De profesión ebanista, este catalán de 87 años, llegó al país cuando apenas pelaba pelos en el pecho. Mateo Arbonés vino a Venado Tuerto (departamento General López) con el oficio de carpintero ya en las manos. Durante los últimos 17 años, se dedicó al arte de construir herramientas en miniatura, las mismas que usó durante toda su vida para trabajar. Están en escala 1:5 y tienen la particularidad que funcionan como en el mundo real señala El Litoral.
Las características son las mismas. Las empuñaduras están hechas tal cual las originales y hasta los pelos de los “pincelitos” tienen cerdas reales. Hay contabilizadas cerca de 140 piezas: escuadras, morsas, sierras, pinzas, martillos, destornilladores, tijeras, limas, tenazas, pulsianas, taladro, mechas, llaves inglesas, cepillos, entre otras.
Aún con su acento español en la lengua, cuenta que llegó a Argentina en el periodo de post guerra -en el 49-, con 18 años. Dice que las miniaturas para él son una “pasión” y que le dieron muchas satisfacciones.
“Lo hacia los fines de semana, cuando el tiempo me lo permitía. Pero también construí muebles, máquinas, estatuas en mármol y bastones con diferentes empuñaduras”, recuerda.
Mientras toma su gaseosa tónica marca Cunnington –sin azúcar-, muestra un pequeño cepillito que descansa entre los dedos de su mano derecha: “Con esta pieza empezó todo. Me entusiasmé y así seguí”, afirma.
Mateo, aclara que algunas piezas le llevaron entre uno y dos meses, mientras que otras hasta ocho. Y es que lo hacía como pasatiempo, los fines de semana, cuando su verdadero trabajo se lo permitía.
Entre todas, hay una que le despierta una sonrisa: y es una diminuta pulsianita, que tiene 1 centímetro y está pegada sobre una cinta adhesiva para no perderla. De hecho, ya la perdió una vez y eso –admite hasta con gestos en su cara- le provocó mucha angustia.
Lo cierto es que hoy a su edad, la vista pone frenos a las horas de artesanías y ya no puede seguir creando. Tal es el caso que le quedó pendiente el sueño de inventar cubiertos –de esos que usamos para la comida-. Y esto de la visión privilegiada que tuvo es todo un asombro, porque solo se armaba de paciencia y no usaba lupas para poder diseñar.
Si bien hubo oportunidad de llevar su muestra a varias exposiciones del país, no tiene presente haber conocido a un “colega” con la misma pasión. Afirma que no vende su colección, porque no podría poner precio a tantas horas de esfuerzo.
En su futuro inmediato, está concretar alguna nueva exposición y definir que va a pasar el día de mañana con toda su colección: no tiene hijos ni nadie con quien haya compartido su aprendizaje. Aunque sí muchos amigos y seguidores que seguramente se van a encargar de inmortalizar a este genio artesano.