Desaparecidos, un bebé apropiado, llamados en cautiverio y el anhelo de conocer la verdad

Descubrir la verdad es muy sanador”, dijo Javier Gonzalo Penino Viñas en videoconferencia desde Londres, donde vive actualmente. Él nació en cautiverio a principios de septiembre de 1977, en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), que fue centro clandestino de detención, tortura y apropiación de bebés.

“Dos o tres días me permitieron estar con Cecilia”, relata en base a lo que le contó la mujer que ayudaba en los partos, con quien se reencontró hace tres años. Cecilia es Cecilia Viñas, su mamá biológica, a quien no pudo volver a ver y permanece desaparecida. Se trató de un caso único porque habría permanecido detenida clandestinamente aún en democracia: entre el 20 de diciembre de 1983 y marzo del año siguiente, realizó ocho llamadas a casas de sus padres. La familia Viñas acudió al Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel –que declaró desde la Ciudad de Buenos Aires-, y sus gestiones llegaron incluso al entonces presidente Raúl Alfonsín, pero la mujer permanece desaparecida.

El viernes, durante más de tres horas ininterrumpidas se extendió una nueva audiencia del megajuicio que juzga a 42 miembros de las tres Fuerzas Armadas, la Prefectura Naval Argentina y la Policía de la Provincia de Buenos Aires por hechos cometidos en centros clandestinos de detención en la Subzona 15, en perjuicio de 272 víctimas. El Ministerio Público Fiscal estuvo representado por el fiscal federal Juan Pablo Curi y los auxiliares fiscales María Eugenia Montero y Julio Darmandrail; mientras que el Tribunal lo integran los jueces Mario Portela, Roberto Falcone y Alfredo Ruiz Paz.

El caso de Cecilia Viñas tiene como acusados a los marinos Raúl Pizarro, Carlos María Robbio y Oscar Ayendez, y al ex jefe de la Prefectura Naval en 1977/1978, Néstor Vignolles. El caso de Hugo Penino no se aborda en este juicio dado que no pudo corroborarse que haya sido trasladado a Mar del Plata.

El primero en declarar fue Carlos Alberto Viñas, hermano de Cecilia, quien relató que ella trabajaba en una concesionaria de Mar del Plata junto a su pareja, Hugo Penino. Cecilia era delegada de Smata; la defensa de sus compañeros y compañeras le salía de manera casi natural. En 1976 se casaron y se fueron a vivir a Buenos Aires. Guadalupe Penino dijo en el juicio que su hermano le confesó que decidieron irse para preservarse y preservar a su familia: corrían tiempos de dictadura, y también lo dijo Carlos, “estar en una agenda era riesgo de vida”. De hecho, de los testimonios surge que una compañera de trabajo de la concesionaria les había avisado que habían ido a buscarlos y preguntaron sobre su paradero.

Cecilia estaba embarazada de siete meses cuando se los llevaron en la noche del 13 de julio de 1977. Según lo que contó el portero del edificio de la avenida Corrientes donde vivían, el grupo que fue a buscarlos se identificó como “Coordinación Federal”.

A partir de allí sus familias realizaron todas las gestiones posibles para conocer su paradero: habeas corpus presentados, innumerables puertas golpeadas, visitas al Ministerio del Interior y a Inteligencia Militar, viajes a provincias donde se suponía que podían haber sido llevados. Se reunieron también con el general Osvaldo René Azpitarte, jefe del quinto cuerpo del Ejército, que era familiar de Penino. Luego de ese encuentro, al que acudió su padre, Carlos contó que quedó destrozado. “Le dieron una síntesis brutal: que cada fuerza puede hacer con los desaparecidos lo que quiere; y les dijo ‘si estuvieran bajo mi control, involucrados en algo, yo los mataba’”.

En 1980, en una reunión familiar, decidieron poner los mayores esfuerzos en buscar al bebé nacido en cautiverio. Entonces un día, después del trabajo, Carlos fue hasta la casa de Abuelas de Plaza de Mayo, sobre la calle Montevideo, y a partir de allí comenzó su militancia y continuó su búsqueda.

Una persona clave para conocer que el hijo de Cecilia y Hugo había nacido en la ESMA fue Sara Solarz de Osatinsky, una sobreviviente del centro clandestino que tenía la función de ayudar en los partos de las mujeres detenidas. De hecho, ese bebé pudo encontrarse de adulto con Sara para conocer algo más de su madre biológica. Le contó que había sido trasladada desde Mar del Plata –donde permanecía detenida en una celda muy chica, donde entraba semi parada o semi sentada mirando un paredón- una semana antes de su nacimiento y notó que había sido llevada de regreso dos o tres días después del parto. Quien se apropió de ese bebé fue el entonces capitán de la Armada, Jorge Raúl Vildoza –fallecido en 2005-, quien lo crió junto a su mujer, Ana María Grimaldos, condenada en 2015 por el delito de retención y supresión de identidad del menor.

La pareja se había ido del país negándose a un cotejo de ADN, ante la presunción de que ese niño había sido robado a una mujer en cautiverio. En diciembre de 1984 Vildoza y Grimaldos huyeron hacia Paraguay con Javier, que entonces tenía siete años. Con identidades falsas que les dio la Inteligencia naval argentina, escaparon hacia Inglaterra, Austria y Sudáfrica, donde se establecieron. Allí Javier supo a los 13 años, de boca de Grimaldos, que no era hijo biológico de ellos. Y en 1998, con 21 años, se enteró por Internet de la denuncia que existía sobre el matrimonio y que él era buscado por sus familias biológicas. En 1998 llegó al país a hacerse el test de ADN y comprobó su verdadera identidad.

Desaparecida en democracia

El 20 de diciembre de 1983, pocos días después de la asunción de Alfonsín, Cecilia llamó a su padre, que vivía en Capital Federal. Le dijo que la llevarían a Mar del Plata, que lleve plata, y que vaya para allá. Hablaba en plural: habría más personas en su situación. El próximo contacto fue el 14 de enero. Se comunicó a la casa de su mamá y le preguntó por su hijo porque le habían dicho que estaría al cuidado de sus abuelos. A partir de ahí no supo qué había pasado con su bebé.

En total fueron ocho las llamadas que Cecilia pudo hacer desde donde estaba detenida. Llegó a comentarle a su mamá que la guardia de la noche era más permisiva, que le marcaban los números que ella les pedía llamar. Sobre esto reflexionó Carlos, alentando a que puedan hablar en algún momento: “Los muchachos buenos están, deben estar por ahí”.

Una de esas comunicaciones la atendió la entonces pareja de su padre, pero Cecilia la cortó. Se negaba a hablar con ella, quien tenía un padre comandante de Gendarmería y un cuñado en la Marina, porque estaba convencida que era la persona que la había delatado. Otra comunicación pudo ser grabada por la mamá de Cecilia, a través de un mecanismo que Carlos había dejado instalado en su casa.

Luego de la última llamada recibida, decidieron Carlos y su mamá ir a hablar con Adolfo Pérez Esquivel, quien entonces se desempeñaba en la asociación Servicio Paz y Justicia y también declaró en esta audiencia, a través de una videoconferencia desde Buenos Aires. Contó que le hicieron oír las grabaciones que tenían. Era una desaparecida, en tiempos de democracia, hablando por teléfono con su madre. Enseguida lo llamó a Horacio Ravenna, quien también prestó declaración este viernes y entonces era director de Derechos Humanos de la Cancillería. La información llegó enseguida al entonces ministro del Interior, Antonio Tróccoli, quien ante la sorpresa acudió directamente al despacho al presidente Raúl Alfonsín. La salida fue declarar ese mismo día ante el Departamento Central de la Policía Federal, pero desde entonces no hubo más noticias de Cecilia. “Nos preocupaba que teniendo un gobierno democrático existan desaparecidos con vida”, sostuvo en el juicio. Casi el mismo relato realizó Ravenna.

Carlos, en el final de su testimonio, pidió que haya Justicia, aunque sea tardía: “más que por mí, por el hijo de Cecilia y Hugo”. Y sobre el final de su relato, y a pesar de los miles de kilómetros de distancia, Javier fue en el mismo sentido. En su deseo por conocer la verdad las palabras transformaron a “Cecilia” en “madre” y a Hugo en “padre”. “Me parece muy bueno que lleguen estas causas a la Justicia, pero lo que más me interesa es saber un poquito más, saber la verdad, y me encantaría si de este proceso pudiesen salir más datos sobre el paradero final de mi madre, o exactamente qué pasó, después de que nací yo, obviamente de mi padre también, aunque hay menos rastros. (…) Reconocer la verdad y afrontarla es muy sanador”.