(Leandro Velazco- La Nación) Un viejo mangrullo, réplica del original de los tiempos de la conquista del desierto, se presenta en la entrada de Fortín Tiburcio, un pequeño pueblo de 450 habitantes del Partido de Junín, a 300 kilómetros de ciudad de Buenos Aires, donde la llanura es interminable y los silencios se potencian .
«La biblioteca abre dos veces por semana, trato de sostener la lectura en tiempos de pandemia», afirma Judith Caldiroli, de 64 años, que hasta finales de los años 80 fue una de las grandes bailarinas del Ballet del Teatro Colón y reinició su vida en este pueblo luego de abandonar la ciudad y crear una biblioteca en una vieja cancha de bochas. «Le faltaba medio techo», agrega.
«Son procesos lentos -dice Judith-. Los libros cambian la vida, la biblioteca se convirtió en un espacio de formación», completa.
«Tengo 1438 libros», afirma con determinación. Son sus aliados. No cobra ninguna cuota social, todos los gastos de mantenimiento y servicios los cubre ella. «Todo es absolutamente gratuito», advierte. Los socios además de poder consultar enciclopedias y libros de texto, obtienen a cambio algo mejor: ficción. «La gente lleva novelas», sostiene.
Desde 2014, la biblioteca es, además, la estación de ómnibus del pueblo. «Se olvidaron de nosotros», confiesa, acerca del cambio de vida desde la aparición de la pandemia. «La gente en los pueblos no se manifiestan, no protestan», afirma para graficar la hermética realidad del pueblo.
El papel de la biblioteca, como punto de encuentro comunitario, cobró valor en los meses de cuarentena. Antes de marzo, dentro de la excancha de bochas se ofrecían además cursos y talleres formativos, como el taller de la memoria (a cargo de la psicóloga Mariana Perón). La realidad del pueblo presenta mucha población de mayores. «No hay ninguna actividad para ellos», reconoce.
«Por una desilusión amorosa dejé la danza y la ciudad», recuerda Judith. «Es otra vida», confiesa al rememorar sus años en el Teatro Colón. Cuando vivía en la ciudad de Buenos Aires, su pareja era un escenógrafo muy importante. (Prefiere que el nombre quede en el misterio: «hoy es una persona reconocida, fue director técnico del Colón durante muchos años»). Al regresar de una gira de presentaciones descubrió que lo engañaba con una integrante de la misma compañía. «Me costó la carrera, no pude seguir, un día dejé de ir a los ensayos», confiesa. Por motivos emocionales hasta tuvo una parálisis en uno de sus brazos.
Se presentó en escenarios que la llevaron por todo el mundo aunque destaca su participación en el Ballet Teresa Carreño de Venezuela, Ballet de Liliana Belfiore, el Teatro Argentino de La Plata y el propio Colón. «Abandoné la compañía y, en 1989, decidí dejar todo y venir al pueblo», afirma.
Nada fue fácil. Estaba sola con dos hijos (frutos de un matrimonio que no prosperó), Alejandro y Victoria. Eran otros tiempos. La llegada de una mujer sola no pasó desapercibida en el pueblo. Con la venta de una propiedad en Buenos Aires llegó a Fortín Tiburcio, pionera en la movida que hoy sueñan los que desean abandonar la ciudad por la cuarentena.» Encontré una casa que tenía piso de tierra, sin baño ni luz, pero para mí era un techo y bastaba», cuenta. La recicló por completo, costó tiempo y vida: «Me enamoré de la casa y del pueblo».
Cambio de vida
Siempre supo que quería hacer algo relacionado con la cultura. El cambio de vida tenía un predestino: la vieja estación de tren del pueblo estaba abandonada y ociosa. «Era el lugar ideal para los libros», sostiene. Consiguió autorización del delegado del pueblo, y una vez más, recicló y restauró una casa.
Esta vez tuvo ayuda de algunos vecinos. La fuerza de voluntad de una nueva habitante siempre contagia. «Conseguimos pintura y muebles abandonados en el corralón municipal de Junín», y así enumera los pasos para la recuperación y el nacimiento de la biblioteca que sucedió en septiembre de 2005.
«Quise hacer más que ofrecer libros», cuenta Judith. En la zona rural de Fortín Tiburcio halló personas que no sabían leer ni escribir. El próximo paso fue natural: enseñarles aquello. Se encontró con un obstáculo: para hacer la carrera de alfabetizadora, necesitaba tener un título de secundaria con orientación social. Era bachiller. «No tuve otra opción que hacer de nuevo la secundaria», sostiene. La hizo, y ayudó a muchos vecinos a entrar al mundo de las palabras.
Su nueva vida en Fortín Tiburcio se materializó con Inés, su tercera hija. Al tiempo, se volvió a separar. «Siempre estuve sola con mis hijos», reflexiona. La vida le tendría preparado un nuevo obstáculo: su hijo mayor, Alejandro, cayó enfermo y falleció en 2011. El golpe fue muy duro. El proceso y desenlace final de la enfermedad la trasladaron a La Plata. Cuando regresó al pueblo, encontró un candado en la puerta de la biblioteca. «El mismo delegado que me permitió hacerla, me la cerró», recuerda.
La vieja cancha de bochas del pueblo apareció en 2012 y, con ella, Fortín Tiburcio pudo volver a conectarse con «ese mundo desconocido del arte y los libros en la vida rural», al decir de Judith. Un vecino se la ofreció. «Caí en un pozo, mis hijas me sacaron», recuerda. Era un desafío, uno más. El edificio estaba completamente destruido. «Tenía medio techo, estaba muy sucio y abandonado, pero fue un milagro para mí», aclara. Así nació la Biblioteca «Islas Malvinas».
Un capítulo inesperado volvió a movilizar los días de la exbailarina. Una mañana mientras ordenaba libros vio dos hombres de sobretodo que bajan de un auto. La biblioteca está en el «centro» del pueblo. Frente a la estación de trenes. «¿Usted tiene algo que ver con este lugar?», le preguntaron. «Sí, estoy a cargo de la biblioteca», respondió Judith. «¿No quisiera que sea la agencia del pueblo de Cóndor La Estrella (la empresa de transportes de larga distancia?», le propusieron. Aceptó enseguida. Antes no entraban ómnibus al pueblo. «La biblioteca logró que pudiéramos viajar», afirma.
También durante todo el año pasado Fortín Tiburcio tuvo cine: «Hice un ciclo de cine argentino, gratuito», cuenta. «Hasta 30 personas llegaron a venir», afirma. Esta taquilla, para un pueblo, habla de un éxito.
«Todo sirve, porque cuando vienen a esperar el micro, a los niños les da curiosidad los libros y entran», cuenta Judith. El público que la visita es adulto mayor. «Mi meta es sostener la lectura, muy difícil en estos tiempos», reafirma el concepto. Muchas veces, a estos lectores curiosos, les regala algunos.
«Vivo sola, pero no en soledad, sigo estudiando», concluye. A Judith si algo le sobra son proyectos.