Por Miriam Lewis(T.N) El femicida tenía una prohibición de acercamiento por haber abusado de su hijita de dos años. Mató a su ex, a la nena, a su hermanito de 13 y al padrastro de los chicos. Después, se pegó un tiro. «A Delia la dejaron sola», acusa la madre de la mujer asesinada.
Colón es una localidad bonaerense que casi todos confunden con la entrerriana del mismo nombre. Pero este pueblo de 25 mil almas, que linda con el sur de Santa Fe y no tiene el atractivo del palmar; en estos días alcanzó los titulares por un crimen horrendo que sacudió a los colonenses y por extensión, a todo el país.
Viajar desde la capital toma unas tres horas. Se nota todavía un bienestar generado por el negocio de la soja y el maíz en las casas recién arregladas, las avenidas parquizadas, el atractivo centro comercial.
Pero sus proyectos no van a poder concretarse porque hace poco más de una semana, Delia Guerrero fue asesinada en su casa, a unas diez cuadras de este lugar. Ninguna palabra alcanza para para calificar el homicidio. Basta decir que la mató el padre de Josefina, su hijita de casi tres años, Leandro Ayala, un repartidor de productos lácteos del que había quedado embarazada sin quererlo, después de dos citas. Ayala también le disparó en la cabeza a la nena y a Jonás, el hijo de 13 años de la víctima. El chico quiso cubrir a su hermanita con su cuerpo. Además mató a Omar, el padrastro de Delia, que había ido a verla porque la quería como a una hija, y porque Viviana le había dicho que «no la notaba bien». Después, se suicidó.
A Delia, su mamá la llamaba Chocoline, por que era «dulce como una galletita de chocolate».
Viviana tiene los ojos rojos. Nunca llegan a deshincharse, porque cuando se le descongestionan, los recuerdos de su hija y de sus dos nietitos muertos le provocan un nuevo sollozo renovado. Fuma cigarrillos mentolados sin parar y repasa la historia de la familia, ahora destrozada para siempre.
«Delia era un sol y un pedazo de pan. Solidaria, preocupada por mí y por todos. A veces la invitaban a almorzar y no iba por no dejarme sola. Trabajaba conmigo acá en la despensa. Cada vez que yo tenía un rato libre me iba para la casa. Ella pensaba siempre en los demás, su casa era de puertas abiertas, siempre llena. Si algún amigo de sus hijos se tenía que quedar a dormir, tiraba un colchón, preparaba un plato más de comida», recuerda.
Jonás, el hijo de Delia, tenía 13 años y un retraso madurativo. La escuela especial donde estaba aprendiendo a leer y escribir decretó duelo y no dictó clase al día siguiente. «Era mi tesoro. Todo el mundo lo quería. Era simpático, ¿quién no lo iba a querer? Mi hermano es jinete y él era loco por las jineteadas, no se las perdía nunca. También había empezado a payar… Adoraba y cuidaba a su madre y su hermanita», recuerda.
La mujer afirma que la ambulancia tardó bastante. «Cuando llegaron el nene todavía tenía signos vitales. No digo que hubiera sobrevivido, pero quién sabe… Si me veía llorar por algo, me consolaba: ‘tranquila, abuela ya va a pasar’. Era protector, decía. ‘ Si tocan a mi familia, yo los mato'», se emociona Viviana.
Se derrumba cuando habla de su nietita menor, Josefina. «Mi Josefina. Era una muñeca. Un angelito. Era muy cariñosa e inteligente. Sabía hablar perfecto, no había que repetirle las cosas. Tenía su carácter. Se quedaba a dormir conmigo, pero cuando ella quería. Me llamaba ‘mami’. Sabía contar, sabía los colores, estaba aprendiendo a hablar en inglés, tenía ganas de empezar el jardín. Al principio era vergonzosa, pero cuando se le soltaba el pico te hacía callar», sonríe.
«Iba a cumplir tres añitos el 2 de diciembre y le íbamos a hacer la fiesta. Ella quería que fuera de princesas«, cuenta.
Ella nunca congenió con el papá de su nieta. «No la veía casi nunca a la nena. A mi hija le daba mala espina que ella se la daba limpia y él se la traía bañada de nuevo». Delia sospechaba, y tenía razón.
Habló con Josefina y ella le dijo que su papá le apoyaba el pito en la cola. Viviana se sorprendió cuando la nena le proponía juegos sexuales cuando la bañaban. «Nos quedamos heladas», admite.
Delia hizo la denuncia por abuso sexual contra el padre de su hija, Leonardo Ayala. Un médico forense examinó a Josefina y comprobó las lesiones. La fiscal sin embargo, no pidió la detención de Ayala sino que únicamente solicitó una medida de prohibición de acercamiento. Todo se precipitó. La medida fue aprobada un lunes. El miércoles Ayala debía haberse presentado en el juzgado y no lo hizo. El jueves siguiente se desencadenó la tragedia.
Viviana recuerda que ese día llamó a Omar Legnaux, su expareja al que siente de la familia, para que fuera a visitar a Delia porque la había visto muy afectada por lo que estaba pasando. Al rato, como Omar no le contestaba el celular, le hizo el mismo pedido a otra vecina y amiga. «No le digas a Chocoline que te lo pedí yo, andá como cosa tuya, ¿eh? «, le recomendó. Cuando la vecina llegó, se encontró con el desastre. «Ya había pasado todo», señala Viviana, bajando la vista.
Ayala no había ido a la escena de crimen con su camioneta de reparto. En las horas previas, ordenó sus cosas, pagó cuentas y dejó dos cartas. Llegó a la casa de Delia en remise. No le pidió al chofer que lo esperara y lo despachó en la esquina. Entró por el garage donde el viejo Ford rojo de Delia ocupaba casi todo el espacio. Atravesó la puerta de la cocina y entró disparando su 9 milímetros. Había llevado dos cargadores y ocho balas en un bolsillo. Nadie en el barrio escuchó una discusión. Nadie recuerda haber oído los balazos.
En la comisaría se recibió una llamada anónima que denunció que una familia había sido masacrada y que había cuatro cuerpos: era del asesino. Cuando le preguntaron por el apellido de las víctimas, Ayala no dijo Guerrero, sino que dio el suyo. Según Viviana fue esa confusión la que precipitó que se quitara la vida. «Se le escapó, se había delatado y ya no podía decir que no había estado ahí», aventura.
«Yo sé que mi hija y Jonás sufrieron. El nene la abrazó, quiso defender a su hermana. La única que no se dio cuenta de nada, pobrecita, fue la nena. Pero a mi hija, estoy convencida de que él la hirió primero y la dejó viva para que sufriera viendo cómo mataba a los chicos y a su padrastro». Se imagina Viviana. «Yo soy la madre, conozco a mi hija, y cuando la vi en el cajón, supe que había sufrido mucho».
El femicida tenía antecedentes de violencia. Por lo menos una de sus mujeres, madre de uno de sus tres hijos, lo había denunciado y tuvo que huir de Colón. «Le tiró el camión encima. También tenía armas. Esto podría haberse evitado. Mi hija tendría que estar viva. La justicia la dejó sola, sola. No le puso botón antipánico, no le puso custodia», sostiene Viviana.
Magdalena Brandt, la fiscal del caso, en declaraciones a una radio local pocas horas después del hecho, argumentó : «Yo quiero decirles a los vecinos de Colón que ojalá pueda adivinar todos los hechos horribles que van a suceder, pero es imposible. Ni yo, ni nadie puede prever». Y arrojó una hipótesis sobre la motivación de Ayala. «Avanzamos mucho en el caso de abuso, teníamos todo hecho en menos de 20 horas. Yo creo que se vio acorralado y en lugar de enfrentar a la Justicia recurrió a ese hecho horroroso».
La carátula del caso es cuádruple homicidio agravado por el vínculo. Esto es cuestionado por Viviana, que quiere que sea calificado de femicidio y femicidio vinculado.
La abogada Rosana Albinisi, participante de AMA, una agrupación de mujeres autoconvocadas de Colón contra la violencia de género coincide, y va más allá. «Claro que se puede prever lo que va ocurrir. Cuando hay un hombre que tiene una conducta violenta como antecedente, ya sea que tenga una conducta de violencia económica, psicológica, esa conducta que parece mínima, escala y puede terminar en un femicidio. El estado es responsable, tiene que poner una alerta sobre ese varón. No es un tema de un fiscal o un juez en particular. Le exigimos al sistema judicial en su conjunto capacitar, aplicar la ley 24485, que lamentablemente no se cumple. Hay mucho para hacer, los funcionarios y las funcionarias tienen que capacitarse, tiene que ser obligatorio. ¿Tenemos que esperar que un caso horrible como este tenga repercusión nacional?».
Albinisi también llama la atención sobre los nietos sobrevivientes de Viviana. «Esos chicos tiene que ser protegidos y acompañados. Existe la Ley Brisa, que determina que deben cobrar una pensión, pero además necesitan apoyo psicológico y todo tipo de sostén. Para eso, tienen que intervenir el estado municipal, provincial y nacional, con los que ya hemos puesto en contacto a Viviana», informa.