El viernes 28 de febrero se realizó una nueva audiencia del tercer juicio por crímenes de lesa humanidad perpetrados en el centro clandestino de detención «El Vesubio», en el que se juzga a seis ex miembros del Servicio Penitenciario Federal y dos ex militares por 50 homicidios y 370 casos de privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos. En el lugar estuvo detenida la colonense Graciela Ojeda.
Una de los testigos que declaró fue una sobreviviente, que, entre otras cosas, narró los delitos sexuales de los que fue víctima en aquél lugar. Además, también dieron testimonio familiares de desaparecidos.
Frente al Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°4, en Comodoro Py, la sobreviviente relató los tormentos sufridos en “El Vesubio”, y manifestó la importancia de visibilizar como torturas a las practicas más rutinarias que ejercían los acusados y que estaban relacionadas con el uso de los baños, el estado de la comida y el trato hostil y cambiante ejercido por aquellos. A su vez, dio cuenta de las prácticas de abusos sexuales que recibió y que padecieron las mujeres en el centro clandestino. Ante ello, el representante del Ministerio Público Fiscal, Alejandro Alagia, le preguntó si deseaba formular acusación por esos hechos, a lo que la sobreviviente respondió afirmativamente. La denuncia se suma a otros hechos similares que fueron declarados en anteriores audiencias.
Por otra parte, uno de los familiares relató cómo fue el intento de secuestro de su hermano y que, a diferencia de la mayoría de los casos, destacó que existe un expediente del Ejército narrando lo sucedido, debido a la muerte de uno de los militares. También declararon otros familiares, que hicieron hincapié en las secuelas que les quedó como familia. Las audiencias seguirán realizándose cada 15 días en Comodoro Py y las próximas confirmadas serán el 13 y 27 de marzo.
El juicio
Este debate oral y público, que comenzó en noviembre, es el tercer tramo de la investigación sobre crímenes cometidos en el centro clandestino de detención. En diciembre del 2014, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 4 condenó a los represores Gustavo Adolfo Cacivio, Néstor Norberto Cendón, Federico Antonio Minicucci y Jorge Raúl Crespi a prisión perpetua por los delitos de privación ilegítima de la libertad, tormentos, violación y homicidio, de los que fueron víctimas 204 personas. En julio de 2011, el mismo Tribunal impuso dos prisiones perpetuas y penas de hasta 22 años y medio de prisión a otros cinco acusados.
Los imputados en este juicio son los ayudantes de 5° Milcíades Luis Loza y Olegario Domínguez, los subayudantes Roberto Horacio Aguirre y Florencio Esteban Gonceski, el oficial adjutor Hugo Roberto Rodríguez y el adjutor principal Eduardo David Lugo. También se juzga a los militares Humberto Eduardo Cubas y David Cabrera Rojo. El ex teniente primero Serapio Eduardo del Río fue apartado del proceso por problemas médicos, en tanto que el ex cabo Oscar Alberto Pirchio falleció recientemente, por lo que se declaró extinta la acción penal en su contra.
Ubicado a unos 200 metros de la autopista Ricchieri, más precisamente en el cruce con el Camino de Cintura, en La Matanza, el centro clandestino de detención “El Vesubio” funcionó entre abril de 1976 y noviembre de 1978, cuando fue demolido por el Ejército ante la inminente visita al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En el marco de la logística y diagramación represiva, formaba parte de la Subzona 11, dentro del área 114, “jurisdicción» del Grupo de Artillería Mecanizada 1 perteneciente al Primer Cuerpo del Ejército.
El rapto de Graciela Ojeda, ex esposa de Danta Gullo
El operativo contra la familia Gullo comenzó en la Capital Federal. El almanaque marcaba martes 5 de agosto de l976. Un operativo integrado por las fuerzas conjuntas cercaba la calle Cachimayo al 1900 e ingresaba a la casa de Angela María Aieta de Gullo, madre del dirigente peronista Dante Gullo.
En Colón la historia nos indica que un comando raptó a la esposa del político capitalino Graciela Ojeda.
Los vehículos no identificados, entre ellos una camioneta Ford F 100 ( posiblemente la misma que tenía Aníbal Gordón para pasear por nuestra ciudad), llegaba a una quinta de la periferia de Colón, situada en la extensión de Boulevard 50, detrás de las vías y en dirección al Almacén Lusi. El ruido de los motores y las frenadas pusieron en alerta a las pocas personas que habitaban el vecindario. Graciela Ojeda corrió una de las cortinas floreadas y miró a través de la ventana, el pánico de inmediato se reflejo en su cara; su cuerpo estremecido, se apuró a proteger a sus tres hijos, Juan Ernesto de 5 años; Emiliano de 3 años y Carlos de 1 año.
Más de 12 hombres vestidos de civil y armados hasta los dientes, rodearon la casa, varios de ellos irrumpieron en la vivienda destrozando la puerta principal. En la cocina reducen a la mujer que solo atina a gritar.
Un encapuchado golpea en la cara a Alberto Nicolás Ojeda, su padre que había intentado defenderla y proceden a atarles las manos con una gruesa soga. La esposa de Gullo, grita que su padre es un hombre enfermo y que hacia pocos días había tenido un ataque de presión. Los secuestradores lo llevan a una habitación y lo dejan con sus tres nietos que lloran desconsola-damente. Los raptores revisan el lugar y encuentran en un cobertizo un Fiat 1600, lo requisan y se llevan una caja de herramientas que se encontraba en el baúl. El operativo termina con Graciela Ojeda en la caja de la Ford F100, encapuchada, atada de pies y manos y tapada con una vieja lona color verde. Casi una hora después un vecino libera al anciano y a sus nietos.
Puente 12
Graciela Ojeda viajó por largas horas acurrucada. El destino fijado fue el edificio de Coordinación Federal, donde luego de un corto interrogatorio es remitida al celebre “Puente 12”, ubicado en Autopista Richieri, camino a Ezeiza.
En su cautiverio logra levantarse la capucha y identifica entre los detenidos a su cuñado “Poli” Gullo, que también había sido raptado ese mismo día en la Capital Federal.
Los dos son llevados a la sala de tortura y puestos en un elástico de acero tristemente denominado “parrilla”. Ambos son interpelados por largas horas con la picana eléctrica, interrogándolos sobre el paradero y actividad de familiares y amigos. Las sesiones se extienden y se hacen interminables. Los tor turadores ponían a ambos familiares en el mismo elástico y trataban de “quebrarlos” física y sicológicamente.
A los cinco días un carcelero le ordena a la prisionera trasladarse hasta los precarios baños. La mujer obedece, una voz con un tono un poco más amable, le ordena higienizar- se y lavar sus prendas intimas. La detenida piensa que será ejecutada. Pero el guardia ordenó que regresara al calabozo.
Horas después, una guardia de civil, le ordena a Graciela Ojeda levantarse y caminar hacia una puerta. En el lugar la esta esperando un Ford Falcón ocupado por tres hombres vestidos de civil, le ordenan subir al asiento posterior junto a un individuo de mediana edad. Son minutos de incertidumbre. Graciela viaja encapuchada. Piensa que será el último viaje. El vehículo sube por la Autopista Richieri, y se dirige a la Capital Federal, al llegar a la avenida General Paz, su ocasional acompañante, le quita la capucha; el viaje continua hasta Avenida San Martín donde el conductor detiene la marcha.
El hombre que viaja en el asiento trasero baja del vehículo y ordena a la secuestrada hacer lo mismo. La toma del hombro con una mano, mientras que con la otra lleva la pistola tapada con un diario, apoyandola en la espalda de la mujer. En ese momento aparece un ómnibus de la empresa Chevallier con destino a Colón, el hombre le hace señas que se detenga, busca en el bolsillo un pasaje que entrega a la secuestrada. La puerta de la unidad de pasajero se abre y el hombre le dice cariñosamente: “chau hasta luego… después nos vemos”. Era la libertad, el regreso a su casa y el reencuentro con sus hijos.