(Por Fernando Delaiti, de la agencia DIB) El abrazo entre Messi y Di María monopolizaba las fotos de las tapas de los diarios de ese día, el 16 de agosto de 2012. Había sido un buen triunfo en un amistoso ante Alemania por 3-1. Un simple amistoso, pero había necesidad de una alegría para el fútbol argentino. Lejos de esos flashes, en Junín, un salvaje crimen contrastaba con la tranquilidad del invierno en esa ciudad bonaerense. Una mujer era encontrada muerta en el salón de fiestas infantiles donde trabajaba, con signos de golpes y estrangulamiento con un pedazo de tela. Se llamaba Sandra Colo y tenía 43 años.
Casi un año y medio después, otro jueves, otro 16, pero de enero de 2014, un nuevo crimen volvió a sacudir a la localidad que vio nacer a Eusebio Carmelo Marcilla, el “Caballero del camino”. Esta vez la víctima era Paola Tomé, de 38 años. Fue asesinada en su local de venta de ropa de bebé: la golpearon y estrangularon con un pañuelo. Las portadas de los “diarios nacionales” eran en ese verano, que el dólar blue superaba la barrera de los $ 11 y las reservan caían.
Pese a que ambos crímenes tenían características similares, fueron investigados por separado, por dos fiscales diferentes. El de Colo fue encarado como un homicidio en ocasión de robo, debido a un faltante de dinero en el local. El de Tomé se abordó como un presunto crimen de género, cometido por un conocido. Sin embargo, con el paso del tiempo se descubrió que el ADN del atacante era el mismo: Rubén Rodolfo Recalde, un mecánico, hoy de 59 años y condenado a reclusión perpetua.
Si bien su primer asesinato fue el de Colo, no fue su primer ataque. Tenía un largo prontuario. De hecho, en junio de 2009, María Cristina Belossi lo sufrió en carne propia cuando Recalde entró a la juguetería en la que ella trabajaba en busca de juegos para niños. Al darse vuelta para mostrarle los productos, el hombre se le abalanzó por detrás y la agarró del cuello.
Apuntándole con un revólver la llevó hasta el baño del comercio, la ató de pies y manos, la amordazó con su bufanda, la tapó con una gorra y comenzó a revolver el local. Minutos después, le empezó a sacar la ropa, aunque no avanzó con eso: la hizo vestirse y se fue del lugar con unos pocos billetes que robó. Pero antes le dejó un mensaje: “Me decía que no diga nada, que él me conocía, que sabía que trabajaba sola. Me hacía tocarle los zapatos, me decía que eran los mismos que usaba la policía”. Así lo contó la víctima, entre lágrimas desconsoladas, en el juicio que finalmente condenó a Recalde a la pena que cumple actualmente en el sector B del Pabellón 6 de la Unidad 13 de Junín.
Por ese hecho, el mecánico, que en ese momento había sido beneficiado con salidas laborales, fue condenado a tres años de prisión en un juicio abreviado en el que aceptó ser culpable de los delitos de robo agravado y abuso sexual. Cuando salió de la cárcel, sólo tardó dos meses en volver a atacar. Esta vez, fue en un salón de fiestas infantiles y el hecho terminó con la vida de Colo.
Con mucha saña
La mujer de 43 años, soltera, trabajaba de encargada del pelotero de la calle Alem donde la mataron. Su padre y el dueño del local descubrieron la escena del horror. Según los peritos, Colo tenía un torniquete alrededor del cuello realizado con una soga y un palo de escoba. Además, tenía rastros de un golpe en la cara. Y se hallaron manchas de sangre en el lugar. El agresor se había llevado 650 pesos pero dejó otros 1600 y objetos de valor. Por eso, las muestras de ADN tomadas sirvieron para cotejarlas con gente de su entorno, pero nada.
El nombre de Colo volvió a traer fantasmas a una familia golpeada años antes. Claudia, hermana de Sandra, había sido salvajemente asesinada en enero de 2000, también en Junín. La joven tenía 25 años y fue estrangulada con un cable en la compañía de seguros donde trabajaba. Su cuerpo fue hallado envuelto por dos bolsas de residuos. El autor del crimen, José Luis Correa, compañero de trabajo, fue condenado a prisión perpetua.
El homicidio de Tomé, el caluroso verano de 2014, terminó de cercar a Recalde. El chapista llegó pasadas las 5 de la tarde al negocio de ropa infantil de la mujer. Simuló ser un cliente pero, según determinaron los investigadores, la amenazó y la obligó a subir al entrepiso del lugar. Le dio un brutal golpe en la cabeza y la amordazó con un repasador. Quiso violarla pero al notar que la mujer se movía la estranguló con un pañuelo. Antes de escapar, se llevó sólo unos pocos pesos de la caja registradora. Luego cerró la puerta con llave y desapareció.
En ambos casos Recalde limpió sus huellas dactilares. Pero cometió errores: dejó rastros genéticos que terminaron confirmando que el asesino era la misma persona. En el juicio, esto, más otras pruebas y testimonios de como el de Belossi terminaron de hundir al mecánico. Para la fiscal del caso, Vanina Lisazo, Recalde era un “asesino serial”. De hecho, la representante del Ministerio Público siempre sospechó que era el autor de otro crimen, el de María Fernanda Repetto en 1999, aunque en ese caso no se encontró ADN. Es que el chapista había llegado a la ciudad un año antes tras cumplir una condena por robo y violación en Mendoza. El homicidio de 1999 ocurrió en una casa cercana a la de Recalde y tuvo coincidencias con las de Colo y Tomé. Aunque siempre quedará la duda.
Los jueces lo hallaron culpable por el “homicidio agravado criminis causa” de Colo y “homicidio criminis causa y femicidio” de Tomé. Lo condenaron a reclusión perpetua, y si bien buscó un beneficio en la Corte, en 2018 sufrió un revés que lo dejará dentro de la cárcel de por vida. (DIB)