La “violencia obstétrica” es el nuevo término utilizado para identificar un tipo de derecho vulnerado en el ámbito de la salud reproductiva de las mujeres. Esta expresión pretende dar cuenta de las prácticas y los discursos médicos que ejercen algún tipo de violencia – ya sea física, psíquica o verbal – sobre los individuos con capacidad de gestar, en especial durante los períodos del embarazo, el parto y el postparto, en instituciones de salud.
Según el primer informe del Observatorio de Violencia Obstétrica de la agrupación Las Casildas -para el que se encuestaron a casi 5.000 mujeres argentinas- 3 de cada 10 mujeres sintieron que ellas o sus bebés corrían peligro; 5 de cada 10 no se sintieron contenidas ni pudieron expresar sus miedos durante el embarazo o el parto; 7 de cada 10 no tuvieron libertad de movimiento y 6 de cada 10 mujeres fueron tratadas con sobrenombres o diminutivos.
“En la cultura argentina es muy común caer en esto, sobre todo en la infantilización con el ‘mamita’ o el ‘nena’ y también en usar apelativos y no llamarte por tu nombre. Son modismos lingüísticos que, sobre todo en el caso de las chicas jóvenes, las descalifican y les quitan poder en un momento de mucha vulnerabilidad”, explica Nuria Calafell quién trabaja en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS) de Córdoba.
Según la investigadora, durante el embarazo algunas mujeres no son percibidas como un individuo sino como una “incubadora” que solamente será el hogar del bebé en su gestación.
“Necesitamos dejar de ver al cuerpo femeneizado como un espacio que se llena y se vacía para ese fin y comenzar a pensarla como un sujeto de derecho que tiene la posibilidad de elegir si maternar o no y dejarla ser protagonista de su propia salud reproductiva”, propone la médica, sexóloga y miembro de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, Raquel Tizziani.
Para Calafell, el problema es que se creó una ‘cultura del riesgo’ donde, como el bebé es el centro, no puede correr peligro durante el parto. “Se instituye como un lema que no permite ningún cuestionamiento y, por ende, continúa automatizando prácticas que homogenizan experiencias y no tienen en cuenta cada individualidad”, detalla la investigadora de CONICET, en diálogo con Agencia CTyS-UNLaM.
“Por otro lado- continúa Calafell -, existe un ‘mandato del dolor’ donde, como del parto sólo se espera sufrimiento, resulta más confiable depositar la decisión en el afuera, en los expertos que saben qué hacer”.
Para la médica, sexóloga y miembro de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir, Raquel Tizziani, la violencia obstétrica es una “cuestión histórica que recién ahora se visibiliza gracias a todas las luchas que está dando el movimiento feminista, pero todavía queda mucho trabajo por hacer para mejorar en la práctica”.
En su artículo 2° la Ley de Parto Humanizado, sancionada en 2004, establece que “toda mujer tiene derecho a ser informada sobre las distintas intervenciones médicas que pudieren tener lugar durante esos procesos”; “a ser tratada con respeto”; “al parto natural, respetuoso de los tiempos biológico y psicológico, evitando prácticas invasivas y suministro de medicación que no estén justificados por el estado de salud de la parturienta o de la persona por nacer”.
A pesar de la Ley, tal y como señalaba Tizziani, muchos de estas medidas no son tenidas en cuenta en la práctica y se continúa violentando la autonomía de las mujeres sobre su cuerpo. Según la investigadora, “los poderes más fuertes de expropiación de los cuerpos continúan siendo la religión, la legislación y la medicina o la ciencia”.
“Históricamente se han construido espacios de poder que, o nos han relegado al lugar del pecado y de la maternidad obligatoria, o nos han negado derechos básicos obligándonos a desarrollar algunos específicos para las mujeres, como si fuese necesario aclarar que también somos seres humanos”, apunta la integrante de la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir.
Con el impulso que han tomado las luchas feministas en los últimos tiempos, estos espacios de poder se han puesto en discusión, pero todavía quedan cuestiones por rever. “El feminismo actual se está enfocando mucho en el aborto, y está bárbaro, pero todavía queda una discusión pendiente: ¿qué pasa con quienes quieren ser madres e integran el movimiento feminista?”, se pregunta Calafell.
Si bien la maternidad sigue siendo un tema que presenta muchas aristas, la tipificación de la “violencia obstétrica” y la sanción de una Ley de Parto Humanizado ha sido un puntapié fundamental para comenzar a interpelar a la sociedad y replantear qué tipo de maternidad se quiere construir. Sin embargo, todavía queda mucho por hacer.(Agencia CTyS)