(Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB )Todos recuerdan a King Kong, el gigantesco simio protagonista de muchas películas, que casi siempre se enamora de una mujer humana. Lo que no tanta gente tiene en su memoria es que el “Rey Kong” pasó por Argentina; o, al menos, el muñeco que apareció en un filme, el de 1976. Pero no solo llegó al país, sino que, para muchos, ese simio animatrónico terminó sus días aquí, abandonado en Mar del Plata, o en la República de los Niños. ¿Qué fue lo que realmente ocurrió?
Todo empezó una Navidad. No una Navidad cualquiera, sino nada menos que la de 1976. Un día antes, el 23 de diciembre, se estrenó en los cines argentinos “King Kong”. Producida por Dino de Laurentiis y protagonizada por Jeff Bridges y Jessica Lange, la cinta retomaba el clásico de 1933 pero el simio, en lugar de terminar trepado al Empire State Building de Nueva York como en la vieja película, aparecía sobre un ícono de la ciudad que en ese momento era muy joven: el World Trade Center.
El filme fue un gran éxito en todo el mundo y nuestro país, envuelto en la peor dictadura de su historia, no pudo evitar engancharse con la historia de un monstruo que, por lo menos, solo estaba en una pantalla de cine.
Destino Buenos Aires
Un par de años después del estreno, a la empresaria Beky Simone Pérez Pichón se le ocurrió traer a la bestia mecánica al país para protagonizar una exhibición. Según contó al investigador Fernando Soto Roland -el mayor especialista en este rocambolesco asunto-, “un colaborador en la oficina de mi compañía Transax, Francisco Soto, un día me dijo ‘qué te parece si traemos a King Kong, el de Dino de Laurentiis; podríamos llevarlo a La Rural o a algún otro lugar. Puede rendir mucha plata’. Entonces hablé con mi abogado, el doctor Alberto Pardo, que me dio el visto bueno”.
Para llevar a cabo el negocio tenían que hablar con De Laurentiis. De modo que arreglaron una cita en Los Ángeles, Estados Unidos. Allí, la empresaria logró sus tres objetivos: “El mono, el merchandising y poder llevarlo a toda América Latina”. Esto le costó medio millón de dólares en el momento de embarcar el muñeco.
Contrato en mano, salieron a buscar inversores. Consiguieron nada menos que al director del diario Crónica, Ricardo Gangeme. “Lo trajeron a mi oficina, empezamos a negociar y le dije ‘mire, vamos a hacer una cosa. Usted pone los 500.000 dólares, yo pongo el contrato y vamos a la mitad de todas las ganancias’”, afirmó la empresaria. Gangeme aceptó.
A La Rural
El show en La Rural duró cuatro meses, entre septiembre y diciembre de 1978. Se levantó una inmensa carpa donde cabía el gigante y las máquinas para controlarlo. El show era una especie de obra de teatro la que estaba indirectamente involucrado el dibujante Manuel García Ferré, titulada “El paraíso de King Kong”. “La trama transcurría en una isla ignota en donde una serie de bailarinas adoraban al gorila, en tanto que un maléfico profesor Neurus maltrataba al mono hasta sacarlo de sus cabales”, dice Soto Roland.
Este show, que levantó el telón el 23 de septiembre de 1978, no le gustó mucho a la gente, que quería ver a King Kong. Así que solo duró dos funciones y convirtieron el espectáculo en otro en el que el mono era el absoluto protagonista y arrancaba alaridos del público infantil.
Fracaso en “Mardel”
Así las cosas, llegó el fin de diciembre, y dos años después del estreno de la película el gigante llegaba al final de su paso por Buenos Aires. Pérez Pichón pensaba exhibir sus 17 metros de estatura dentro de Harrod’s, en la céntrica calle Florida, y luego enviarlo a Brasil. Pero Ricardo Gangeme tenía otras ideas, y se terminó llevando a King Kong a Mar del Plata.
En “La Feliz” se levantó una carpa en el predio del viejo Estadio Bristol y allí se ubicó al muñeco, que en el poco tiempo que estuvo se dedicó a contestar con movimientos de cabeza preguntas de la gente como “¿te gustan las rubias?”, “¿sabés quién fue Gardel?” y “¿te bañás?”.
Pero había dos problemas: el debut de “la octava maravilla del mundo”, como le decían, fue un tardísimo 1º de febrero de 1979, y por otro lado gran parte del posible público del show ya había visto a King Kong en Buenos Aires.
“Como Chirolita, pero gigante”
El escritor platense Pablo Pujol pasaba sus veranos infantiles en Mar del Plata y estuvo allí bajo la carpa para ver a King Kong. Le contó a este cronista que “el lugar era muy chico, algo así como un terreno donde iban a hacer un edificio y ya estaban excavados donde iban a estar los subsuelos. De esa manera, uno venía desde la calle y entraba hacia abajo. Era una especie de anfiteatro con unas sillas de lata tapado con una carpa. Al fondo era más bajo todavía y allí estaba el muñeco”. De hecho, recuerda Pujol, “uno quedaba sentado a la altura de la cara de King Kong”.
Continúa: “El muñeco aparecía como de la cintura para arriba, no tenía piernas. Y después de mi impresión infantil de haber visto en la película algo prácticamente real, lo que se me aparecía en la carpa era deprimente, de lo peor. Movía un poquito el brazo y un poquito la cabeza. Giraba la cabeza para un lado y para el otro, movía los ojos y abría la boca. Era como Chirolita pero gigante. Tenía el pelo raído y me pareció muy desagradable”.
Pujol afirma que “King Kong estaba tapado con una lona blanca sucia, para que cuando uno entrara no lo viera. Había un tipo ahí que lo presentaba y de repente ponían un sonido de rugidos a un volumen tremendo. Tal es así que recuerdo nenes que salían corriendo llorando, aterrorizados, por el pasillo del medio entre las sillas, mientras las madres los corrían”.
La cuestión es que todo terminó en un fracaso que llevó, incluso, a un embargo y a un pedido de remate del muñeco, que se frenó justo a tiempo. Mientras tanto, el animatrónico seguía en el predio de Avenida Luro y España, tapado con unas lonas.
Un gorila bajo la lluvia
Entonces empezó la leyenda, que duró décadas. ¿Qué había pasado con King Kong? Mucha gente afirmaba que el muñeco terminó sus días en ese predio, abandonado a su suerte, mientras su pelo -supuestamente, hecho de crines de caballos argentinos- desaparecía poco a poco bajo el impacto de las lluvias. Otros decían haberlo visto en lugares tan raros como la Ciudad Deportiva de La Boca o la República de los Niños, en La Plata. Cómo podía ocultarse un muñeco de semejante tamaño, con un torso de 4 metros de ancho, era una pregunta sin respuesta.
La realidad, como descubrió Fernando Soto Roland, fue más prosaica. El muñeco fue llevado a Buenos Aires en una noche y más tarde, desarmado, se transportó a San Pablo, Brasil, donde fue una gran atracción en el parque de diversiones PlayCenter. Luego volvió a Estados Unidos.
El cuento de J.G. Ballard “El gigante ahogado” habla del impacto que produce la llegada de un cadáver de enorme tamaño a la costa de un pueblo. Esa imagen es la que quedó en la imaginación de miles de marplatenses, que aún hoy “recuerdan” haber visto pudrirse al monstruo venido de una isla misteriosa. (DIB)