los aliados, con Estados Unidos a la cabeza, le declaraban la guerra a Irak por su invasión a Kuwait.
En este contexto, el 23 de febrero por la noche, Alfonsín, quien se había ido del poder dos años antes, se subía al escenario de la tradicional esquina de las calles Urquiza y Mitre, en San Nicolás, para hablar ante unas 5 mil personas. Cuando las palabras del viejo caudillo empezaban a contagiar a los correligionarios, muchas de boinas blancas, Abdala, quien había trabajado en Somisa y había tenido un breve paso por Gendarmería, sacó el revólver y apuntó.
Allí, tras el estruendo todo fue confusión, al menos por unos minutos. Algunos golpearon a Abdala, otros optaron por tirarse encima de Massimi, quien le había arrebatado el arma y la exhibía como un trofeo. Pensaron que era el agresor y por eso también sufrió algunos puñetazos. Alfonsín, en tanto, quedó por el piso, cubierto por los cuerpos del concejal Roberto Lapuyade y del histórico custodio del ex mandatario, Daniel Tardivo.
Abajo, otro hombre con un arma, dos jóvenes que corrieron hacia un auto y escaparon, y más gritos, hicieron que la escena no baje de tensión. Recién cuando un patrullero se llevó al tirador, Alfonsín tomó el micrófono otra vez. Allí, pidió que no se le atribuyera a ningún político lo que se acababa de vivir y prosiguió con su discurso. Minutos después, una ovación le puso punto final a la noche partidaria.
El agresor en la mira
Dos días después del hecho, Abdala declaró ante el juez Alberto Moreno y admitió que su objetivo era matar a Alfonsín. Según la psiquiatra que lo trataba, padecía de “delirio sistemático”, ya había estado internado y tomaba cinco medicamentos para controlarse. Tuvo un paso por la iglesia mormona, otro momento donde se dedicó a predicar el evangelio en Buenos Aires y hasta le había “escrito” cartas a Juan Pablo II, Mijaíl Gorbachov y George Bush.
La bala, de acuerdo a la pericia, se percutió y hasta se escuchó el chasquido, pero por una insólita falla del mecanismo quedó atascada en el tambor. También la Justicia determinó que el otro hombre que había sacado un arma en medio del mitin era Luis Moisés Gómez, un militante radical y personal de seguridad de Somisa que buscó “convertirse en héroe” en esa jornada. Y los dos jóvenes que salieron a toda velocidad en el Renault 18 eran policías de civil que participaban de la seguridad del acto.
Nada de conspiraciones detrás del hecho, al que el propio radical le restó importancia. “Estoy acostumbrado a recibir amenazas anónimas y algún día tenía que pasar algo así, creo que se trata de fanáticos y los tomo como tales”, explicó en su momento.
Antes de eso, Alfonsín había sufrido dos atentados, y aunque sus autores nunca pudieron ser identificados se los vinculó a grupos de ultraderecha engendrados en sectores castrenses y/o policiales. El primero fue en mayo de 1986, cuando en una visita a la sede cordobesa del Tercer Cuerpo del Ejército, la Policía halló una poderosa bomba bajo una alcantarilla; por ahí iba a pasar el auto presidencial. En octubre del 1989, en tanto, un explosivo voló varios ambientes del departamento a metros del Congreso, que un correligionario le había prestado al entonces titular de la UCR.
Luego llegó el de San Nicolás, sin vinculación con los anteriores. Todo terminó con Abdala sobreseído, ya que no pudo nunca comprender la criminalidad sus actos. Sus siguientes días fueron en el hospital Melchor Romero y su vida terminó con un suicidio casi tres años después. Alfonsín siguió recorriendo el país, se sobrepuso a un gravísimo accidente en una ruta patagónica y gravitó en la política hasta su muerte en 2009. (DIB)