(Por Marien Chaluf, de la redacción de DIB).- Gisela había planificado todo: a partir del 1° de enero con su pareja dejarían de cuidarse y probablemente su hijo nacería ese mismo año. En ningún momento imaginó que su propio cuerpo le jugaría una mala pasada y que ese embarazo tan deseado llegaría recién tras varios tratamientos, nueve años después de aquel primer intento.
«Recibir el diagnóstico es muy fuerte, como una cachetada. Que te digan que no vas a poder quedar embarazada naturalmente te genera un impacto enorme. Igual hasta ese momento una cree que se va a resolver con un tratamiento, pero pasan dos, tres, cuatro y nada. Hay que saber rearmarse ante cada intento frustrado, y más aún cuando las condiciones van cambiando a medida que pasa el tiempo», contó Gisela de Antón, hoy madre de Felicitas y presidenta de Concebir, una ONG que ayuda a personas con problemas de fertilidad.
«Con mi marido pasamos por todo. Empezamos con los tratamientos de baja complejidad y seguimos con los de alta. Hasta que me dijeron que no tenía respuesta ovárica, es decir, que si me convertía en madre no sería con mis propios óvulos y que mi única chance era por ovodonación. No lo dudé ni un segundo», relató.
Tras casi una década con el mundo detenido en esa búsqueda, después de poner el cuerpo una y otra vez, de atravesar múltiples emociones, enojos y dolores, Gisela se convirtió en mamá a los 43. «Cuando nació mi hija Felicitas -hoy de tres años y siete meses- todo se resignificó y ahora nada parece tan terrible», consideró.
Los tratamientos de fertilidad con óvulos donados crecen año a año en la Argentina. Hoy se estima que representan entre el 25% y el 30% de los procedimientos que se realizan en el país. Esto se debe, en parte, a que cada vez más mujeres postergan la maternidad de la mano de los cambios culturales y las posibilidades de desarrollo personal, que por un lado permiten distinguir el mandato del verdadero deseo, pero por el otro, cuando se toma la decisión de ser madre, a veces ya es demasiado tarde.
«La edad promedio a la que llegan las mujeres a la primera consulta por fertilidad es a los 38 años», señaló a DIB Stella Lancuba, presidenta de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva y directora del Centro de Investigaciones en Medicina Reproductiva (Cimer). Este dato cobra relevancia si se tiene en cuenta que a partir de los 35 años las probabilidades de embarazo descienden significativamente. No obstante, la funcionalidad ovárica puede perderse también en forma temprana debido a múltiples causas: genéticas, tratamientos inmunológicos, quimioterapia, radioterapia y cirugías.
Lancuba señaló que partir de la sanción de la ley de Fertilización Asistida (Nº 26.862) en 2013 creció notablemente la demanda de tratamientos. La normativa introdujo límites el año pasado y ahora autoriza procedimientos con óvulos propios hasta los 43 años y 364 días, y mediante ovodonación o criopreservación hasta los 51.
El duelo genético
Por más que la ovodonación es una alternativa ante lo irremediable del reloj biológico, no es un proceso fácil. Según datos de Cimer, la tasa de éxito promedio está en el orden del 45%, valor que trepa al 70 u 80% en los casos en los que se realiza un test genético preimplantacional, un procedimiento que permite seleccionar los embriones más aptos.
Entre los aspectos psicológicos y emocionales que complejizan el tema aparece que lo que se denomina «duelo genético», un trabajo de aceptación que lleva su tiempo. «Hay mucho sentido puesto en la genética y muchas creencias erróneas al respecto. Hay cuestiones que se creen biológicas o heredadas genéticamente y en realidad son aprendidas», explicó a DIB Mariana Thomas Moro, psicóloga especializada en temas de fertilidad, miembro del equipo Concebir y fundadora de la Sociedad Argentina de Psicología en Reproducción Humana Asistida.
«La mujer debe llegar al tratamiento sin ninguna duda ni miedos para que pueda disfrutar plenamente del embarazo», recomendó por su parte De Antón. Asumir que el bebé no tendrá tus ojos, ni tu sonrisa no es algo simple. También está el temor a las enfermedades genéticas y a desconocer ese origen. Pero, además de que se realizan estudios rigurosos, nada garantiza que eso no pueda suceder con hijos biológicos.