Quien no recuerda en Colón y la región el circo Patagonia, decenas de veces nos visitó. Una historia llena de emociones. Además fue el último circo Criollo en Argentina.
Muy amigos de mi abuelos(Fernández-Hernadez), donde paraban en una casa en Labordeboy que le prestaban. La última vez que vi un miembro de esta familia cirquera se encontraba como abastecedor de carne y visitaba a carnicerías de nuestra ciudad . En el presente gracias a Mario Aguer, que nos envió material, Editor de Historias de Rojas, muy próximo a sacar el libro tenemos acceso a estas pequeñas grandes historias. Agradecemos a Mario por volver a sentarnos en una silla en este «Circo» aunque sea a través de letras impresas.
– ¿Continuó haciendo papeles infantiles?
Hice el hijo de Juan Moreira, el de Mate Cosido y todos los papeles de chico hasta que fui creciendo. Cuando llegué a los 16 años empecé a hacer magia con el nombre de Petit Chan. Desde los 10 años había trabajado como ayudante del Mago Chan y, cuando este falleció, la viuda me regaló los aparatos.
– ¿En qué escuela recibió la enseñanza primaria?
¡Uyyyy…! Creo que fueron como ochenta. Cada vez que el circo cambiaba de ciudad, mis padres pedían el pase para otra escuela y en la nueva podían estar más adelantados en el programa o más atrasados…
– ¿Cómo nació el Circo Patagonia?
Mi padre, Tito Holmer, nació en Paraguay en 1910 y, al quedar huérfano, fue criado por una tía que se casó con Francisco del Mauro, que era uno de los empresarios circenses más grandes que hubo en el país. Trabajaba como mago pero un día, en Brasil, el payaso dejó plantado a Del Mauro y mi padre tuvo que reemplazarlo. Se puso el nombre de Pandorga y usaba zapatones grandes y una peluca que había comprado en Francia y que yo seguí utilizando muchos años como cábala. Tuvo gran éxito y en el 1943, cuando falleció Del Mauro, quedó a cargo del circo. Cuando vino a la Argentina vio en el diario Crítica la historieta “El Vago Patagonia”, y decidió cambiar el nombre porque aquel personaje era alto, delgado, piernas largas y pies grandotes, características similares al suyo, es decir a Pandorga.
En aquella época la empresa estaba pasando por dificultades económicas y mi padre, cuando estaban actuando en Rosario, decidió agregar la “segunda parte”, es decir representaciones teatrales, con lo que ingresó a la categoría de “circo criollo”.
– ¿Cuándo se hizo cargo usted?
Cuando se enferma mi padre, en 1976, estábamos haciendo barrios en Junín. El nombre “Patagonia” tenía un ángel, algo que atraía. Yo me pinté de la misma forma que lo hacía él y me puse “Patagonita”. Después que se repuso, siguió trabajando hasta que un día me dijo: “Yo no me pinto más la cara, seguí vos” pero continuó como empresario. En 1977 las cosas iban muy mal y manifestó que iba a cerrar el circo. Ahí decidí seguirlo yo.
– ¿Cómo continuó?
Al cabo de un tiempo y trabajando intensamente logré comprar una carpa con capacidad para mil doscientas personas y hemos llegado a tener mil setecientos espectadores, con gente de pie. En 1980, que fue mi mejor época, trabajaban cincuenta y seis personas en el Patagonia, pertenecientes a doce familias. Las lluvias y las tormentas son el terror para los circos. La gente de la campaña difícilmente saliera de su chacra, pero yo he tenido la suerte de llenar el circo lloviznando.
– ¿Y las obras de teatro?
El mayor atractivo estaba en la segunda parte y, como teníamos un repertorio de cincuenta obras, podíamos ofrecer una distinta en cada función lo que permitía que un espectador asistiera varias veces. Hacíamos los clásicos: “Juan Moreira”, “Juan Bautista Bailoreto” y “Hormiga Negra”, pero también “En un burro tres baturros”; “Cuando los hijos se van”; “El linyera”; “Los Cardales”; “El último gaucho”; “Nazareno Cruz y el lobo”; ”Ilusiones del viejo y de la vieja”, “Lo que le pasó a Reynoso”, “Se necesita un hombre con cara de infeliz”, “Ante Dios todas son madres”.
Descubrimos que los títulos en versito tenían más gancho para la gente. Si uno anunciaba “La viuda de Reboredo” no pasaba nada, en cambio si era “Un viudo y una viuda hacen cosas macanudas”, la gente venía. “Entró a tallar Don Hipólito” ¿qué es eso? Entonces uno anunciaba “A una vieja petitera la domó un paisano de afuera”. A “Los maridos engañan de siete a nueve”, nosotros lo presentábamos como “Viejo zorro y calavera busca mujer de primera”.
– ¿Quiénes asistían a las funciones?
Nuestro público era el peón de campo, el chacarero, el albañil, el mayordomo de la estancia, el gerente de banco, el médico, las maestras, todo el mundo llegaba a nuestras funciones, pero la mayoría era de clase media para abajo, el obrero, el almacenero, el panadero.
En una oportunidad me propusieron dar una función en un galpón ubicado en medio del campo. Cuando vi el lugar me asusté porque no había población cercana, era como un desierto, pero en la noche de la actuación apareció, en sulky o a caballo, gran cantidad de público y traían faroles de esos denominados “Sol de Noche” con los que se alumbraban en el camino y luego servían de iluminación para el espectáculo.
– ¿Cuándo y porqué cerró el circo?
La última función la dí en 1998. La situación se había tornado muy problemática. La televisión con sus películas y telenovelas; el cine con efectos especiales y hasta en tres dimensiones, han hecho que la gente pierda su capacidad de asombro. Años atrás, cuando llegábamos con el camión y todo el equipamiento a una ciudad, los chicos se arrimaban y ofrecían trabajar a cambio de entrar gratis a las funciones. La tecnología cambió todo. Hoy esos niños prefieren los juegos electrónicos y la computadora.
– ¿En alguna época el circo fue una actividad redituable?
Sí, muy redituable. Del Mauro hizo que mi padre estudiara pupilo en el “English Scool” uno de los mejores colegios de Buenos Aires. Cuando cumplió los 18 años (1928) le regaló un anillo de platino con un gran brillante. Mucho tiempo después, en 1977, los problemas económicos lo obligaron a desprenderse de él y con lo que obtuvo le alcanzó para comprar un automóvil.
– ¿Porqué eligió a Rojas para radicarse?
La primera en quedarse aquí fue una sobrina que formó pareja con un rojense; luego mi hermana con su esposo y, al cerrar el circo, yo también opté por esta ciudad donde compré una casita en el barrio La Loma que actualmente explotamos con un almacencito. Mientras mi esposa lo atiende, yo hago viajes con un camión.
– REFLEXIÓN FINAL: Es evidente que el espíritu “familiero” que se cultivaba entre los integrantes del circo criollo, ha perdurado aún después de extinguidas las funciones..