Los propietarios (originarios de la localidad santafesina de El Ortondo) tienen por costumbre antes de abrir o después de cerrar el comercio dejar las aberturas abiertas con la seguridad de las de las puertas de rejas mientras se encuentran en el interior trabajando en el arqueo o en acomodar los papeles. La costumbre podría haber sido estudiada por el malviviente que una vez que cerraron el supermercado se apersonó y a través de las rejas pidió que le vendieran una gaseosa. El propietario abrió la puerta e ingresó al local con el “cliente”. Una vez en el interior el caco sacó un arma, y pidió el dinero de la caja registradora. Para amedrentar al hombre, lo golpeó con la culta en la cabeza. Una vez que la pareja entregó el dinero (Una suma cercana a los 10 mil pesos) el delincuente huyó del edificio. El reloj marcaba 13.10. Una hora inusual para un asalto.
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