(Por Andrés Lavaselli )La derivación menos pensada de la llegada de Sergio Massa al ministerio de Economía la protagonizó Elisa “Lilita” Carrió: con sus críticas a los dirigentes de PRO y el radicalismo que juzga cercanos al líder del Frente Renovador, no solo reenvió la tensión política desde el oficialismo hacia la Juntos por el Cambio, coalición a la que sumió en el barro de la disputa cruda de poder y posicionamiento electoral en el peor momento social eso, sino que además desató allí una crisis de connotaciones identitarias.
Carrió recurrió más de una vez a la táctica de potenciar la pelea interna para asegurar su centralidad en el ecosistema opositor en el que se insertó siempre, a falta de estructura territorial, como una suerte de “dadora de eticidad. Tampoco son nuevos algunos de sus enemigos: Emilio Monzó, Rogelio Frigerio y Cristian Ritondo, ya habían sido blanco de sus dardos. El radical Facundo Manes también había sido apuntado, con menos intensidad tal vez, cuando se bajó de una candidatura porque no le dieron el primer lugar en la lista.
Hay otra dimensión, más profunda, encerrada en el episodio: la puja por el perfil político de Juntos. La “pureza” a la que se refirió Carrió apunta a esterilizar cualquier intento de acercamiento a Massa por parte de actores con buena relación con el Ministro, como Gerardo Morales, Diego Santilli o el mismo Monzó, que podrían imaginar un acuerdo de “centro” que jubile, de un solo saque, al kirchnerismo y a Macri. Pero a la vez Carrio parece querer ir más allá, hasta excluir a casi cualquier cosa que “huela” a peronismo.
La cercanía Massa con el macrismo hasta 2017 –en especial con María Eugenia Vidal, con quien más que sintonía hubo cogobierno- le otorgan el verosímil a la hipótesis de un intento de Carrió de frenar cualquier conversación con el Frente Renovador, a la que podrían sumarse además dirigentes alineados con Roberto Lavagna, Juan Schiaretti,m Juan Urtubey y Florencio Randazo.
Pero tampoco hay que descartar que se trate de una impugnación más amplia del peronismo, porque se trata de una pelea que Macri ya dio cuando era Presidente, codo a codo con Marcos Peña y Jaime Durán Barba, contra los mismos actores que ahora destrata la jefa de la Coalición Cívica. La actualización de la pelea, por cierto, agudiza algunas contradicciones: Carrió habló luego de que el expresidente pidiera tener cuidado con la alianzas con peronistas que se realizan en el Conurbano, pero Patricia Bullrich, que siempre fue una “halcón, sumó a Monzó, peronista él, con la misión de sumar a más de lo suyos, sobre todo en la primera y tercera secciones. Santilli, dato importante, está en lo mismo.
Por eso, la “paz” que el PRO selló el viernes al mediodía en Hapening solo puede ser precaria: para solidificarla hace falta una decantación de liderazgos internos que está aún lejos de ocurrir. En ese tenso encuentro, además de un acuerdo para bajar el tono, apenas comenzó a charlarse el modo de reglar la interna de PRO. El problema es que eso es muy difícil de hacer en un escenario en el que se habla de fórmulas mixtas y cuando el radicalismo, que se apronta a una nueva elección interna, tiene a su actor más taquillero, Facundo Manes, enviando señales Juan Schiaretti porque no aparece en ninguna de los binomios combinados que se echaron a rodar.
Otra agenda
Efecto paradojal: cuando atravesaba su peor momento, Todos encontró una armonía inesperada con la irrupción de Massa. El precio que paga es altísimo: aceptar un ajuste que será el mal menor frente a un devaluación pero que combinado con niveles de inflación estratosféricos complican cualquier proyección electoral. De todos modos, superar la emergencia es el objetivo para ellos y a Massa parece permitírsele todo, hasta la impensable ortodoxia en el manejo de la tasa. O casi todo: Axel Kicillof, que conversó esa medida con el equipo de Economíaa, es al mismo tiempo el guardián del último límite, controlar que Miguel Pesce no trabe el manejo de la mesa de dinero del BCRA.
El gobernador es también un heraldo de la prudencia. Por eso, la convocatoria a paritarias estatales es por ahora más gestual que real. Busca dar una señal de contención pero difícilmente derive en una medida concreta antes de octubre, luego de que se pague la suba acordada para septiembre, que empardará los sueldos de los agentes públicos con la inflación en un momento en que, espera, el ritmo de aumento de precios empiece a ser controlado. El Kicillof es partidario de un incremento de suma fija vía decreto, pero no actuará hasta que lo haga Massa. (DIB)