(POR VICTOR CALVIGIONI) Una de las mayores revoluciones tecnológicas que se produjo en nuestros campos fue la cosecha temprana de maíz. Se debe recordar que hasta ese momento la gramínea ( nombre científico Zea Maíz) se trillaba a 14º de humedad.
El duro trabajo comenzaba casi cuando la época estival terminaba. El resultado de esa espera conspiraba contra los rindes (en esa época llegaban de 50 a 70 quintales la hectárea). La problemática era complicada, había muchas plantas caídas, las atacaba diversas plagas y no se podía «levantar» todo el potencial sembrado y que había crecido hasta dar la mazorca.
La equivocación
Corría la mitad de la década del sesenta y una equivocación en una orden cambió la historia.
La estancia Santa Juana tenía 25 mil hectáreas y cuya superficie se ubicada en el norte de Buenos Aires y sur de Santa Fe. Una fuente de producción era la cría y terminación de más de 20 mil porcinos que necesitaban un volumen de ración diaria.
En la alimentación y entre los componentes alimenticios se encontraba el maíz que se picaba con una máquina para luego llevárselos a los corrales adaptados a cada edad de los suinos.
Una equivocación de un encargado de estancia cambió la historia de la producción de maíz.
El comienzo de la revolución productiva en el maíz.
La pequeña gran historia comienza en el amplio escritorio ubicado en el casco de la estancia cuya edificación estaba en el centro de las setenta hectáreas de parques diagramado al estilo francés e inglés.
En una de las paredes laterales de la edificación, se encontraba un pizarrón dividido en muchos recuadros (era el mapa la amplia explotación agropecuaria) donde cada lote tenía una numeración que iba de 1 a 150. En ese sector de trabajo, cada mañana se programaban las tareas de cada jornada. Cerca de las seis de la mañana el encargado Aurelio Calvigioni seguía la línea trazada por el administrador general Juan Julio Avellaneda (uno de los hombres de más intuición que llegué a conocer) comenzó a dar las instrucciones a la parte ganadera y agrícola frente a lo que era un amplio garaje y donde se reunían alrededor de un “palanque” donde se ataban los caballos ensillados. Unas 60 personas comenzaban a desperdigarse con su tarea especifica
En este sentido, Aurelio Calvigioni entre una de las tareas que encomendó y que prolijamente anotaba en un memo, se encontraba picar el maíz para los porcinos en el lote 25 y llevárselo a lo que denominaban la “chanchería”. No se sabe a ciencia cierta, si Avellaneda marco mal el lote o Calvigioni tomó mal el número, pero la tarea se realizó en el lote 28 (destinado a la producción de maíz).
Ya en la tarde de esa misma jornada ambos visitaron el lote y Avellaneda se dio cuenta que los granos de maíz aunque de color amarillos muy claros, salían enteros luego del proceso. El administrador y su encargado se mostraron sorprendidos. El grano de maíz al apretarlo tenía una consistencia lechosa. Sin embargo Avellaneda dio la orden de que tomarán la humedad con el viejo método del aceite de los tubos de aceite.
La humedad y sorpresa
El medidor de humedad situado en una oficina del escritorio marcaba 33 º con los granos de maíz traidos. Todos los que trabajaban en el sector agricultura se sorprendieron porque el grano estaba entero. Los presentes recuerdan que se mandó a cosechar con una máquina trilladora la superficie del maíz que había quedado en pié en ese famoso lote 28. Los resultados fueron asombrosos. La cosechadora (una vieja GEMA) por un lado sacaba el marlo y por otro, los granos enteros que subían a la tolva y una vez lleno se depositaron en un carro fabricado por la firma Cestari.
La próxima tarea fue introducir esos granos en una secadora móvil de maíz. Los granos al llegar a los 14 º seguían enteros. La única diferencia que notaron los presentes es que eran más brillosos que los cosechados a 14 º de humedad.
En ese momento, comenzó la revolución verde que alcanza a nuestra época. La cosecha temprana de maíz. En el establecimiento agropecuario se llegaron a cosechar a 33 º de humedad siete mil hectáreas de maíz, que eran llevados a una planta de silo, especialmente diseñada y que a través de dos secadoras y cinco grandes tanques de almacenamiento, se los aireaba y secaba.
El producto finalmente era llevado en camiones a las terminales portuarias. Un año después un ingeniero agrónomo llegó al sitio a observar el proceso y poco después en una revista de actualidad se adjudicó el «descubrimiento».
El despliegue para dar apoyo logístico a la cosecha de maíz fue extraordinario. Se buscaron contratistas con máquinas cosechadores en una amplia región,(Teodelina, Villa Cañas, Arribeños). Se lograron anotar 15 trilladoras con sus respectivas casillas, donde se encontraban, maquinistas, tractoristas, cocineros.
También se adquirieron tractores marca Deutz 110, que llevaban de tiro seis o siete acoplados que fabricaba la firma colonense Cestari.
Una pequeña anécdota que marca la inventiva de esos pioneros. Los carros cargados con granos de maíz, poseían las ruedas finas y se enterraban en el piso de los lotes. En poco tiempo Avellaneda encontró la solución. Señaló “necesitamos ruedas de avión más anchas hay que ir a Ezeiza y traerlas usadas” .
Un camión luego de una transacción económica llegó del aeropuerto con una carga de esos neumáticos y colocados el problema encontró solución (continuara)
«Experto Agrario. Agrónomo General, Técnico en Tipificación y Clasificación de Vacunos, Técnico en Admi-nistración de Empresas.