(Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB )“Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres. ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! Nunca las olvidaré”. Tales fueron las últimas palabras de uno de los criminales de guerra nazis más buscados, el responsable de la “solución final” que llevó al exterminio de seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de Adolf Eichmann, que había pasado sus últimos diez años en el país sudamericano al que dedicó su muerte bajo el alias de Ricardo Klement, viviendo en un oscuro arrabal del norte del Conurbano, en el partido de San Fernando. Para muchos era “el vecino alemán”; otros se dieron cuenta de quién era en realidad, y eso determinó los movimientos del destino.
La ejecución de Eichmann tuvo lugar en Israel en 1962. Hay que retroceder a 1906 a la ciudad de Solingen, en el oeste de Alemania, para hallar sus orígenes. Allí nació un 19 de marzo, pero poco tiempo después se mudaría con su familia a Linz, en Austria. En 1932, tras sufrir como muchos los vaivenes económicos de la década del ‘20, se afiliaría al partido nacionalsocialista y a las SS. En 1933 Adolf Hitler llegó al poder en Alemania y Eichmann huyó a Bavaria. Con el tiempo, a medida que escalaba dentro de las filas del partido, trabajaría para organizar una “oficina central de emigración judía” en Viena que luego sería un “modelo” para la Oficina Central del Reich para la Emigración Judía. La premisa estaba clara: limpiar de judíos a Alemania. Si al comienzo la idea era que “emigraran” a otros territorios, más tarde el Estado alemán comenzó a deportarlos a campos de concentración.
“Solución final”
Eichmann pasó a la Gestapo y “jugó un papel central en la deportación de más de 1,5 millones de judíos de toda Europa a los campos y sitios de exterminio de la Polonia ocupada y de partes de la Unión Soviética ocupada”, según la web del Museo del Holocausto. En 1944 Eichmann creó la idea de la “solución final”, es decir, el exterminio de los judíos europeos. Así, llevó a los campos de concentración como Auschwitz y Dachau a judíos de Eslovaquia, los Países Bajos, Francia, Bélgica, Italia, y Hungría. Se considera que fue responsable de la muerte de seis millones de judíos.
Cuando terminó la guerra Eichmann quedó bajo custodia de los estadounidenses, pero se escapó en 1946. Al final, con la ayuda de funcionarios de la Iglesia Católica, logró huir a Argentina. Fue uno de los tantos miles de nazis que logró llegar al país en una de la tres “ratlines” o vías de escape: la nórdica, la ibérica y la sudamericana. Es preciso recordar que en nuestro país hubo muchas actividades pronazis y de hecho recién se declaró la guerra al Eje (Alemania-Italia-Japón) en marzo de 1945. Eichmann vivió aquí bajo varios alias y el más famoso de ellos, con el que fue hallado, fue Ricardo Klement.
El hijo que no cambió el apellido
Los Eichmann/Klement pasaron un tiempo en Tucumán y luego se mudaron al Gran Buenos Aires. En una zona de clase media baja en el partido de San Fernando, eran “los vecinos alemanes” y nadie los molestaba. Pero justamente uno de los hijos de Adolf sería quien llevaría a su arresto. Porque Klaus no quiso cambiar su apellido. Tenía trabajo, amigos y una novia. El padre de la chica había sido víctima de Eichmann: era un judío ciego que había estado en el campo de concentración de Dachau, en Alemania. Luego de un encuentro casual con Ricardo Klement realizó la denuncia a la fiscalía general de Alemania. Corría 1960 y los Eichmann hacía diez años que vivían, tranquilos, en Argentina.
La información llegó a Israel, que decidió una polémica operación en las narices del Gobierno argentino, en ese entonces en manos de Arturo Frondizi. A comienzos de mayo de 1960 una decena de agentes del Mossad se instalaron en Buenos Aires. Debían ubicar a Eichmann, secuestrarlo y trasladarlo a Israel sin que nadie se entere.
Después de varios días el equipo logró determinar que Klement/Eichmann volvía de su trabajo en la empresa Mercedes Benz, bajaba todos los días del colectivo a las 19.40 y caminaba unos ochenta metros por el piso de tierra de la calle Garibaldi, en San Fernando, hasta llegar a su casa.
La operación se fijó para el día 11 de mayo. Lo sorprendieron al bajar del micro, en las tinieblas de la noche. No ofreció resistencia. Lo metieron en un auto y se lo llevaron. Luego de un breve interrogatorio les dijo: “Ich bin Adolf Eichmann”. Yo soy Adolf Eichmann.
Estuvo secuestrado dieciséis días. Finamente lo llevaron a Israel en el avión que transportaba a la delegación oficial que participó en los festejos de Argentina por los 150 años de la Revolución de Mayo. El 23 de mayo de 1960 aterrizó en Jerusalén el DC-10 con Adolf Eichmann, detenido, a bordo. Al día siguiente, el premier David Ben Gurión anunció al mundo la noticia.
El Gobierno de Frondizi protestó enérgicamente ante los foros internacionales, sabiendo que de todos modos sus reclamos no iban a ser atendidos. La figura de Eichmann superaba todas las legislaciones. Y Argentina nunca lo iba a juzgar: para la Justicia de nuestro país los crímenes de Eichmann habían prescripto el 9 de mayo de 1960, dos días antes de su secuestro.
La cuestión se zanjó con una carta de disculpas de Golda Meier, en ese entonces ministro de Relaciones Exteriores de Israel, a Frondizi.
Culpable
Luego llegó el juicio. Los historiadores atribuyen el despertar del interés público por el Holocausto a la cobertura de su proceso, especialmente a través del libro “Eichmann en Jerusalén” de Hannah Arendt.
El 15 de diciembre de 1961 Eichmann fue declarado culpable de delitos contra el pueblo judío. Murió en la horca a medianoche entre el 31 de mayo y el 1° de junio de 1962. Antes había saludado a las tres naciones que lo vieron nacer y prosperar, entre ellas Argentina.
Las autoridades judías cremaron sus restos y esparcieron sus cenizas en el mar, más allá de las aguas limítrofes de Israel, para que ninguna tierra lo cobijara. (DIB)