Historia Nuestra (Nota 15)
Los linyeras en nuestra zona por Victor Calvigioni. Nuestra zona entre los años cincuenta y sesenta fue inundada por los linyeras. En Colón paraban cerca de los galpones del ferrocarril, o debajo de los puentes del arroyo Colón. En las estancias disponían de algunos días para quedarse y había orden para que se les otorgara vales para el pan, el azúcar, la yerba, y dos o tres kilos de fideos a granel. Además para que no pase hambre se les permitía retirar algunas menudencias de la carneada de los vacunos, que por aquellos días realizaba cada establecimiento agropecuario y que era con-sumido por los empleados y peones.
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Se debe diferenciar entre crotos y linyeras: Los primeros nacieron con la ley promulgada en 1920 por el gobernador de la provincia de Buenos Aires José Crotto. La legislación permitía viajar gratis a los peones golondrinas, mano de obra barata para las cosechas como la del maíz. En cambio, los linyeras fueron un fenómeno social y libertario, y marcaron una respuesta individualista en una época donde todo se masi-ficaba. En nuestra ciudad, se los podía observar cerca de la estación del ferrocarril, una manera de estar "a tiro" para trasladarse a otra localidad o provincia. También se los podía observar cerca de los puentes que cruza el canal Colón por el simple hecho de tener muy cerca una fuente de alimentación. Los pesca-dos. Así como los grandes establecimientos rurales les habría las puertas, los chacareros los miraban con desconfianza y preferían pedirles que se vayan, muchas veces a cambio de una gallina (bataclana para los linyeras). Tal vez en ese resquemor los hombres ambulantes llamaron a los pequeños productores en su pequeño dialecto "Cerdos". Otra fuente de alimento apetecible era las puntas de alfalfa que la comían en una especie de ensalada. En los puentes o los caminos reales cazaban los cuices una carne blanca muy apetecible o hacían volar las perdices contra los alambrados para que se maten en el impacto contra los hilos de acero. La carne que comían era asada o hervida, jamás fritada porque necesitaban aceite un bien muy caro para sus bolsillos. Su verdura preferida era la achicoria, junto a los zapallitos salvajes que crecían libremente en los campos. En esa época de esplendor de los linyeras, comenzó la emigración de familias enteras a las grandes ciudades atraídos por una floreciente industria, lo que trajo barriadas enteras en el conurbano bonaerense. También comenzó a despoblarse el campo y las familias se radicaron en las pequeñas localidades que había en la pampa húmeda, dejando sin gente al campo. El linyera
El linyera era una persona muy particular. En su mono llevaba una lata cortada a la mitad que se conseguía en un almacén, y servía de olla para cocinar o para trasladar agua. Un fierro que usaban de asador colocándolo sobre el fuego. También pava, y plato de lata, mate fabricado con un tarrito al que se le ponía un asa y se lo llamaba vitrola, bombilla y un viejo cucharón multiuso. No necesitaba más. Era su cocina ambulante. Por esos tiempos era raro ver un linyera con movilidad. En la década del sesenta el más famoso de ellos (algunos indican que era oriundo de Pergamino) de apellido Belén que en un viejo sulky calzado con dos pequeñas ruedas recorría la zona seguido por dos decenas de perros. Era un San Roque (linyera con perro). Estos hombres se reunían en ranchadas para comer o tomar mate (tártago). No dormían bajo techo de chapa, debido a que en los inviernos, por evaporación y condensación el lugar goteaba y pasaba mucho frío (por eso elegían los puentes). Además conocían como ninguno el cambio de clima. Cuando comenzaban a crujir las vías de ferrocarril debían buscar refugio seguro, porque bajaría mucho la temperatura. Las estancias
A pesar del tiempo jamás entendí, porque los propietarios de estancias recibían y acogían a estos hombres con gran indulgencia. En Santa Juana o San Jacinto-por ejemplo- los empleados tenían orden de disponerlo en un sitio predeterminado, en este caso un monte de roble, y se los dejaba habitarlo por un término máximo de 10 días. Asimismo se les daba los vales en la administración para que le den azúcar, yerba, fideos y pan. Los linyeras tenían la posibilidad de acercarse a un pequeño matadero (un corral, con una manga, un guinche, un corto travesaño con dos ganchos para levantar el vacuno desangrarlo y extraerle las menudencias) y llevarse las menudencias (chinchulines, redecilla, tripa gorda, hígado, corazón -entre otros- Nunca hubo peleas ni hechos desagradables. El grito libertario del linyera (hubo cientos de miles en Argentina) se fue extinguiendo atrapado por la modernidad. Su vida y su existencia en soledad simple-mente se desvaneció en el tiempo.
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