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05/12/2016
Editorial por Cynthia Calvigioni

El comandante si tiene quien le escriba


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"La muerte no es verdad, cuando se ha cumplido bien la obra de la vida". José Martí por Cynthia Calvigioni


Cuando era apenas una adolescente me gustaba mucho la historia de nuestros pueblos y la literatura. Por aquellos años (eran los 90) la política no "era cosa de jóvenes" Me intrigaba y pasaba largas horas leyendo a Gabriel García Marquez, aquellos personajes militares y esos pueblos envueltos de calor y contradicciones que pujaban por un futuro mejor me daban un sentido de pertenencia.
Ya en la facultad, estudiando historia Latinoamericana, me enamoré a primera vista: su nombre era Fidel y se apellidaba Castro. Nunca pude conocerlo personalmente. Ni tampoco aún su amada Cuba. Fue ese faro que alumbró mis ideales por buscar un mundo más equitativo y se convirtió en el faro que iluminó gran parte de mis ideas.
Sus logros en educación, salud, nutrición infantil, viviendas perdurarán en la vida cotidiana de los habitantes de esa minúscula isla que se enfrentó al Imperio por más de 50 años y pudo resistirlo y vivir con dignidad.
Porque sembró la semilla de la revolución y podrán cortar la flor más bella pero no se detendrá la primavera. Ya germinó.
Fidel fue la revolución. El pueblo cubado fue la revolución. Un revolucionario es un transformador de la realidad. Podrá irse de este mundo pero nunca morirán sus ideas ni las personas que seguirán luchando por sostener la misma y crear un mundo mejor.
Mientras escribo esto hay familias que están ahí afuera, a unas cuadras, quizás en mi puerta, revolviendo basura. Cientos de adolescentes y adultos no finalizaron aún sus estudios secundarios y los abandonaron.
Mientras lees esto miles de personas no tienen trabajo ni pueden proveer a sus familias de la comida que necesitan. Hay personas que mueren de enfermedades curables, por no tener acceso a la salud pública y gratuita.
Eso no pasaba en Cuba. Por eso su pueblo lo lloró, lo acompañó, resistió el bloqueo económico. Nadie los obligó a ir a su funeral, no estaban encadenados ni con grilletes ni mentalmente. Pero moleta tanto amor. Molesta un liderazgo de esa intensidad. Un líder que sobrevivió a más de 600 atentados y que la muerte lo sorprendió como a cualquier mortal solo cuando ella lo decidió, en su Cuba natal, de viejo, con su sueño cumplido y amado por su pueblo. Solo así la muerte se atrevió a tocar su puerta y el decidió acompañarla y no enfrentarla. Porque nunca se rindió. Siempre dio batalla. Y eso es un ícono, eso lo transforma en leyenda.
Cuando pasen los años, nuestros nietos escucharán o leerán en un aparato electrónico (sin hacer futurología de la tecnología) que vivió un hombre en el centro de América que quería la igualdad para su pueblo e intentó que la mayor parte de la población tuviera acceso a saber leer y escribir, instruirse, tener una vida más saludable, que los niños no mueran de desnutrición ni que duerman en las calles a la intemperie.
Y dirán que ese día su abuela o tatarabuela se despertó y rompió en sollozos frente a un aparato llamado televisor, que le mostraba las imágenes de ese lugar remoto y le contaba que ese señor de la leyenda había muerto. Había sido un tiempo de grandes pérdidas. En este lugar recóndito en el mundo estaba ganando terreno las ideas que tanto le dolían. El egoísmo, la pobreza, el analfabetismo, la gente que se quedaba sin trabajo, los abuelos que ya no accedían a los medicamentos, la tristeza en el pueblo. Y se acordó cuando había leído "El fin de la Historia y el último hombre" de Francis Fukuyama. En lo hondo de su interior, latente, sabía que luego de un final se escribe un nuevo comienzo, que tras la lluvia sale el arco iris, que de la oscuridad nace la luz, que luego del invierno brotan las primeras flores en primavera. Es el devenir histórico, el curso de la historia. Esa a quien el comandante mencionó "La historia me absolverá".
La leyenda se volverá mito quizás. Y se hará inmortal para los hombres. Quedarán como en un recuerdo indeleble en la memoria colectiva su legado.
Eduardo Galeano en su libro "Espejos" esbozaba esta idea indicando: "Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, que esta isla sufrida pero porfiada-mente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos injusta.
Y sus enemigos no dicen que esa hazaña fue obra del sacrificio de su pueblo, pero también fue obra de la tozuda voluntad y el anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los perdedores, como aquel famoso colega suyo de los campos de Castilla"
Por eso quienes genuinamente sientan el anhelo de un mundo más equitativo, que puedan habitar nuestros hijos, los hijos de nuestros vecinos y todos los niños sin distinguir fronteras ni clase social ni religión, no pueden permitirse bajar los brazos, hay que resistir el viento huracanado de las políticas neoliberales que azotan con la fuerza de un huracán la región y con táctica y estrategia defender este ideal, sin detenerse ni retroceder… Hasta la victoria siempre...
*Licenciada en Comunicación Social



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